El presidente de los Estados Unidos conminó a la Reserva Federal a producir un recorte de la tasa de interés que remunera a los fondos federales, la cual sirve de referencia para la economía, para prevenir un riesgo de recesión. Donald Trump es consciente de la necesidad de aislar a la economía norteamericana de un devenir global que, desde hace una década, no encuentra un sendero sostenido de expansión.
Es el primer planteo de resolución de la crisis del 2008 por la vía de recuperar la demanda efectiva y potenciar el desarrollo económico nacional en detrimento de la interacción de la globalización. El duro conflicto iniciado con China, la segunda economía del mundo, se inscribe en este proyecto.
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La retracción del comercio internacional, el estancamiento de la Unión Europea -tanto por la fractura impulsada por Gran Bretaña como por el sobreendeudamiento de las economías de menor porte- y una China replegada sobre su mercado interno como forma de potenciar el crecimiento, revelan un mundo ominoso para ensayar inserciones aperturistas y/o de sostenimiento de la actividad por la vía de las exportaciones.
Este marco planetario encuentra a la Argentina altamente endeudada y al borde del default, con un sector externo desequilibrado y sin un horizonte de flujo de inversiones potente.
El riesgo de una recesión global fuerza el proteccionismo y la búsqueda de autonomía económica en casi todos los países. Consecuentemente, el caso argentino ha desatado discusiones y pases de factura entre los distintos agentes económicos poderosos que participaron activamente del desmadre de la economía de Cambiemos.
El primero de ellos, el bloque primario-financiero, principal beneficiario del cambio de precios en favor del agro, la minería y la energía, y, a la vez, del esquema de valorización financiera de los excedentes obtenidos, administrados por un sistema bancario experto en esos menesteres. El segundo actor interviniente, el FMI, que, por razones geoestratégicas -fundamentalmente la elección en Brasil del año pasado-, decidió dispendiosamente dilatar el colapso de la “macrieconomics”, aportando la friolera de U$S 45.000 millones que sólo sirvieron para la fuga de capitales. Finalmente, los fondos de inversión, tenedores de los bonos soberanos argentinos.
El bloque primario-financiero, los prestamistas internacionales y el agente multilateral encargado de prevenir crisis son corresponsables del colapso del gobierno de Cambiemos. A través de sus voceros han comenzado a exteriorizar la disputa de los próximos tiempos, centrada en quién pagará la fiesta amarilla.
Al igual que aconteció al inicio de los gobiernos de Carlos Menem y Néstor Kirchner, la forma en que se encare el problema de la deuda, marcará el devenir del futuro gobierno que asoma como la quinta experiencia peronista.
Ahora bien, el contexto internacional dista de ser el de finales de la Guerra Fría, signado por una fuerte expansión del comercio internacional y la oferta favorable de reestructuración de deuda en el marco del Plan Brady, puerta de entrada al Consenso de Washington. Era el mundo unipolar de hegemonía estadounidense. También se encuentra lejos del mundo multipolar de principios de siglo, caracterizado por el incremento de la demanda de alimentos provocada por la emergencia de China y otros países del Asia pacífico, que empujaban al alza el precio de los commodities exportables, frente a un Estados Unidos que no lograba hacer pie en la región, jaqueado por su propio involucramiento en el conflicto petrolero de Medio Oriente.
El mundo actual es el que se ha descripto. Empuja hacia una salida autónoma en un contexto turbulento, pero cuyo recorrido puede estar signado por múltiples amenazas geoestratégicas.