Por Luis Tonelli
Especial para El Destape
"La crispación"; así los medios bautizaron la ríspida contienda electoral entre el PSOE de Felipe González y el PP de Luis Aznar, quien finalmente se alzó con la victoria por un margen de 1.5% en 1996. El que fue su grito de batalla lo dice todo: "Váyase Señor González!".
En la Argentina, a un año de las elecciones presidenciales, el país está inmerso en un intenso momento que también puede ser denominado como el de "la crispación": arrecian las denuncias judiciales contra hechos de corrupción que apuntan a lo más alto del poder político y abogados cercanos al kirchnerismo contratacan pidiendo que se declaren en desacato a los senadores de la oposición. Hasta el Jefe de Gabinete acusa a la Justicia de "golpista". Los medios de comunicación críticos inundan la pantalla de noticias catastróficas y, por supuesto, la situación económica y social en el último tramo del gobierno de Cristina Fernández no deja de dar motivos de base para la hipérbole opositora. Cae la actividad económica mientras la inflación se mantiene alta y las perspectivas están lejos de mejorar a futuro.
Obviamente, la crispación no se reduce solo a la gran contienda política que se da entre "kirchnerismo" y "antikirchnerismo" (polarización que cae dentro del "buen gusto" y lo "políticamente correcto", a diferencia de las calificaciones de "zurdo" o "facho" o cualquier expresión "antiperonista" que será tildada inmediatamente de "gorila"). Las palabras destempladas también cruzan al espacio opositor, y muy especialmente al que lleva todavía como acróstico lo que hoy ha pasado a ser una mera expresión de deseos: UNEN.
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Por supuesto que ninguna de las voces en conflicto de esa coalición alcanzó los megatones de los dichos de Lilita Carrió que cargó contra todos sus camaradas que están en contra de admitir al PRO de Mauricio Macri como nuevo socio, considerándolos unos pusilánimes sin vocación de poder real. Frente a ese espectáculo de fuegos artificiales, los candidatos presidenciales mejor situados en las encuestas tratan de jibarizar el conflicto interno de FA UNEN a su favor.
Los más sorprendidos de este escenario de crispación son los observadores externos. Un periodista extranjero sintetizaba su perplejidad en pocas palabras: "si el kirchnerismo tiene que dejar el poder por mandato constitucional, y los tres candidatos que pretenden suceder a Cristina son "moderados", ¿cómo se puede explicar semejante nivel de violencia discursiva?".
La clave radica precisamente en que, tal como en la España del choque entre González y Aznar, la contienda electoral no está definida ni mucho menos. Por un lado, el kirchnerismo lidera sin problemas políticos (a pesar de los problemas económicos) su año final en la presidencia. Si bien no ha querido, no ha sabido o no ha podido tener candidato propio, Cristina Fernández lidera al peronismo oficialista, que es la fuerza que se presume tiene el piso más alto de fidelidad electoral, perteneciendo a ese espacio uno de los candidatos mejor situados en las encuestas, Daniel Scioli.
Puesto en números muy generales y tentativos, mientras un 60% de los argentinos no simpatiza con las políticas actuales del gobierno nacional, un 40% si lo hace. Llevados estos guarismo sin ningún rigor al plano electoral, si se repiten estos porcentajes con la actual conformación opositora, Scioli podría ganar en primera vuelta, ya que con 40 puntos en su haber, y con una oposición a más de 10 puntos de distancia, debido a la división de su voto, se es presidente en la Argentina.
De allí que este tramo político no se parezca en nada en la transición tranquila de Menen a De la Rua, con un Presidente con el boleto picado, jugando en contra de su propio candidato, y una oposición que tenía asegurada su llegada al poder con un poco de marketing político y "haciendo la plancha".
Hoy lo que tenemos, en cambio, es una "triple competencia" conflictiva: una entre "oficialismo y oposición" (que quiere impedirle que gane en primera vuelta), otra entre los "opositores" por ser el mejor parado para, en todo caso, ganarle al oficialismo en una hipotética segunda vuelta, y la última, dentro del espacio FA UNEN, cuyos integrantes se debaten entre ir solos (y quizás sufrir de intrascendencia electoral) o ir en un acuerdo con algún candidato taquillero (y quizás perder identidad a futuro).
Más allá de cómo lilita Carrió lo diga –que no deja de ser importante- y de lo amplio y vistoso de su ataque, hay un punto que plantea que es decisivo: hoy es la oferta opositora la que se encuentra dividida, no el electorado opositor. Y eso es, sin dudas, el combustible de alto octanaje que alimenta la crispación actual.