No mintió Alberto Fernández cuando dijo, el lunes pasado por la noche, a la salida del departamento de Cristina Fernández de Kirchner en Recoleta, que tenía el gabinete “prácticamente definido”. La cuestión, en todo caso, es que lo que aún falta por definir es quizás la incógnita más importante: quién será el interlocutor del gobierno argentino ante los protagonistas de las finanzas globales, banqueros, potencias y fondos de inversión, a la hora de discutir las condiciones de renegociación de la deuda externa que deja Mauricio Macri. El que resulte elegido para ese rol llevará, con seguridad, el título de ministro de Economía.
El ortodoxo Guillermo Nielsen, que figuraba como número puesto hace siete días, cayó víctima de fuego amigo, aunque conserva sus chances. Sobre el final de la semana apareció en las charlas de la City otro nombre, novedoso. Se trata de Martín Guzmán, un economista argentino que vive desde hace once años en New York, donde trabaja en el equipo del Nobel Joseph Stiglitz en la Universidad de Columbia. Fernández y Guzmán charlaron durante más de dos horas hace un par de semanas, en Ciudad de México, a instancias de Matías Kulfas. La propuesta del economista interesó al presidente electo, que quiere repatriarlo.
Kulfas, por su parte, encabezará una especie de superministerio de Producción, a cargo todos los aspectos de la economía real. Allí reportarán los secretarios de Energía (Sergio Lanziani), Transporte (Carlos Caserio), Agroindustria (Gabriel Delgado), Comercio Interior e Industria. Cecilia Todesca, en tanto, tendrá un despacho en la propia Casa Rosada para ser la primera voz cerca de Fernández en materia económica. El equipo se completará con el titular del Consejo Económico y Social. Si no llegan a buen puerto las charlas en curso con Roberto Lavagna, suena Carlos Tomada para ese asiento.
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Otras novedades en el gabinete responden a una cuestión completamente distinta. El primer borrador que se diseñó en las oficinas de la calle México cumplía en representar a todos los sectores del Frente de Todos, estaba compuesto por cuadros técnicos de primer nivel, gozaba de la confianza del presidente electo y pasó el primer filtro de aprobación a medida que los nombres se fueron filtrando en los medios y la opinión pública. Sin embargo Fernández decidió que debía reforzarlo con un puñado de figuras de mayor envergadura política para darle masa muscular, capaz de hacer frente al desafío que tendrá por delante.
Primero, desembarcó en el equipo Agustín Rossi. Ex ministro de Defensa y titular de la bancada de diputados del peronismo entre 2005 y 2013, y de nuevo a partir de 2017, su llegada rompía la regla no escrita de no repetir funcionarios del kirchnerismo. En las últimas horas se confirmó otro refuerzo: según pudo averiguar El Destape, Ginés González García se hará cargo, nuevamente, de Salud. Florencio Randazzo, por su parte, fue visto el viernes almorzando con un dirigente de la mesa chica que ocupará un cargo clave en jefatura de Gabinete. Nadie cree que haya ido de Chivilcoy a Puerto Madero sólo por un almuerzo.
El fantasma de los vetos de Cristina sobrevoló los rumores desde el 27 de octubre: cualquier operación en los medios que se pinchó antes de tomar vuelvo encontró en la expresidenta el chivo expiatorio perfecto. En los hechos, sólo un puñado de dirigentes que se cuentan con los dedos de la mano no pasarían su filtro, y Alberto Fernández se cuidó bien de no proponerlos. Ni Nielsen ni Randazzo están en esa lista. Pero lo cierto es que la noche del lunes, en el departamento de Recoleta, se habló poco del gabinete y bastante más de lo que sucederá en el Congreso.
Las negociaciones parlamentarias que se sucedieron en los días siguientes dieron cuenta de que el tándem Fernández - Fernández funciona de manera fluida y efectiva. Menos de 72 horas bastaron para vencer algunas resistencias e imponer las condiciones que habían decidido: bloques unificados en ambas cámaras, con conducción kirchnerista, que en diputados quedará en manos de Máximo Kirchner y en el Senado de José Mayans. Para completar el escenario, la mendocina Anabel Fernández Sagasti está a punto de entrar en la línea de sucesión como presidenta provisional de la Cámara Alta.
No hubo, casi, protestas ante ese esquema. Sergio Massa en persona sugirió a Máximo Kirchner como jefe de bloque; hoy en día tiene mejor vínculo con el líder de La Cámpora que con el mismo Fernández, que le atribuye algunas de las complicaciones para cerrar el equipo económico. Además, tiene sus propios problemas tratando de asegurar los votos que le permitan al peronismo decidir el reparto de autoridades y comisiones si tener que negociar con Cristian Ritondo. Todavía le faltan un par de cabezas para llegar al número mágico de 129. La clave la tiene su amigo Emilio Monzó. Si no lo consigue el fracaso será doble.
Los gobernadores, por su cuenta, no encuentran una motivación válida para oponerse a la voluntad del tándem Fernández - Fernández en este momento. A lo sumo podían insistir con mantener una bancada aparte dentro de una estructura de interbloque, pero sería menos numerosa que la que conduce CFK, por lo que no podrían poner a uno de los suyos a conducir. Finalmente hubo acuerdo, habrá un solo bloque y lo comandará Mayans, el más cercano al kirchnerismo de todos los senadores que responden a las provincias. El único perdedor, Caserio, será generosamente recompensado por correrse de su lugar.
La unificación, rápida y poco traumática, de los bloques peronistas, contrasta con la descomposición acelerada de Juntos por el Cambio. En un mes desde los comicios, dos debates, sobre el golpe de Estado en Bolivia y sobre la Interrupción Legal del Embarazo, dejó al borde del estallido a la bancada todavía oficialista. En la despedida de Monzó, hubo homenajes al presidente de la cámara baja de todos los espacios políticos, menos del PRO.
Elisa Carrió, que anunció su retiro, se fue por la puerta grande en su última función, amenazando delante de todo el recinto a la diputada radical Brenda Austin. Tic-tac. Tic-tac.
La promesa que hizo Mauricio Macri la noche del 27 de octubre se desdibujó incluso antes del final de su mandato. Después de pasar un fin de semana jugando al golf en Córdoba mientras el continente se prende fuego, los argentinos nos enteramos de su afición por el helado de pistacho justo en el momento en que su secretario de Salud escribía su carta de renuncia. El Estado argentino está paralizado. Hay funcionarios que no pisaron su despacho desde el lunes 28. Las lectoras de huellas dactilares que mandó a instalar Macri al comienzo de su mandato podrían dar información muy valiosa al respecto, si alguien se encargase de averiguar.
El protocolo de aborto promulgado el martes y derogado el jueves dio una muestra cabal del nivel de desgobierno que se vive en los últimos días del peor gobierno democrático de la historia reciente. La resolución del secretario Rubinstein no pudo llegar al Boletín Oficial sin pasar por el despacho de la ministra Carolina Stanley, y luego por la secretaría Legal y Técnica de Presidencia, a cargo de Pablo Clusellas, compañero de Macri en el Newman desde los seis años. Si es cierto que el Presidente no estaba al tanto, sólo existe otra explicación: hasta sus colaboradores más cercanos dejaron de responder a sus órdenes.