El giro hacia el centro en el discurso político no se limita a una necesidad electoral, es el resultado más inmediato del triunfo de las dos principales transformaciones estructurales y de largo plazo ya conseguidas por el actual oficialismo: la baja en la participación de los trabajadores en el ingreso, es decir en el reparto de lo que se produce, y la resubordinación al capital financiero global por la vía del mega endeudamiento y la vuelta al FMI. Si el proyecto de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur anunciado esta semana finalmente se concreta, es decir si logra superar el filtro de su aprobación en el parlamento europeo y los cuatro parlamentos sudamericanos, el macrismo habrá coronado la tercera transformación estructural y de largo plazo: la consolidación del lugar que las potencias globales desean para la economía argentina en la división internacional del trabajo, una situación que existe de hecho, pero que el tratado perfeccionará, en tanto constituiría una restricción para futuros proyectos de desarrollo.
Los procesos complejos, como la integración comercial entre regiones con desarrollo asimétrico, se entienden mejor partiendo de las definiciones más elementales. Para el liberalismo clásico, la liberación de trabas a los flujos comerciales redunda simplemente en el aumento de estos flujos permitiendo que los países se especialicen en sus “ventajas comparativas”. Es el célebre ejemplo de los tejidos ingleses y el vino de Portugal que desarrolló David Ricardo, una relación ganar-ganar no muy distinta a la que proponen las corrientes marginalistas contemporáneas a partir de modelos de comercio internacional como el de Heckscher-Ohlin. En contrapartida el proteccionismo pone sobre la mesa el problema de las asimetrías del desarrollo, la necesidad de reservar mercados para las industrias nacientes que permitan no sólo diversificar la estructura productiva, sino también “cerrar la brecha” del desarrollo. El presupuesto básico del proteccionismo es que si se liberan las trabas aduaneras los sectores emergentes simplemente desaparecerán. El economista coreano Ha-Joon Chang explicó con detalle histórico como todos los países hoy considerados avanzados ejercieron distintas formas de proteccionismo para alcanzar la madurez de sus sectores productivos. También que una vez logrado el desarrollo se abocaron a “retirar la escalera”, el título de uno de sus libros ya clásico, es decir una vez que poseyeron industrias competitivas comenzaron a promover las virtudes del libre comercio. Nada nuevo bajo el sol.
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Las voces locales a favor y en contra del acuerdo de libre comercio con la UE reflejan la proximidad o no con los sectores que podrían beneficiarse o perjudicarse con el acuerdo. El punto de partida es que, redondeando apenas los números, dos tercios de lo que exporta el Mercosur son productos primarios (PP) o de base primaria (MOA, Manufacturas de Origen Agropecuario), en tanto que dos tercios de lo que importa son productos industriales (MOI, Manufacturas de Origen Industrial). Semejante desbalance, que expresa las asimetrías del desarrollo entre ambas regiones, permite prever que, siguiendo la teoría económica convencional, los bloques regionales se especializarán en sus “ventajas comparativas”, lo que dicho de otra manera significa que el Mercosur exportará cada vez más PP y MOA e importará cada vez más MOI, un esquema simple de especialización en la división internacional del trabajo que retoma la historia de la región en su integración al mercado mundial. Este esquema profundizará el déficit comercial del Mercosur. Para el caso Argentino se consolidará una situación de dependencia con el ingreso de divisas, lo que reforzará la escasez estructural de dólares, el camino contrario al desarrollo.
Luego está la cuestión de la diversificación de la estructura productiva europea. La UE considera deseable no sólo mantener la diversificación, sino también la población que reside en el campo, por eso planea seguir sosteniendo un agro que no es competitivo internacionalmente y que, por esta razón, siempre fue sujeto de protecciones arancelarias y paraarancelarias así como receptor de fuertes subsidios. La UE no dará marcha atrás con esta promoción sectorial. Según se conoció el viernes, mientras las importaciones de MOI desde la UE se abrirán automáticamente para el 80 por ciento de los productos, las exportaciones de productos agropecuarios del Mercosur continuarán sujetas a las barreras sanitarias de siempre (las medidas “paraarancelarias” mayormente a arbitrarias) y a cuotas de ingreso. La Alianza PRO-UCR pasó de rendir tributo a Bernardino Rivadavia, el del endeudamiento con la banca Baring, a celebrar a Julio A. Roca, el del pacto con Runciman.
Pero los desatinos no terminan aquí. El acuerdo también flexibiliza la participación en las licitaciones públicas, el pago de patentes y el comercio de servicios. La importancia del primer punto no es menor, ya que interfiere en una herramienta clave para el desarrollo sectorial, como es la potestad de dar preferencia a las empresas nacionales en las compras públicas. Por lo que se conocer hasta ahora, las firmas de la UE podrán competir en igualdad de condiciones en las licitaciones. La pérdida de estos instrumentos hacen difícil imaginar en el futuro los efectos en el desarrollo local generados, por ejemplo, por la expansión de la industria nuclear y satelital. Lo mismo ocurre con otras ramas que en el país alcanzaron importantes avances, como la industria farmacéutica. Nótese que no se habla de la protegida industria tradicional, que todavía presenta problemas de productividad, sino de sectores nuevos que fueron capaces de conseguir una alta competitividad en los mercados globales. Lo primero que se puede sospechar es que a futuro será más complicado desarrollar sectores nuevos.
Volviendo a las industrias tradicionales, sin aranceles comunes se complica prever qué sucederá con sectores como el automotor. El discurso celebratorio sostiene que la liberalización promoverá una mayor integración global de las cadenas de valor, sin embargo podría ser mucho más rentable para las matrices europeas proveer directamente productos terminados, incluso fabricados fuera de la UE, pero que aparecen con su sello de origen. La misma dinámica podría reproducirse en otros sectores. La clave reside en la flexibilización acordada sobre reglas de origen.
El balance preliminar --a la espera de mayores precisiones, pero sin esperanza en ellas-- es que Argentina tiene poco para ganar y mucho para perder. En términos comerciales porque no se ampliarán significativamente las posibilidades de exportación y porque se dispararán las importaciones industriales. Más grave aún, también podrían “sustituirse exportaciones” de MOI. El resultado será un aumento del déficit de cuenta corriente, con todas las consecuencias conocidas de lo que ello significa, es decir el acuerdo agravará el principal problema macroeconómico local. Finalmente, en términos políticos, podría verse afectada la capacidad futura del sector público para aplicar políticas de desarrollo.-