Lionel Scaloni mueve copas de vidrio sobre una mesa que finge ser una cancha en un modesto bar en el centro de La Coruña, en la región de Galicia, España. Está armando un esquema ofensivo. Las mueve una y otra vez. Ahora desplegando un movimiento defensivo, y sólo se detiene cuando ve que el periodista enfrente suyo le mira, sorprendido, sus ojos encendidos. La situación se dio en diciembre de 1997, tenía 19 años y solo habían pasado dos semanas desde su arribo a la ciudad portuaria directo desde Pujato, el pueblo de Santa Fe donde nació, creció y aprendió a vivir del campo como su padre. Deportivo La Coruña se transformó en su nuevo lugar en el mundo, un club humilde que en sus 91 años de vida nunca logró una liga local y que sufre por permanecer en la élite. El mismo club con el que, nueves años después, alcanzará la gloria y conformará una relación para toda la vida.
Ganas de comerse el césped. Así definió su llegada al “Depor”. Su paso por Newell’s Old Boys, Estudiantes de La Plata y su protagonismo en el título del Mundial Sub 20 de Malasia con la Selección Argentina dan evidencia de su declaración. Sin embargo, su debut frente a Sporting de Gijón llegó con espinas: el 4 de enero de 1997, en el Estadio Riazor, frente al lugar donde vive junto a su hermano, Scaloni hizo su estreno como titular. A los 2 minutos de juego, tras una jugada fortuita, el arquero local Jacques Songo'o cometió una falta que derivó en su expulsión. El entrenador, José Manuel Corral, que está en la cuerda floja, saca a Scaloni en lugar del portero suplente. Tras una victoria reñida 2-1, Scaloni agarra el micrófono y, sin sonrojarse, expone la madera con la que está hecho después su inicio frustrado: “Jodido, no he venido a robar la plata”.
Javier Iruretagoiena Amiano, más conocido como “Javo” Irureta, es un entrenador vasco de pura cepa que pronto se convertirá en un gallego más. Llega directo desde el Celta de Vigo, el rival de toda la vida, para hacerse cargo de un “Depor” golpeado para la temporada 1998-1999. La primera campaña sienta las bases de lo que será el “Súper-Depor”. Al año siguiente, sucede el milagro: Deportivo La Coruña se consagra campeón de la liga española por primera vez en la historia. Un jugador multifacético se erige en el torneo. El brasileño Mauro Silva, el relojito del equipo con la estirpe de Casemiro pero de ese tiempo, se lesiona e Irureta no concilia el sueño al no encontrarle reemplazante. Apenas se conoce el tiempo que Silva estará fuera de las canchas, Scaloni, un volante que deja un surco por la banda derecha, le ofrece el mejor tranquilizante a su DT: “Míster, deme todos los videos que haya disponibles de Mauro. Aprenderé su función y ocuparé su lugar”.
El campeonato de 1999-2000 le da una oportunidad histórica al “Depor” al año siguiente: jugar la UEFA Champions League ante gigantes de Europa, donde uno de los rivales del Grupo E es la Juventus. Tras igualar 1-1 en el debut frente a Panathinaikos en Grecia, la segunda fecha es el 19 de septiembre del 2000 contra el duro Hamburgo alemán, de defensa férrea y juego brusco. El partido parecía decretado en finalizar en igualdad en 1, pero la fe del jugador auxilio mueve más que montañas: a los 93, Scaloni, con la número 12 en espalda, deambulando en el área, cambia el destino con su gol al darle la primera victoria de la historia en la competición. Sus palabras, otra vez, no encuentran mejor claridad: “Cerré los ojos y le pegué con el alma”.
Los éxitos de la mano de Irureta no cesan y la dimensión del próximo hito es directamente proporcional a arruinarle la fiesta al Real Madrid, el club más laureado de España y uno de los más poderosos del mundo. El 6 de marzo del 2002, el Estadio Santiago Bernabéu se viste de gala para la final de la Copa del Rey entre el Madrid y el “Depor”, el mismo día que la “Casa Blanca” festeja los 100 años de vida. Con un plantel plagado de estrellas, al que se lo denominó los “Galácticos”, todo está preparado para un triunfo holgado ante los del norte. Pero el equipo de “Javo” vuelve a dar el golpe, se llevan el partido 2-1, y con ello el mote del “Centenariazo”, lo que para muchos hinchas gallegos significa la victoria más importante desde el nacimiento del club. Scaloni, una de las figuras de la noche, ahora levanta y mueve una copa de más de un metro y que pesa más de tres kilos, en el mismo bar modesto y con los mismos ojos encendidos de cuando llegó.
Scaloni, el engranaje final para la conexión del seleccionado de Pekermán
Un papel circula de mano en mano entre los integrantes del cuerpo técnico de la Selección Sub 20 durante un entrenamiento en el predio de la Asociación del Fútbol Argentino, en Ezeiza. Los dos amistosos ya disputados, y los tres que faltan a 25 días del inicio del Mundial de Malasia 1997, dejan certezas y una preocupación principal: cómo darle equilibrio a un equipo que disfruta de la magia de cracks pero que, a la vez, sufre en el retroceso por la misma razón. En charla con El Destape, Gerardo Salorio, el preparador físico de ese equipo, contó que los había apodado como "Los Caballeros de la Angustia". Eran capaces de hacer goles en diez minutos, que se lo den vuelta y terminar ganándolo 5-4. Una vorágine peligrosa para una competencia como la Copa del Mundo que no perdona errores. El nombre que aparece en el papel es el de Lionel Scaloni, un chico de 18 años que juega como volante en Estudiantes de La Plata.
En la misma conversación, Salorio contó que en aquel momento se dio "cuenta de que podía ser un técnico en el futuro porque veía muy bien el fútbol, que él le aportó a ese equipo lo que le faltaba". Con una forma clara y directa para jugar, también reveló: "Le daba balance al equipo y le daba alegría al grupo. Que tiene mucho que ver su llegada a la selección mayor: a parte de buen jugador, carácter". Y añadió: "Era armonioso, no destacaba más allá de lo debido".
Sólo dos partidos a pocos días del Mundial le bastan para meterse entre los titulares y darle el equilibrio buscado. Además de su carácter y entrega dentro del campo de juego, hay otra virtud en él que llama la atención en las entrañas del plantel: contagia alegría. Luego de pasar la fase de grupos y superar en octavos de final a Inglaterra, siempre con Scaloni de titular, es el turno de Brasil, uno de los máximos candidatos. Sin embargo, los dirigidos por José Néstor Pekerman se lucieron con el equilibrista como figura. A los 79 minutos, Scaloni abrió el marcador después de un jugadón por derecha, que incluyó un enganche casi sobre la línea final y un disparo directo a la ilusión que metió a Argentina en semifinales.
Ya instalado entre los cuatro mejores del torneo, con Juan Román Riquelme, Pablo Aimar, Bernardo Romeo y Esteban Cambiasso como otros estandartes, Argentina vence a Irlanda para lograr el objetivo prioritario, que es llegar a la final. El rival es Uruguay, un vecino regional con buenos talentos; el final es la coronación del sueño, un triunfo 2-1, con Scaloni entre los mejores de la cancha. Al dorso del papel que había aparecido en la previa de Malasia, ahora se sumó una frase que el propio Preparador Físico recordó 25 años después: "Scaloni es el Beethoven de la selección, no se equivoca en ninguna nota".