En la columna anterior referíamos cómo el programa de Gobierno avanzaba, en el marco de la Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva, a producir un efecto expansivo en la actividad a partir de una elevación relevante de los ingresos de los sectores de la población que padecen consumo postergado y, en simultáneo, se procuraba el cierre de la brecha fiscal por aumento de la recaudación en virtud de una mejora del ciclo económico. Esta búsqueda de equilibrio presupuestario expansivo la consideramos el paso inicial para el necesario ordenamiento macroeconómico de la Argentina.
El segundo frente a abordar es el sector externo, desmadrado durante el Gobierno de Cambiemos por una irresponsable apertura comercial y financiera del balance de pagos, sostenida por el endeudamiento con los mercados internacionales en el bienio 2016-2017 y por el FMI a partir del 2018 hasta la derrota electoral. Esta situación desembocó en un control de cambios mucho más duro que el recibido en 2015 y un horizonte de flujo de divisas que torna insostenible el pago de los vencimientos de deuda pública.
La recesión inducida por el programa de ajuste del Gobierno macrista permitió arribar a un final del 2019 con un superávit de la balanza comercial estimado en u$s 15.000 millones, sin duda importante pero consecuencia de la mencionada caída del nivel de actividad.
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El desafío entonces es mantener un alto excedente de comercio exterior compatible con la reactivación del mercado interno y la capacidad de afrontar los vencimientos de deuda.
El escenario internacional y la inserción en el mismo juegan un rol clave en las cuentas comerciales. El mundo está inmerso en el desenlace de la crisis del 2008, que clausuró la etapa de globalización abierta en la posguerra fría a partir de 1989. El débil crecimiento económico que las naciones occidentales padecen desde hace una década pretende ser resuelto con una desarticulación de las relaciones de libre-comercio que signaron el período anterior, desembocando en un proteccionismo creciente, guerras devaluatorias y el abandono de bloques de integración económica.
La consecuencia del contexto descripto es el estancamiento del intercambio global, factor que complica la suba de las exportaciones como sendero general y que a la vez obliga a un cuidadoso seguimiento de las compras en el exterior.
Argentina padece la paulatina disolución del Mercosur como mercado interno ampliado por el cambio de rumbo decidido por Brasil, la histórica inviabilidad de encontrar complementariedad con la economía de EE.UU. y las dificultades geoestratégicas de avanzar en acuerdos más estrechos con China, aristas que complican un sendero claro de expansión de las ventas con el exterior.
Comprendiendo estos límites, la administración del comercio exterior se vuelve más relevante aún que en la tercera presidencia del anterior gobierno peronista. Como se señaló precedentemente, la balanza comercial es determinante de la reactivación interna y de la sustentabilidad del programa financiero. De hecho, la elasticidad importaciones/PBI en un modelo productivo es de 3 a 1, es decir, que para que el PBI crezca 1% las importaciones deberán aumentar un 3%. Por ende, el esfuerzo de regulación comercial es alto.
La evolución del comercio exterior a su vez condiciona la renegociación de la deuda pública, pues el flujo de divisas que allegue es la principal fuente de pago. Sustentabilidad de la balanza comercial y del programa financiero van de la mano, como también enfrentan a los exportadores y bonistas por la disponibilidad de dólares.
El desfiladero es angosto pero la potencialidad de la economía es enorme. Con el tiempo de crecimiento y organización de su intercambio comprendiendo el mundo vigente, la salida es posible.