Gracias a Katz, Cósero y Chiarino se humaniza un texto frío del francés Pascal Rambert

13 de agosto, 2022 | 13.45

(Por Héctor Puyo) “Clausura del amor", del dramaturgo francés Pascal Rambert, dirigida por Silvina Katz y estrenada en el porteño teatro Payró, se ofrece como una muestra paradigmática de dos características de la escena vernácula: la presencia de textos foráneos y la capacidad de puestistas y elenco local para dotar de carnadura a escritos cuya principal virtud es su procedencia.

En este caso, “Clausura de amor” es una de esas obras que invitan a reflexionar acerca de los textos importados y la oportunidad de su inserción en las carteleras locales, cuando trabajos de autores argentinos de igual o mayor valía se ven imposibilitados de acceder a un escenario.

Es también otro ejemplo de la calidad de los artistas del país, de cómo una dirección inspirada logra transformar en materia escénica un texto que parece haber sido elaborado desde el artificio y de cómo dos intérpretes pueden meterse en la piel de arquetipos fácilmente ubicables y transformarlos en personajes de real verosimilitud a fuerza de sensibilidad y talento.

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El llamado "teatro posdramático" se ha utilizado en numerosas oportunidades, por lo menos desde las dos últimas décadas en la escena local, en ocasiones con buenos resultados, pero al eliminar el diálogo tradicional entre los personajes, su mecanismo va por otros carriles: hay que atender a quien habla durante largas parrafadas pero también, por lo menos en este caso, a quien soporta las contraescenas.

Esa misión está en un principio a cargo de la sensible Cecilia Cósero, quien debe sobrellevar la perorata de Mateo Chiarino durante algo así como media hora; ambos interpretan a dos actores y por eso el juego entre la "realidad" y la ficción es realmente interesante por sus pequeñas trampas, y es en esa primera parte donde la mujer escucha justificaciones, agresiones, actitudes autoritarias, muestras de infantilismo.

Es él en apariencia quien decide que la relación cumplió su ciclo y terminó, que el erotismo que los unía ya no existe, que ella ya no es quien deseaba, y la transforma en una suerte de muñeca que, muda, va cargando de respuestas su interior casi sin inmutarse, apenas observándolo con indulgencia, mientras él desparrama su energía de macho en forma casi gimnástica, recorriendo el escenario en plena furia.

Cuando el hombre comienza su alocución, confundido, tratando de encontrar las palabras que justifiquen lo que la mujer ya sabe que va a decir, ella está en un segundo plano, en el camarín del teatro donde actúa, probando su maquillaje frente al espejo, pero en cuanto ingresa propiamente a escena él le desprende con violencia una trenza artificial que lleva puesta.

Si bien en la mayor parte de la obra ambos personajes permanecen alejados, con alguien que habla y alguien que escucha, hay algunos pasajes donde la pareja parece recuperar cierto erotismo, hay vínculos físicos y juegos casi coreográficos, pero ese despojo de la trenza marca un punto simbólico, brutal, el de mayor trascendencia, de cómo irá la cosa.

Rambert, nacido en 1960, es también director teatral y coreógrafo y ganó muchísimos premios de la Academia Francesa, el sindicato de críticos de su país y del Centro Nacional de Teatro, lo que pone en evidencia que los reconocimientos o las entidades que los otorgan parecen no encajar con los criterios criollos, tanto por las formas como por los contenidos, por lo menos para quien firma.

"Clausura del amor" plantea las visiones antagónicas de esa pareja treintañera -él actor, ella actriz- con el bendito método de la exposición verbal frente al público, si bien sus parlamentos se atienen a la más llana expresión cotidiana y no añaden giros recordables -y eso no es culpa de la traductora Laura Pouso-; a lo sumo Rambert practica una suerte de pornografía verbal que Eduardo "Tato" Pavlovsky experimentó en su última obra, "Asuntos pendientes" (2013), y que ya no llama la atención. Antes lo hizo Edward Albee en "La cabra" (2002), conocida en Buenos Aires en 2012.

Lo que no cuaja, lo que no atrapa, es la neurosis sin pasión para personajes que por edad deberían tener las hormonas en ebullición; no aparece ni una duda sobre la propia sexualidad en el varón, que es el que decide. El motivo del desinterés en la pareja es el hartazgo por el hartazgo mismo, algo llamativo en personas que por su profesión suelen jugar con los los sentimientos y los límites, en ese ámbito tan propicio para la ambigüedad persona-personaje.

La tarea de la directora Katz es la de darle visualidad al espectáculo que se desarrolla en un escenario casi desnudo, por momentos excesivo para ambos protagonistas, y cuyo transcurso se interrumpe en oportunidades con apartes al público o indicaciones a los técnicos como para recordar que se está en una sala teatral, y que quizá se trate de un ensayo.

Katz se enfrenta además con un texto que con asiduidad gira en falso, se repite, no promete novedades -y que podado en unos 15 minutos no perdería congruencia-, que la obliga a tramar desplazamientos y, por sobre todo, a que la catarata de palabras se haga carne en los intérpretes, los humanice y transforme el vínculo en convincente.

Cósero y Chiarino dan unos trabajos contundentes -con la curiosidad de que ambos son montevideanos, ya con importantes incursiones en la escena porteña-, sometidos a la memorización de esas larguísimas parrafadas y a los interminables momentos de silencio e introspección, toda una prueba para cualquiera que esté en un escenario.

"Clausura de amor" se ofrece en el teatro Payró, San Martin 766, los sábados a las 21.30.

Con información de Télam