Cuando el macrismo se endeudaba a razón de 50 mil millones de dólares por año sus economistas aseguraban a los cuatro vientos que no importaba, que era absurdo preocuparse. Afirmaban que la lluvia de inversiones dispararía el crecimiento y con ello se estabilizaría la relación deuda/PIB, que no es precisamente la que importa. También decían que la diferencia entre endeudarse en moneda extranjera y moneda local era irrelevante porque la restricción externa era un invento de los trasnochados economistas heterodoxos y, con tipo de cambio flexible, siempre existiría un precio del dólar que lleve al “equilibrio” las cuentas externas.
Claro que la suba del precio del dólar para lograr el presunto equilibrio genera inflación, lo mismo que el aumento de las tarifas, que a su vez se dolarizaron y potenciaron la suba generalizada de precios. Pero los economistas oficialismo explicaban que tal cosa no ocurriría, ni con el dólar ni con las tarifas, y que afirmar semejante cosa --que es lo que finalmente sucedió-- implicaba no entender el funcionamiento de la economía. Sostenían en contrapartida que la inflación era un problema exclusivamente monetario, una idea que en los países centrales abandonaron hasta los propios monetaristas. Decían también que, vía el equilibrio general, el mayor gasto en tarifas disminuiría la demanda de otros bienes y que ello bajaría la inflación o a los sumo tendría un efecto neutro.
Para coronar, todos los meses el Banco Central repetía el ritual de presentar unos bellos grafiquitos que mostraban la trayectoria futura de una inflación descendente. Eran conferencias muy amables, con periodistas sobones, pero sin que esté ausente ese aire de suficiencia de los funcionarios formados en “universidades de excelencia”, como la Torcuato Di Tella, la gran proveedora de cuadros del nuevo gran fracaso económico. La presunta “excelencia” de los cuadros, como diría el todavía presidente, “te la debo”.
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El peso de la realidad y los terribles resultados conseguidos tornó irrelevante la necesidad de refutar la suma de los argumentos económicos absurdos repetidos por los ditellianos y sus repetidores de ocasión. Sin embargo, para evitar que la historia se repita, será útil coleccionar la secuencia de razonamientos falsos repetidos durante estos años. La experiencia de la crisis de 2001-2002 y la reedición a partir de diciembre de 2015 de políticas con fracaso anunciado demostraron que las sociedades tienen memoria corta y que los economistas que hablan desde una pseudo ciencia, la corriente marginalista, y con un lenguaje pseudo técnico, conservan poder de encantamiento, especialmente si son repetidos hasta el hartazgo por la prensa concentrada. Si hay un área donde no debe descuidarse la “batalla cultural” es precisamente sobre el discurso económico, en particular si se considera el grave sufrimiento social que las malas políticas provocan.
Los lectores ya conocen los números sobre aumento de la inflación, que si no median nuevas devaluaciones cerrará el año en torno al 60 por ciento. También de la consecuente caída de salarios, de la contracción de la actividad, que también en el mejor de los casos terminará el año con una contracción del PIB del 3 por ciento, y de la también consecuente destrucción y precarización del empleo. Son las cifras abrumadoras de la crisis cuyo peor rostro se expresa en los aumentos de la pobreza y la indigencia.
No obstante, también hay números menos conocidos que determinarán el sendero de salida de la recesión. Uno de estos números es el peso del pago de los intereses de la deuda en el Presupuesto, que pasó del 6 por ciento en 2015 al 20 por ciento este año. Se trata del resultado de efectos combinados, del aumento de la deuda, pero también de la caída de la recaudación, tanto porque se bajaron alícuotas impositivas a los sectores de mayores ingresos, como por el derrumbe de la actividad, una combinación letal que los ditellianos y el FMI consideraron que se solucionaba reduciendo el Gasto.
En macroeconomía el equilibrio presupuestario interno, el famoso “déficit cero”, es el resultado de una suma de procesos, no sólo de la contención del nivel de gastos. Por el contrario, si se quiere reducir el déficit en un contexto recesivo el gasto debe aumentarse para que la economía crezca y, en el mediano plazo, aumente la recaudación. En cambio, siguiendo las recetas ortodoxas de los ditellianos y del FMI se siguió el camino inverso, se derrumbó el Gasto lo que a su vez hizo caer el Consumo y, en consecuencia la Inversión y el PIB.
Deteniéndose en los componentes de la demanda (consumo, gasto, inversión y exportaciones netas), la fuerte devaluación provocada por la crisis externa que se suponía no iba a suceder, determinó que sólo se mantuvieran positivas las exportaciones netas (exportaciones menos importaciones), lo que fundamentalmente se explicó tanto por la caída de las importaciones como del Producto. El leve rebote observado en las exportaciones de este año fue explicado por el sector agropecuario debido a la comparación contra un año de sequía. A ello se sumó la aparición de algunos saldos sectoriales exportables producto de la caída del consumo interno.
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Recorrer el estado de los componentes de la demanda sirve para comprender hacia donde deberá enfocarse el nuevo gobierno. El primer dato será el del peso de la deuda sobre el presupuesto y la situación de la recaudación, a su vez agravada por el “populismo post PASO” del oficialismo. Si no se quiere tener problemas presupuestarios deberá comenzarse con fuertes cambios impositivos para recomponer las cuentas públicas, es decir nuevos tributos. Al mismo tiempo la expansión del consumo, privado y público, encontrará un límite en la escasez de divisas. Esta escasez presupone que otro primer paso será resolver el problema de deuda, pero será improbable obtener nuevos fondos. El objetivo será evitar un default abierto que agrave la inestabilidad macroeconómica. Se descuenta que tras el triunfo opositor del domingo 27 se desatarán las presiones del sector financiero, lo que puede derivar en inestabilidad cambiaria y también bancaria si las reservas caen a niveles mínimos. La conclusión provisoria es que las esperanzas para la primera etapa de la nueva administración deben ser modestas: en primer lugar contener el hambre. Y al mismo tiempo “parar la pelota”, es decir frenar la recesión y evitar una nueva disparada inflacionaria producto de la imposibilidad de sostener el precio del dólar, el que se mantendrá bajo la presión y la furia de los poderes financieros.-