Desde el principio quedó claro que la actual guerra en Europa no es solo un conflicto entre dos partes, Ucrania y Rusia. Algunas potencias como Estados Unidos y la Unión Europea (UE) decidieron jugar fuerte y de manera bien explícita a favor del primero con masivos envíos de ayuda financiera y militar (solo EEUU suma 50.000 millones de dólares), mientras que China apoyó a Moscú con gestos menos grandilocuentes, pero igual de claros. Otros países, potencias regionales, intentaron saltarse la grieta global, sin provocar muchas olas. Mucho se ha hablado de India y otros miembros de los BRICS, como Brasil, pero este domingo quedó al desnudo un jugador silencioso por fuera de este bloque: Arabia Saudita.
Arabia Saudita es un país lejano, la monarquía más grande y poderosa del Golfo Pérsico, de la que poco se sabe realmente en Argentina y, en general, por fuera de Medio Oriente y el mundo islámico. Eso sí, es mundialmente sabido que es uno de los principales productores de petróleo del mundo -el tercero después de Estados Unidos y Rusia- y un férreo aliado de Washington en esa parte del planeta.
Por eso, no sorprende que la empresa petrolera pública Aramco haya aumentado sus ganancias en un 90% en el segundo trimestre de este año por el aumento de los precios internacionales -empujados por la invasión rusa a Ucrania y la lluvia de sanciones impuestas luego por las potencias occidentales a otro de los mayores productores de energía del mundo-; pero sí sorprendió que uno de los principales holdings inversores del país, que además está vinculado con la monarquía, haya volcado unos 500 millones de dólares en las tres energéticas más importantes de Rusia justo antes y después de la invasión de febrero pasado.
Una inversión no convencional
Este domingo, Kingdom Holding, uno de los grandes inversores más conocidos de Arabia Saudita, informó que apenas dos días antes de la invasión rusa a Ucrania, es decir el 22 de febrero pasado, hizo la primera y más importante inversión de 364 millones de dólares a Gazprom, la empresa energética más grande y rica de Rusia, y la misma que hoy está en el ojo de las sanciones y de la disputa por el presente y futuro del suministro de gas a Europa.
Un análisis benevolente podría sostener que el holding saudita apostó a que no habría conflicto armado. Después de todo, la mayoría de los analistas internacionales en aquel momento no creían que Rusia invadiría de manera masiva Ucrania y avanzaría más allá de la región oriental y su lucha separatista. Sin embargo, según reveló el grupo saudita, en marzo continuó inyectando dinero a empresas bandera del sector energía de Rusia: Rosneft y Lukoil.
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Las tres empresas están sancionadas por Estados Unidos o por la UE, o por ambas, e incluso la masiva ofensiva de las potencias occidentales provocó que algunas de sus empresas insignia de energía, como BP y Shell para Reino Unido, abandonaran su participación en Rosneft y Gazprom, respectivamente, a finales de febrero, cuando Kingdom Holding continuaba invirtiendo.
Lejos del ojo atento de la opinión pública de Estados Unidos y Europa, el poderoso holding saudita apostó, sin embargo, por los balances financieros y la suba de commodities, pronosticada de manera unánime por todos los analistas en el momento en que el primer avión militar ruso entró al espacio aéreo ucraniano. Y, en términos de cifras, tuvieron razón: pese a las sanciones, las empresas de energéticas marcaron ganancias récords por el alza de precios. Incluso, las compañías rusas consiguieron rápidamente formas de redirigir el crudo que ya no enviaba a sus ahora ex socios occidentales por el embargo a nuevos compradores, por ejemplo, India y China.
Ahora que su inversión se hizo pública resta ver cómo reacciona Estados Unidos, su principal socio internacional. Sin embargo, si algo demuestran los últimos meses es que tanto Washington como Bruselas han comenzado a priorizar una mirada más pragmática en su confrontación con Rusia y están dispuestos a aprobar o decretar excepciones para ellos mismos y para sus aliados para evitar mayores consecuencias económicas y, especialmente, una temida recesión global el año próximo.
Kingdom Holding, la monarquía saudita y Putin
La mayoría accionaria del holding saudita está en manos del príncipe Alwaleed bin Talal, un multimillonario conocido en el mundo de los negocios que saltó a la fama cuando en 2017 fue uno de los familiares detenidos de manera irregular en un hotel cinco estrellas en Ryad, la capital del reinado, por el príncipe heredero y el hombre que todos creen que realmente dirige el país, Mohamed bin Salman.
Estuvo tres meses retenido allí, acusado de lavado de dinero y corrupción, y recién pudo salir cuando firmó un acuerdo. Nunca se supieron los detalles, pero otros de los detenidos en la gran purga palaciega dijeron haber transferidos fondos y activos al Gobierno y éste informó luego que había incautado 100.000 millones de dólares de bienes y activos originados ilegalmente.
La única información oficial es que en mayo, es decir, dos meses después de la inversión de 500 millones de dólares a tres de las principales empresas de energía rusas, el Fondo de Inversión Público, el fondo soberano del Estado saudita, compró el 16,8% del paquete accionario del Kingdom Holding.
Y un mes después de esa compra y apenas una semana después de la visita de Joe Biden a Arabia Saudita, el príncipe heredero Bin Salman habló por teléfono con el presidente ruso, Vladimir Putin, para discutir la "importancia de una mayor cooperación en la OPEP+", la organización de los productores de petróleo en la que se discute y define el nivel que tendrá la producción global del crudo y, por ende, de cada país.
Según el comunicado posterior a la llamada telefónica, también hablaron sobre la cumbre tripartita que Putin había mantenido con sus pares de Turquía e Irán hacía poco. El dato tampoco es causal. En esa misma época, el Gobierno de Biden había denunciado que Irán planeaba vender drones armados a Rusia para la guerra en Ucrania.
No es un secreto que Bin Salman se siente más cómodo con Putin que con Biden. Después de todo, el estadounidense lo acusó públicamente de ordenar el asesinato de un periodista saudita con residencia en Estados Unidos en el consulado saudita en Estambul en 2018. Sin embargo, tampoco es secreto que en la política los intereses pesan más que las afinidades personales. Por eso, Biden viajó a Riad cuando los precios de los combustibles empujaban la inflación y hacían temer una derrota histórica en las próximas elecciones legislativas de noviembre y, por eso, Bin Salman lo recibió sonriente.
La alianza sigue intacta, pero el ambicioso príncipe parece haber aprendido algo sobre el peso de las potencias regionales cuando las superpotencias entran en crisis.