Chester Mornay Williams corre en una cancha de tierra en los suburbios de Ciudad del Cabo, una de las tres capitales de Sudáfrica. Es septiembre de 1980, tiene 10 años en pleno Apartheid, un conjunto de leyes que se establecieron en el territorio para crear un sistema desigual y discriminatorio hacia la población negra e india. Es la primera vez que se desliza con una pelota ovalada en sus manos, sin imaginar que, 15 años después de aquella mañana, Nelson Mandela lo escogería como símbolo del "One team, one nation", el lema que unió a un país a través de la paz y el deporte.
El Mundial de 1995 marcó un antes y un después en Sudáfrica, una tierra que todavía sufría el racismo y la violencia hacia personas negras pese a que el Apartheid había finalizado oficialmente en 1992, tras 44 años. La segregación, que iba desde la prohibición a votar, vivir en zonas alejadas de los blancos, tener salarios menores, no viajar en el mismo transporte público ni acceder a mismos centros educativos, entreo otras, fueron medidas impuestas por los descendientes de los colonos europeos, que querían mantener sus privilegios frente a la población autóctona. Pero Mandela, 27 años encarcelado por ser un activista contra el Apartheid, cambió el paradigma luego de ser elegido presidente, en 1992.
El símbolo Chester Williams en el Mundial 1995
La organización de la Copa del Mundo significó algo aún más potente que recibir un evento de semejante naturaleza. Los Spingboks, seleccionado sudafricano, volvieron a competir luego de varios años de estar suspendidos por el Apartheid. Aprovechando la expectativa que había por una parte de la población por el Mundial, Mandela observó que era una oportunidad histórica para acercar a las personas negras y blancas, un bálsamo de paz tras más de cuatro décadas de oscuridad y terror. Aunque los meses previos al torneo el país no estaba encolumnado detrás del equipo nacional de rugby por ser símbolo de la minoría blanca e, incluso, había estado vedado para los negros, el presidente detectó que Williams, único negro del equipo, despertaba la esperanza de la raza de un país.
En la película Invictus, que recobra los días de aquel año, hay una escena verídica que retrata el clima que se vivía: Morgan Freeman, en el papel de Mandela, visita la concentración de los Boks y, tras bajar de un helicoptero, saluda uno por uno los jugadores del plantel y, tras percatarse que no se encontraba Chester, le comunican que su presencia en el Mundial corría peligro por una lesión en el ligamento de la rodilla. Pese a la preocupación de Mandela, debido a que Williams nop estaría disónible para los primeros partidos, el Coach lo convocó y recién pudo debutar en cuartos de final: aquel 10 de junio, "La Perla Negra", como apodaban al wing, marcó cuatro tries en la victoria frente a Samoa, en Johannesburgo, y la celebración fue doble por su actuación.
Para la semifinal, Sudáfrica debía enfrentar al poderoso Francia comandado en el juego por el apertura Thierry Lacroix. Con sus responsabilidades propias de presidente, Mandela no pudo concurrir al encuentro y, en plena reunión con su gabinete, detuvo su actividad para festejar el triunfo ante los europeos, que le dio el pasaje a la final para enfrentar a Nueva Zelanda. Más allá de que Williams no fue autor de ningún punto, fue clave para el cobro de dos penales que le permitieron a los africanos ponerse por encima del marcador y defender el resultado hasta la finalización.
En la histórica final disputada en el mítico Ellis Park de Johannesburgo, con más de 60 mil personas en las gradas, Mandela se hizo presente en el estadio y realizó una jugada maestra. Minutos antes del pitido inicial, saludó a los jugadores de Sudáfrica y los All Blacks, pero reparó en uno de manera particular: se detuvo en Jonah Lomu, la estrella mundial del rugby por aquel entonces, de una potencia excepcional, y le dedicó algunas palabras. Tiempo después, reconoció que se trató de una estrategia para intimidar al wing, quien practicamente no tuvo protagonismo en el encuentro definitorio.
El partido fue reñido y debió llegar hasta el tiempo extra, hecho que se daba pro primera vez en la historia en una final mundialista. Allí, con un drop inolvidable de Joel Stransky, el apertura figura de los Boks aquella tarde, Sudáfrica se terminó llevando mucho más que el Mundial por 15-12. Fue el inicio de un cambio en la sociedad sudafricana para comenzar a dejar atrás el Apartheid a partir de la injerencia de Chester Williams en un equipo, quien fue el que abrió las puertas para que hoy los Boks sean un equipo con blancos y negros.