En medio de un clima de tensión que no cede entre Estados Unidos y Rusia por un potencial conflicto en Ucrania, el ministro de Economía de Francia, Bruno Le Maire, advirtió hoy que su país y sus socios europeos no deberían ser "arrastrados" por la posición norteamericana, especialmente por sus amenazas alrededor del gasoducto Nord Stream 2, la gran apuesta de Moscú y Alemania para ampliar el transporte de ese recurso cuyos precios han sufrido este invierno fuerte subas.
"Los estadounidenses no enfrentarán las mismas consecuencias que los europeos de un conflicto en Ucrania, especialmente en términos de precios de la energía". No seamos arrastrados por los estadounidenses en una posición que no es la de los europeos", pidió el ministro del presidente Emmanuel Macron, el líder que esta semana viajó tanto a Moscú como a Kiev, la capital ucraniana, en un intento por acercar a las partes y evitar una reactivación del conflicto armado en esa antigua república soviética.
La advertencia de Le Maire en una entrevista con la radio France Inter y el esfuerzo demostrado esta semana por Macron no es casual. Europa aún tiene fresco el recuerdo de la llamada guerra del gas en 2008 y 2009, la culminación de una serie de conflictos comerciales y políticos entre Rusia y Ucrania.
La guerra del gas
Esta confrontación provocó desabastecimiento en gran parte de Europa durante un cruente invierno y forzó a los líderes de ese continente a negociar un acuerdo entre los dos vecinos. Mientras algunos Gobiernos propusieron reducir la dependencia energética de Moscú después de este episodio, Alemania, el motor económico de la Unión Europea, eligió el camino contrario.
Primero negoció y acordó el gasoducto Nord Stream 1 -que desde el Golfo de Finlandia y el Mar Báltico bypaseaba a Ucrania y llevaba directamente el estratégico recurso a Alemania- y, más tarde y pese a las advertencias y hasta sanciones de Estados Unidos, firmó el Nord Stream 2, un ducto que con un trayecto muy similar ya está listo para duplicar el transporte de energía a la principal potencia europea.
El actual presidente estadounidense, Joe Biden, retiró las sanciones contra el proyecto Nord Stream 2 - que será operado por una subsidiaria de la gigante rusa Gazprom- como un gesto a Merkel para resarcir las heridas inflingidas a sus socios europeos por el anterior gobierno de Donald Trump; sin embargo, la estratégica obra de infraestructura sigue molestando a la Casa Blanca.
Por eso, Biden no dudó esta semana en lanzar una amenaza explícita en una conferencia de prensa conjunta en Washington con su par alemán, el flamante canciller Olaf Scholz: "Si Rusia invade -eso significa tanques o tropas cruzando la frontera con Ucrania-, entonces no habrá un Nord Stream 2. Le pondremos fin."
Biden no aclaró cómo le pondrá fin y cuando los periodistas le preguntaron a Scholz, el alemán dejó claro que no era tan tajante como su anfitrión.
"Nos preparamos para estar listos con las sanciones necesarias si hay una agresión militar contra Ucrania. Es parte de este proceso que no informemos todo en público porque Rusia debería entender que podría haber incluso más", aseguró el alemán y una y otra vez esquivó ratificar la amenaza de Biden sobre Nord Stream 2.
Desde hace semanas, la tensión entre Rusia y las principales potencias occidentales no para de crecer alrededor de Ucrania. Por un lado, el presidente Vladimir Putin reclama que la OTAN, una alianza militar creada en la Guerra Fría para frenar el avance del bloque comunista liderado por la Unión Soviética, detenga su expansión sobre sus antiguos aliados soviéticos, muchos de ellos fronterizos, como Ucrania, Estados Unidos y Reino Unido, entre otros, denuncian la movilización masiva de tropas rusas cerca del límite con Ucrania y alertan sobre una nueva invasión.
El conflicto en Ucrania comenzó hace tiempo
En 2014, un levantamiento popular apoyado abiertamente por Estados Unidos y las potencias europeas derrocó al entonces gobierno pro ruso en Ucrania e instalaron uno nuevo que se acercó política y económicamente a estos países occidentales. Apenas unas semanas después, decenas de miles de tropas sin insignias pero con la disciplina que solo tienen los ejércitos regulares se instalaron en la península de Crimea, donde Rusia mantiene su estratégica base naval de Sebastopol, aún tras la caída de la Unión Soviética.
La ocupación militar supervisó un referendum popular express y la península votó a favor que Rusia anexara ese territorio. Las potencias occidentales respondieron con una serie de sanciones económicas y políticas, y la comunidad internacional, incluída Argentina, no lo reconoció.