Tal como marca la historia de Latinoamérica, las interrupciones del orden democrático en la región siempre respondieron a la necesidad de borrar modelos económicos de prosperidad para las mayorías. El golpe de Estado en Bolivia no fue la excepción y la gestión del presidente, Evo Morales, atentó contra grandes intereses en el país hermano.
De acuerdo a un informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), Bolivia terminará el 2019 con el mayor crecimiento del PBI (3,9%), si se lo compara con los principales países de América. Además, en los últimos cinco años, la nación del altiplano registró un crecimiento promedio del 4,6%.
Para el FMI, Bolivia es el país sudamericano con menor tasa de desocupación (4%). En ese sentido, entre el 2005- año de asunción de Morales- y 2017, la desigualdad social se redujo un 25%, mientras que la pobreza se redujo en 25,3 puntos porcentuales.
En 2005 Bolivia era el segundo país con mayor nivel de deuda externa con el 52% del PIB. Para 2018, se convirtió en el séptimo país menos endeudado de Latinoamérica, con 24% de deuda.
En ese contexto, otro de los logros del proceso político que lideró Evo fue contener la suba de precios. En el último año, la inflación fue del 1,7%, lo cual lo convierte en el tercer país con menor tasa de inflación en toda América.
Para comprender el valor simbólico del modelo, la medida más significativa fue la nacionalización de las empresas hidrocarburíferas, que incluyó la creación de impuestos adicionales. Esto elevó los ingresos del Estado hasta un máximo de 82% sobre las ganancias de la producción de hidrocarburos.