Un mes después de que el volcán Cumbre Vieja entrara en erupción en la isla española de La Palma, Culberta Cruz, su marido y su perro, empujados por la lava y las cenizas a hacer de una pequeña caravana en un aparcamiento su vivienda, no ven el final de su calvario.
"Estoy cansada, muy cansada. (...) Pero ¿quién lucha con la naturaleza?", dijo Cruz, de 56 años, que trabaja en la cocina del hospital de la isla, sentada en una silla de camping.
Su marido, el bananero Tono González, estaba tirando de varios cables eléctricos y mangueras de agua para conectarlos al vehículo, mientras el bulldog francés miraba. La pareja lleva un mes viviendo en el pequeño vehículo de acampada, limpiando constantemente la ceniza volcánica de su carrocería.
"Un día explotaba allí, otro día sacaba otra boca por allá. Esto es una angustia, un vivir con miedo, rezando ver si se apaga y todo se termina", dijo Cruz. "Y es mucha tristeza para la gente que ha perdido sus casas".
Las corrientes de lava al rojo vivo han engullido casi 800 hectáreas de terreno, destruyendo unos 2.000 edificios y muchas plantaciones de plátanos desde que comenzó la erupción el 19 de septiembre. Más de 6.000 personas han tenido que abandonar sus hogares.
Los vulcanólogos han dicho que no pueden predecir durante cuánto tiempo seguirá expulsando lava el volcán.
Tras recibir la orden de evacuación, Cruz y González se alojaron primero en la granja de un pariente y luego llevaron la caravana al aparcamiento, donde pudieron conseguir agua fresca y un poco de electricidad. Ahora están buscando alquilar un apartamento que acepte mascotas.
"El volcán se debía parar ahora mismo, por parte mía. Pero lo que hay que saber es cuándo se para, porque no lo sabemos nadie. Ese es el problema", dijo González.
Añadió Cruz: "El futuro es sacar lo que tenemos ahora, que todo se termine y volver a la vida de antes. Aunque sea más difícil, pero volver a lo de antes".