El amor vence al odio

La amistad militante, el amor y el deseo de volver permitieron politizar el malestar, desafiar la época y dar lugar a un proyecto nacional y popular que rechaza al neoliberalismo.

01 de enero, 2020 | 17.13

Desde que la expresidenta Cristina Kirchner afirmó “el amor vence al odio”, la frase comenzó a repetirse como si fuera una fórmula mágica de autoayuda, y a popularizarse tanto que hasta Mauricio Macri la utilizó en su saludo navideño. Las técnicas de autoayuda son propias del evangelio neoliberal, están en las antípodas de la acción política y la ética del campo popular. Conviene aclarar que la expresada por Cristina no es cualquier idea del amor, sino que se trata de un afecto político que nada tiene que ver con el ideario cambiemita ni con el de autoayuda.

Los miembros y adherentes del gobierno de Cambiemos, a contrapelo de lo que afirmaban sobre el amor y las buenas ondas, fomentaron en sus prácticas cotidianas un funcionamiento que condujo a la enemistad, el odio y la persecución. El plan trazado por el poder neoliberal para la subjetividad consistió en despolitizar lo social, instalar la idea de corrupción de los dirigentes populares, deprimir y despotenciar al pueblo imponiendo un individualismo escéptico. La gestión neoliberal de Cambiemos censuró, reprimió e intentó por diversos medios hacer desaparecer la “parte maldita” de lo social, el resto rebelde e indócil que causó el 17 de octubre, la lucha sindical, la de las Madres y la oleada feminista. Desde Freud sabemos que el afecto no se reprime, se desplaza, se sublima o se transforma en lo contrario.

Una experiencia devino en asunción de responsabilidad social

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El cálculo del poder falló, surgiendo un efecto contrario al esperado por Cambiemos: frente al odio inoculado, una parte de lo social respondió con vínculos, solidaridad y afectos compañeros expresados en lo público, logrando inscripción política. En lugar del individualismo fomentado, se articuló una fuerza solidaria basada en el amor, los lazos sociales y la creatividad, sustentada en la posibilidad de hacer con el cuerpo, la fuerza, la inteligencia y el entusiasmo del pueblo. A partir de los vínculos y del afecto amoroso, un poder compañero fue trazando puentes, enlazando cuerpos y relatos, poniendo en juego una ética antineoliberal que alojó el sufrimiento y abrazó. Fue una batalla cultural autogestionada que se ganó. 

Una potente convicción articulada a un deseo decidido de volver y el creciente rechazo al modelo neoliberal, fueron los elementos fundamentales para que una parte de lo social comenzara a organizar la resistencia a la tristeza cotidiana que imponía el neoliberalismo. El deseo de volver fue logrando la movilización de la alegría y el entusiasmo, que se orientaron en una dirección democrática. Fue así que surgieron merenderos, comedores, centros culturales, educativos, talleres y organizaciones sociales, con una fuerte apuesta en los vínculos. La militancia tomó un sesgo colectivo con múltiples expresiones y formas estéticas aggiornadas, que incluyeron las redes sociales, música, teatro, performances, danza, artes plásticas, humor y comunicación alternativa. 

Las nuevas formas de participación condujeron a una organización y unidad del campo popular pocas veces vista. La militancia fue el germen de la fórmula de unidad que condujo al triunfo electoral, y es el nombre del amor político que siempre está causado por un deseo.

La militancia, amor político, fuerza plebeya solidaria y compañera que creció y floreció en paralelo a las prácticas mercantiles y meritocráticas, dijo no al programa neoliberal. Interrumpió en la subjetividad los automatismos y las prácticas cotidianas esperados por el poder. Inicialmente consistió en un movimiento catártico, que se fue organizando como potencia democrática y devino gesta igualitaria, desbordando rebeldía y desafiando las formas neoliberales machistas y clasistas. Una fuerza política democrática y participativa se autorizó de sí misma como cuerpo político activo y esperanzado.

La democracia no sólo refiere a una economía inclusiva, sino que supone también una práctica colectiva que construye una comunidad viva y basada en afectos políticos como el amor. Un amor político construye militancia como estilo de vida, vínculos solidarios y compañeros que constituyen un arma potente para vencer el odio antipolítico. Esta experiencia permite afirmar que lo común no puede organizarse desde el individualismo, sino que se define por ser con otrxs, estableciéndose desde un horizonte colectivo siempre abierto. 

La amistad militante, el amor y el deseo de volver permitieron politizar el malestar, desafiar la época y dar lugar a un proyecto nacional y popular que rechaza al neoliberalismo. La militancia se hizo cargo de asumir una responsabilidad y el pueblo se ha descubierto a sí mismo como sujeto responsable.

“La patria es el otro” y “el amor vence al odio”, frases proferidas por la expresidenta Cristina, continúan siendo faros orientadores que habrá que preservar para construir una comunidad democrática, en la que la amistad militante y el amor político estén en la base de lo común que emerge como pueblo. 

 

*Nora Merlin es Psicoanalista, Magister en Ciencias Políticas y autora de Mentir y colonizar. Obediencia inconsciente y subjetividad neoliberal.

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