Todo está listo para que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, viva la semana más crítica -hasta ahora- de su segundo mandato. Primero, este lunes, el Gobierno de su primera ministra, Elisabeth Borne, enfrentará la votación de una moción de censura en el Congreso, que, de aprobarse, marcará el fin de su gestión y obligará al mandatario a elegir a un nuevo Ejecutivo. Segundo, apenas tres días después, el jueves, los sindicatos preparan una nueva jornada de lucha en todo el país contra la reforma previsional, que la semana pasada fue aprobada por decreto, luego que el oficialismo no pudiera garantizarse una mayoría en la Asamblea Nacional.
Cuando Macron decidió el jueves pasado hacer uso del artículo de la Constitución que permite una vez durante cada año legislativo sacar por decreto un proyecto de ley que está trabado en el Congreso, sabía que iba a generar rechazo, ira y, posiblemente, una movilización aún más grande que la que se vio en las calles de todo el país en los últimos meses. Sin embargo, apostó a que la oposición de derecha, Los Republicanos, que comparten su programa económico, no apoyarían una moción de censura y que el Gobierno de Borne podrá sobrevivir, además, a la presión popular, encabezada por los sindicatos.
En los próximos días, se verá si le sale bien esa apuesta.
La primera prueba, la del Congreso, parece la más segura. Nada indica que, por primera vez en 60 años, una moción de censura va a conseguir tumbar un Gobierno en Francia. Macron perdió la mayoría absoluta en las elecciones del año pasado, pero nada indica que se esté forjando una alianza, aunque sea coyuntural, entre la izquierda, la derecha y el centro para conseguir los votos necesarios.
De hecho, los líderes de Los Republicanos ya aclararon que no acompañarán la moción, una decisión que, sin embargo, podría costarles caro en un clima de creciente tensión política. En la ciudad sureña de Niza, la oficina política de uno de estos líderes, Eric Ciotti fue saqueada durante la noche del sábado y quedaron mensajes que amenazaban con disturbios si no se apoyaba la moción. "Quieren, mediante la violencia, presionar mi voto del lunes. Nunca cederé ante los nuevos discípulos del Terror", escribió Ciotti en Twitter.
Es difícil que un número significativo de los legisladores de derecha -no así de la extrema derecha de Marine Le Pen- esté dispuesto a hacer caer al Gobierno de Borne, al menos por ahora. Pero la incógnita es cuánto puede cambiar el clima político tras la apuesta de Macron de la semana pasada.
Para empezar, la popularidad de Macron volvió a caer al nivel que tenía en plena explosión de las protestas de los chalecos amarillos a principio de 2019. Según una encuesta de Ifop para el diario Le Journal du Dimanche, solo un 28 por ciento de los franceses aprueban su gestión, es decir, cuatro puntos porcentuales menos que el mes pasado, informó la agencia Europa Press. La primera ministra del país tiene apenas un punto más, 29 por ciento.
Desde las cúpulas sindicales sostienen que esta creciente impopularidad se verá reflejada en la nueva convocatoria para salir a las calles el próximo jueves 23. Mientras tanto, muchos sectores mantienen sus medidas de fuerza. Por ejemplo, las refinerías y depósitos de TotalEnergies tenían el 34% del personal operativo en huelga el domingo por la mañana, dijo un portavoz de la compañía a la agencia Reuters.
Las huelgas también continuaron en los ferrocarriles, mientras la basura se amontonaba en las calles de París después de que los trabajadores de la recogida de basuras se unieran a la acción. Solo este sábado, las protestas terminaron con 122 detenidos en la capital, donde el malestar no cede y la represión policial tampoco.