El ascenso vertiginoso de Jair Bolsonaro y su extraordinaria votación en la primera vuelta es una nueva demostración de que en momentos de profunda crisis política pueden surgir como “salvadores” personajes marginales o desconocidos por el gran público.
En América Latina tuvimos varios casos en los últimos años, aunque de signo político diferente al de Bolsonaro. En Venezuela triunfó Hugo Chávez en 1998, en Ecuador Rafael Correa en 2006 y en Paraguay, Fernando Lugo en 2008. Los tres emergieron de la descomposición de los partidos políticos tradicionales y eso les permitió encarnar lo “nuevo” y lo “diferente”, como Bolsonaro hoy.
Claro que no se puede comprender el ascenso del diputado y capitán retirado en Brasil si no se toma en cuenta que estas elecciones son absolutamente irregulares, en un país de extrema fragilidad democrática producto de la destitución de Dilma Rousseff en agosto de 2016, quien fue acusada de modificar ilegalmente cuentas antes de su reelección en 2014 para ocultar un déficit en el presupuesto y seguir financiando programas sociales populares.
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A esto se le suma la detención del expresidente Lula da Silva hace unos meses, por corrupción derivada del caso "Lava Jato".
Como ya hemos señalado en esta columna en varias oportunidades, el objetivo de los sectores económicos y mediáticos más poderosos fue muy claro: evitar la continuidad en el poder del Partido de los Trabajadores y el triunfo de Lula en las elecciones de 2018. Para eso, primero destituyeron a Rousseff y luego sacaron de la carrera electoral a Lula da Silva, cuando lideraba por amplio margen todas las encuestas. Justamente, el ascenso meteórico de Bolsonaro coincide con el momento en que Lula declina su candidatura en favor de Fernando Haddad. Este, contrarreloj, tuvo la difícil tarea de remplazar a su máximo líder, que no lo pudo acompañar como lo hizo durante dos años con Dilma Rousseff para construir su candidatura y ganar las elecciones en el año 2010. Más aún, el Poder Judicial ni siquiera le permitió brindar entrevistas en la cárcel.
A pesar de esto y la estigmatización de los medios de comunicación del PT como una cuadrilla de bandidos, no fue el PT el partido más castigado, ya que logró el 29 por ciento de los votos, pasó al balotaje y logró la mayor bancada en la Cámara de Diputados, aunque haya perdido varios escaños.
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De hecho, los partidos que impulsaron la destitución de Dilma Rousseff y soñaban con triunfar fueron los más golpeados. Ciro Gómez, que aglutinó sectores de centroizquierda obtuvo el 12,4 % y solo triunfó en el estado de Ceará. Geraldo Alckmin, que buscó el voto de todo el arco político del centro no llegó al 5% de los votos y el candidato del presidente Michel Temer apenas superó el 1% de los votos. Aunque algunos se nieguen a reconocerlo, ellos fueron mucho más castigados que el PT.
A los que esperaban recoger los restos del PT, el tiro les salió por la culata. Sigue siendo un movimiento con base popular y hará falta algo más potente que destituir a Dilma Rousseff o encarcelar a Lula para destruirlo. ¿Será esto lo que buscan algunos con Bolsonaro?