El 9 de marzo, Cristian Medina, de 17 años, desapareció a pocos metros de su casa en San José, Temperley. Al otro día, apareció degollado y apuñalado a 6 kilómetros, en un baldío del barrio La Cañada, en Quilmes. Su mamá, Griselda Luque, lo identificó en la morgue de La Plata dos días después. Desde entonces, la investigación está estancada: ¿Quién lo mató?
Una llamada complica al policía Fabián Alarcón y un amigo, pai umbanda. En ella se escucha cómo el hombre, que asegura haber escuchado todos los detalles del crimen, le da indicaciones precisas a la mujer sobre cómo debe proceder y a quién acudir, con un lenguaje específico que da a entender que sabe muy bien de qué habla. Siempre mantiene el anonimato.
Cuando Griselda le pregunta quién es, responde: “No te voy a dar mi nombre porque no me quiero comprometer, este tipo es jodido. Yo vivo en la misma torre, y cuando vino el sábado después de hacer esa cagada lo estaba comentando antes de irse a dormir porque estaba amanecido, medio tomado”.
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También da varios datos que sólo alguien involucrado en el crimen podría saber, como que “la comisaría sexta” de San José “desde el sábado a la mañana sabía que había aparecido un nene”, por lo cual afirma que “están arreglados”. Además, asegura haber esuchado que “el nene tenía una pulserita de plata en la mano derecha” y que el asesino “le cortó el cuello y lo hincó del lado derecho”.
Al despedirse, se cercioró de que la madre de Cristian no intente volver a ubicarlo. “No te molesto más, yo rompo el chip y lo tiro porque lo compré para informarte a vos. De mí no van a tener más noticias”, le remarcó.
La principal sospecha de Griselda, según contó a El Destape, es que se trató de un crimen de odio porque Cristian era gay, y que la Policía está involucrada. Días después de encontrar a su hijo muerto recibió una llamada anónima de un supuesto vecino preocupado que escuchó al asesino contar qué le había hecho a Cristian y dónde lo dejó tirado. Le dio información detallada y certera sobre las heridas que tenía y lo que llevaba puesto.
La mujer llevó la grabación a la fiscalía nº7, a cargo de Ximena Santoro, que tomó el caso. Aunque metieron preso al hombre inculpado, la fiscal percibió que algo raro había: rastreó el origen del llamado y logró determinar que fueron pistas falsas plantadas por un pai umbanda.
Desde entonces, Alarcón quedó desafectado de la Policía; el umbanda no supo explicar por qué hizo ese llamado y fue imputado por dar “pistas falsas”; y el detenido, quien se cree que también es un pai, quedó libre. Pero no se avanzó más en el caso. “La fiscal dice que no pueden allanar ni hacer nada porque no tienen pruebas de que fueron ellos”, sostuvo Griselda a este medio.
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