El informe de evaluación expost que publica el mismo FMI sobre el préstamo stand-by otorgado a la Argentina en el 2018 por 57 mil millones de dólares, hace hincapié reiteradamente de la excepcionalidad sobre la cual fue otorgado el mismo. Excepcional en al menos tres aspectos: magnitud, tiempos y forma.
En magnitud, el préstamo otorgado multiplica la cuota de Argentina en el fondo por 1227%, generando un monto brutal de sobretasas (de 200 a 300 puntos básicos más sobre la tasa base), ya que el monto máximo del préstamo debería haber sido 187% del valor de la cuota, lo que equivaldría a 8.490 millones de dólares. En tiempos, porque fue otorgado rápidamente con escasa participación del directorio. Y en su forma, ya que se otorgó un stand by, sobre supuestos problemas de liquidez cuando el problema era de mediano y largo plazo, dejando que se utilice la mayor parte de los fondos prestados para pagar a quienes vinieron a timbar al país.
Frente a esta excepcionalidad, sumado a los efectos de la pandemia del COVID-19 en las economías emergentes del mundo, el gobierno argentino ha solicitado que el FMI asuma su corresponsabilidad sobre el préstamo mal otorgado y principalmente impagable. Esto, que para muchos parece una quimera revolucionaria o un sueño de hadas progresista, en realidad implica simplemente que el FMI ceda en el proceso de reestructuración, mejorando las capacidades de repago gracias a un programa efectivamente de crecimiento económico.
Ahora bien, una reestructuración de deuda pública implica modificar plazos, tasas o monto de capital. Hasta ahora, pareciera que hay acuerdo sobre la modificación de plazo, ya que se pasaría de un crédito stand-by a uno de facilidades extendidas por un plazo de 10 años. En cuanto a tasas, existe una discusión sobre la sobretasa cobrada por el FMI, y que ya ha sido denunciada hasta por acreedores externos privados. Pero no hay, ni hubo, discusión sobre los montos de capital.
Como es sabido, cuando se contrae con organismos multilaterales, se incorpora a la reestructuración de las condicionalidades o programa económico. Recordemos aquí el memorándum de entendimiento firmado por Macri con el FMI, el cual incorporaba como garantía de repago nuestros propios recursos naturales, y exigía la reforma laboral, la reforma previsional, entre otros elementos de desmantelamiento de nuestro estado benefactor. Este memorándum quedó enterrado gracias a la suspensión del programa al asumir el nuevo gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, y de iniciar su renegociación.
Pero por supuesto, con o sin memorándum, el préstamo sigue siendo impagable. Entonces la reestructuración resulta inexorable. Ahora bien, pensemos un segundo sobre una posible quita del capital (o haircut en la jerga financiera).
Por supuesto, la forma más abrupta de poner la quita sobre la mesa es directamente con la cesación de pago, o defaults. Este mecanismo no es nada nuevo. Desde la Primera Guerra Mundial se tienen registros. Pero se puede acordar quitas de capital en los procesos de reestructuración, los cuales fueron muy populares luego de la Segunda Guerra Mundial, para evitar una crisis aún mayor.
Carmen Reinhart, quien fuera economista jefe del FMI y hoy economista del Banco Mundial, ha demostrado, considerando la historia de las deudas soberanas en el mundo occidental, que los países que consiguen obtener una quita (o haircut) en sus deudas externas consiguen una recuperación económica más rápida, mayores niveles de crecimiento económico.
Por un lado, el trabajo preliminar publicado por ella y Rogoff en 2013 por el mismo FMI, observa los comportamientos en los procesos de reestructuración de deuda de las economías avanzadas, motivados por la crisis financiera del euro. Los autores reconocen que el peso de la deuda externa es una traba al crecimiento económico y a una rápida recuperación, y admiten que las políticas de austeridad no son suficientes para aliviar el peso de la misma deuda con respecto al producto.
En otra investigación, publicada en junio 2015, Reinhart y Trebesch se preguntan si los países con altos niveles de endeudamiento y dificultades de repago no deberían recibir una condonación de la deuda. Encuentran que efectivamente, la reducción de la deuda externa, ya sea gracias a procesos de default o de reestructuración, permite un mayor crecimiento. Así, los países avanzados que durante la década de los 1930 recibieron quitas entre el 21 y el 43% del PBI, crecieron en promedio un 20% del PBI en los cinco años siguientes. Por otro lado, las economías emergentes que durante 1978 y 2010 que recibieron quitas de entre el 16 y el 36% del PBI crecieron en términos reales un 11% de su producto los cinco años subsiguientes.
Cabe mencionar que el estudio se realiza sobre acreedores privados y no multilaterales. Dato no menor, ya que el FMI no ha aceptado nunca una quita. De hecho, en febrero del 2020 la misma Kristalina Georgeva recordaba que no puede ofrecer un haircut a la Argentina. Y en casos anteriores, como la quita de la deuda en Grecia, el FMI acompañó la propuesta de quita sobre otros acreedores, pero no sobre su préstamo.
Ahora bien, la clave está en efectivamente entender la magnitud del problema. En el 2022, Argentina debería pagar a organismos multilaterales 28.000 millones de dólares y el año próximo de 30.000 millones, entre capital e intereses. No hay ajuste que permita ese pago. Entonces, si nadie niega que el programa firmado por Mauricio Macri sea inviable, la pregunta es si no puede el FMI excepcionalmente considerar un haircut, dada la excepcionalidad de la forma, tiempo y magnitud en la cual se otorgó el crédito. Una quita de deuda permitiría apalancar significativamente el crecimiento, como está demostrado por sus propias economistas.