Habiendo ocurrido en estos días la partida del expresidente Carlos Menem, me invade un recuerdo de principios de la década del 90. Siendo militante peronista y un cuadro técnico en formación, cuestionaba las reformas de mercado que se estaban implementado y la respuesta invariable que recibía de los dirigentes era. “¿Te quedaste en 1945? El mundo cambió y hay que abordar las transformaciones”.
La respuesta no convencía y me negué a convalidar a ese peronismo en clave neoliberal. Comencé a transitar los espacios de centroizquierda en busca de alternativas. Me sumé al trascendente instituto de investigaciones económicas de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) comandado por Claudio Lozano y, FrePaSo mediante, integré el Gobierno de Aníbal Ibarra en la Ciudad de Buenos Aires hasta su derrocamiento.
La llegada de Néstor y Cristina me devolvió a ese peronismo que tanto quise desde chico, cuando mis padres pincelaban en las cenas familiares el bienestar nunca antes conocido que había irrumpido en 1945.
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En esos doce años inolvidables, Néstor y Cristina pugnaron por construir una democracia de masas, procurando alcanzar dos objetivos: elevar el piso de ciudadanía ampliando derechos e ingresos para el pueblo y, a la vez, levantar las restricciones que los agentes económicos más poderosos imponían al pleno ejercicio de esa ciudadanía potenciada.
En un tiempo como el presente de tanta aversión al conflicto, las batallas de esa época en pos del reparto de la renta agropecuaria, contra los abusos del capital financiero, por la democratización y transparencia de un poder del Estado como el Judicial o para desmonopolizar los medios de comunicación, se tiñen de gloria y épica, más allá de sus resultados inmediatos.
Cristina en su discurso medular en el Estadio Único de La Plata afirmó: “No estoy diciendo nada que no se pueda hacer. Con doce años y medio en la República Argentina lo hicimos. Y por eso, además de por la unidad, volvimos”. Y esta aseveración nos devuelve al título de la columna: ¿Por qué no se puede volver al 2015? O con mayor precisión: ¿Qué cambió en el mundo y en la Argentina para tildar a esa experiencia de históricamente obsoleta?
Comenzando por el escenario internacional, los límites más severos en términos de margen de maniobra del Gobierno nacional se sitúan en nuestra Suramérica.
La firme entente Buenos Aires-Brasilia que caracterizó a la primera década y media de nuestro siglo, que irradió un proceso de integración continental cuya máxima expresión fue la constitución de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), hoy está disuelta y restringe la capacidad de acción política y económica de Argentina tanto en la región como en el mundo.
La ausencia de Brasil como socio comercial y político es una falencia severa para el desenvolvimiento de Argentina. El intercambio bilateral descendió de u$s43.200 millones en el 2011 a u$s20.500 millones en el 2019, marcando con cifras el divorcio entre ambas naciones, situación que se agrava en el plano político con la llegada de Jair Bolsonaro a la Presidencia del país hermano después del derrocamiento de Dilma y el encarcelamiento de Lula.
Ahora bien, a escala global el recorrido es inverso: la multipolaridad se reafirmó. La potencia económica de China y el poder militar de Rusia han equilibrado la hegemonía occidental de un modo que no estaba presente desde el fin de la Guerra Fría. América del Norte y la Unión Europea han sufrido reformulaciones de sus tratados de integración económica a consecuencia de sus crisis internas no resueltas desde el “crack financiero” del 2008. La modificación del NAFTA por el más proteccionista T-MEC y el cimbronazo para la UE que significó el BrExit británico son ejemplos nítidos del cuadro complejo que los surca.
Desde hace una década, la presencia de China en Argentina ha venido creciendo no sólo por el comercio bilateral, sino por el swap de monedas que sustenta casi el 40% de nuestras reservas internacionales en el Banco Central y el proyecto de construcción de las represas hidroeléctricas en Santa Cruz que constituye la inversión más grande que tiene el país en cartera. La comercializadora estatal china COFCO tiene el 10% del mercado granario externo argentino.
Están conformadas las condiciones para articular una relación bilateral Estado-Estado para organizar los tres elementos que ya se encuentran presentes en el vínculo chino-argentino: comercio, finanzas e inversiones. Rusia, por su parte, ha enviado una señal clara de construir una relación estrecha con nuestro país al enviar las partidas de vacunas imprescindibles para iniciar el plan de vacunación anti-Covid.
Argentina tiene características estructurales para consolidar lazos provechosos con el bloque más dinámico que ha emergido en el mundo poscrisis de 2008, equilibrando la ausencia de Brasil como soporte de mayor autonomía en el plano global.
La pandemia ha provocado que las principales economías del mundo hayan avanzado en políticas monetarias y fiscales muy expansivas. Eso se tradujo en una enorme liquidez mundial que colabora en los procesos de reestructuración de deudas y en la suba de los precios internacionales de los alimentos, producto exportable argentino por excelencia.
La situación interna ha sido drásticamente modificada por el macrismo y la pandemia obligó a frenar todos los planes de reversión de esa nefasta herencia. No obstante, hay que rescatar dos aspectos positivos que crean condiciones para avanzar hacia una recuperación sólida: se ha logrado reestructurar la casi totalidad de la deuda pública con el sector privado, bajando sensiblemente la carga de intereses y alejando los vencimientos al 2025 y, en simultáneo, los precios de los productos primarios que exporta la Argentina verifican fuertes y sostenidos aumentos desde el 2020 (soja=45,3%, maíz=34% y trigo=30,6%).
Sin presión de divisas en el plano financiero por la renegociación de la deuda pública y con los precios internacionales de los productos primarios, la situación del sector externo, indispensable para estabilizar la economía doméstica, promete ser holgada por los próximos años. Hasta ahora, los efectos han sido negativos porque el Banco Central ha perdido u$s-5.400 millones de reservas y los precios internos de los alimentos se han visto impulsados a la suba por el cuadro internacional descripto. Eso debe modificarse con decisiones de política económica.
La apretada reseña intenta situar las principales fortalezas y debilidades del contexto global y nacional del presente en perspectiva del vigente hace un lustro atrás. Las situaciones no se recrean simétricamente. Hay ventajas objetivas que ofrece el actual escenario que, de explotarse, pueden permitir el retorno a un modelo de elevación del nivel de vida e inclusión de los argentinos y argentinas, similar al dejado atrás. En definitiva, de eso se trata.
Me inquieta formular algún cuestionamiento y recibir como respuesta: “¿Te quedaste en el 2015? El mundo y la Argentina cambiaron, hay que abordar las transformaciones”.