El "Van Gogh argentino" que se puede ver en el teatro: de la iconografía al escenario

Entrevista a Joaquín Berthold, quien interpreta a Vincent Van Gogh en "Vincen, el loco rojo".

06 de junio, 2024 | 17.39

Ir caminando por las callecitas de Buenos Aires y encontrarse con la oportunidad de ver en vivo y en directo a un Vincent Van Gogh interpretado, desmenuzado y llevado al teatro, no sucede todo el tiempo. Van Gogh es sin dudas uno de los artistas más presentes en nuestra cotidianidad ya que sus obras de arte se han estampado hasta el cansancio en tazas, bolsos, paraguas, mochilas y todo aquello en lo que se pueda plasmar una imagen. Si esta mercantilización feroz vacía o potencia su mensaje, es una pregunta que quedará para otra nota. De momento, dado que toparse con su iconografía es casi inevitable, ¿qué mejor que bucear un poco y tratar de conectar con algo de la profundidad de su alma? Joaquín Berthold interpreta al artista en “Vincent, el loco rojo”.

¿Cómo llegaste a esta obra?

―Mi mamá está, hace algunos años, atravesando una enfermedad difícil. Ella siempre fue una apasionada de Van Gogh y de muy chicos nos inculcó ese amor. A su vez, en términos teatrales, desde que lo ví al "Tato" Pavlovsky sentadito en una silla contando historias, supe perfectamente qué era lo que yo quería hacer en la vida, quería eso.

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La vocación por construir un unipersonal y el deseo de evocar a Van Gogh confluyeron y así nació la obra. Pero del universo vicentiano Joaquín no sólo tomó el tema sino, podría decirse, el método: construir en red. Van Gogh fue un hombre que en todas y cada una de sus cartas expresó la gratitud infinita que sentía por su hermano Theo, sin cuyo sostén económico y emocional, no podría haber sido el artista que fue. Eso ronda este proyecto teatral porque Joaquín decidió construirlo con sus amores más cercanos.

―Le dije a mi hermana, escribime un unipersonal, escribí a Van Gogh que se lo quiero regalar a mamá. Ella lo dirigió, mi hermano hizo las visuales y las luces. Hay una frase que se la rapiño a Javier Daulten que es “yo armo elencos con los que me iría de vacaciones”. Y para mi es eso, mientras más uno quiera a la gente, más uno va a sacar lo mejor. Vincent lo planteaba todo el tiempo, decía que Theo le mandaba plata cada semana, que él la gastaba en pintura, y que su desesperación era poder ser recíproco en ese sentido, el agradecimiento a su hermano aparece en su vida como algo permanente. En contraposición creo que hoy estamos viviendo un momento de la humanidad en que el individualismo es atroz, donde prima la falta de conexión, la falta de encuentro. Para mí el éxito es justamente en base a lo que uno construye en sus vínculos, pero claro, eso implica trabajar. Hoy pareciera que lo más fácil es “soltar” y salir corriendo. Por mi laburo estoy en contacto con la conducta humana todo el tiempo y es algo que me interesa y que observo.

¿Qué aristas justamente de lo humano te permite recorrer esta experiencia teatral?

―Vincent lo que me da es la posibilidad de ser un abanico de estados y emociones. Y esto tiene un impacto en quienes vienen a ver la obra. Siempre lo digo, nosotros no operamos a corazón abierto, no le salvamos la vida a nadie, pero a mucha gente sí le acercamos la posibilidad de conectar con esa vivencia y con esa emocionalidad. Puntualmente para mi lo más fuerte de todo este universo tiene que ver con trabajar el tema de la exclusión. Creo que todos nos sentimos en algún momento excluidos, ya sea de una mirada, de un trabajo, un vacío en la familia, en los amigos. Eso está muy presente en la obra y tiene que ver con el no ser visto. Vincent pintó en 15 años 900 cuadros, pero vendió solo uno y a menos de lo que cuesta un kilo de papa. Sin embargo su causa era tan fuerte, él confiaba tanto en su intuición, que terminó dejando un legado para la humanidad que es maravilloso. Siempre pienso que en sus cartas decía algo así como “Si yo voy a ser bueno mañana, significa que soy bueno hoy.”

La palabra de Van Gogh emociona a lo largo de las décadas, quizá por esa fusión tan humana que tiene que ver con el deseo y la carencia como caras de la misma cosa. Hay en su fragilidad un poder especial, y probablemente algo de eso es lo que imanta.

―Me interesa mucho abordar cierta cuestión existencialista. Cuando dicen “Si cayó un árbol en medio de un bosque, ¿hizo ruido?” Y muchos responden que no porque no había nadie para escucharlo, pienso: que vos no estés ahí para escucharlo, no significa que el árbol no haya hecho ruido. Y que la gente no haya dicho que Vincent fue un artista cuando estaba en vida, no significa que no lo haya sido.

La reflexión acerca del rol de la mirada del otro se vuelve interesante en una actualidad absolutamente mediada por lo digital, en donde pareciera por momentos que si no registro la cosa, la cosa no existe, y en donde la validación permanente es el alimento balanceado del algoritmo. Discursos, intervenciones, exposiciones, se preparan pensando en el recorte que será reel y en los likes e interacciones que eso podrá -o no- traer.

Un conjuro

―Sucedió algo y es que mamá me había dicho “no me quiero morir antes de ver Van Gogh”, entonces medio que lo tenía cajoneado al texto. Pasaron tres o cuatro años hasta que un día dije, hay que hacerlo, y la verdad que fue vida. Ella hizo el vestuario, lo ensayamos en su taller, se transformó en algo familiar, y creo que no lo podría haber hecho de otra manera.

―La sala también surgió como un proyecto familiar, ¿no?

―Sí, el lugar lo compramos en 2003. Mamá es artista plástica y siempre tuvo el sueño de tener un taller-teatro donde ella pudiera estar pintando mientras sus hijos hacían teatro. Queríamos un lugar así, artístico, y en 2004 logramos nuestro primer estreno. Fue hace veinte años, hoy miro para atrás y digo, es un montón.

―El Teatro se llama ”El grito”, ¿es por Munch?

―Sí, y también tiene que ver con que yo estudié en el Conservatorio, y cuando entrabas había una frase de Pavlovsky, que es mi referente absoluto, que decía algo de su trinchera. Yo creo que “El grito” es como nuestra trinchera, donde nosotros venimos, generamos, hacemos, podemos trabajar, jugar, experimentar, ser creativos. Es un grito de “bueno, acá estamos.”