Cinco días después de que Rusia invadiera Ucrania a fines de febrero, el actual número ocho del mundo del ranking de la ATP, Andrey Rublev le ganó al polaco Hubert Hurkacz en el abierto de Dubai. El ruso de 24 años tomó un marcador, miró a la cámara y firmó: “No war, please”. Casi dos meses más tarde, en esta semana, la organización del torneo de Wimbledon tomó la decisión de prohibirle a él, a sus compatriotas y a todos los tenistas bielorrusos participar de la próxima edición del certamen en el marco de las sanciones impuestas a esos países.
En estos últimos dos meses, la mayoría de las asociaciones deportivas del mundo se sumaron a la prohibición en las competencias de los participantes rusos. Desde la movida de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) que inmediatamente canceló el gran premio de Sochi -en suelo ruso- a esta última novedad sobre Wimbledon se sucedieron varios vetos. La descalificación de los equipos en las eliminatorias para el Mundial de Qatar, la prohibición de competir bajo bandera rusa (pedido por el Comité Olímpico Internacional) y la salida de sponsors para los equipos de esas naciones.
Por supuesto, en este festival de prohibiciones a los deportes rusos, la FIFA no se quedó atrás. El mismo Gianni Infantino, presidente de la institución, anunció a principios de marzo de este año que todos las selecciones rusas quedaban descalificadas de las competencias. Entre ellas, el Mundial de Qatar. Ante la lista de sanciones por parte de los dirigentes aparece la duda sobre cómo operarían las federaciones en caso de que la invasión sea por parte de potencias occidentales.
Hace menos de un mes, en el Congreso de la FIFA, el propio Infantino lo dejó más que claro. El periodista ghanés, Gary Al-Smith, le preguntó: “¿Podemos esperar que cualquier país que invada otro país sea expulsado de la FIFA?”. La respuesta: “Depende”. En este tiempo, por ejemplo, Arabia Saudita -rival de la Selección Argentina en Qatar 2022- realizó múltiples bombardeos a Yemen. No obstante, el encuentro entre “Los hijos del Desierto” y el equipo de Lionel Scaloni ya tiene fecha.
Lo llamativo de lo ocurrido esta última semana, es que en todos los casos anteriores la prohibición para los deportistas pasó a través de los órganos rectores de los deportes: las asociaciones o confederaciones. En Wimbledon la tomó directamente la Federación Británica de Tenis (Lawn Tennis Association) que le negó la participación a bielorrusos y rusos. Entre ellos, por supuesto, Rublev, Daniil Medvedev -número 2 del mundo- y la bielorrusa Victoria Azarenka. Al igual que Rublev, ella también se mostró en contra de la guerra. La asociación pasó por encima las recomendaciones tanto de la ITF como de la ATP y WTA. En ambos casos sostuvieron que “es un precedente peligroso” para ella actividad. Sin embargo, la prohibición no es solo para jugadores profesionales, sino también para los juniors: chicos y chicas menores de 18 años.
La situación también sumó una exigencia de los tenistas ucranianos. Los "colegas" pidieron a través de un comunicado a las asociaciones internacionales que se les pregunten a todos los rusos y bielorrusos del circuito que contesten sobre sus opiniones políticas: si apoyan la invasión rusa y si apoyan al régimen (sic) de Vladimir Putin y Aleksandr Lukashenko. En el pedido agregan que, en caso de que alguna de las respuestas sean positivas, se los excluya de todos los eventos internacionales. Esa persecución fue la que tomó, por ejemplo, la Federación Internacional de Natación con el campeón olímpico en Tokio 2021, Yevgueny Rilov, quien fue sancionado por nueve meses de inactividad luego de asistir a una reunión con Vladimir Putin en marzo.
Ahora esa situación se replica en el tenis. La competencia que se disputa en el All England uno de los torneos más prestigiosos y tradicionales del tenis, siempre ha tenido involucramientos políticos a lo largo de su historia. Durante el boicot que se le hizo al deporte sudafricano por el apartheid -el sistema de segregación racial que se instauró en ese país-, el torneo inglés permitió el ingreso -y participación- de jugadores blancos sudafricanos. Uno de ellos, Kevin Curren, llegó a la final del torneo en 1985 y cayó frente a Boris Becker. “No somos dirigentes, somos deportistas”, dijo en una entrevista al New York Times en agosto de ese año. Wimbledon, en ese momento, lo tomó en cuenta.