(Por Julieta Grosso) La periodista Jennifer Ávila, que acaba de ser reconocida con el Premio Gabo 2023 a la Excelencia por su compromiso "con el combate de la violencia estructural que afecta a las mujeres y a las democracias en los países latinoamericanos" según el fallo que dio a conocer la mítica Fundación que creó Gabriel García Márquez, sostiene que su elección del periodismo surgió ante la violencia estructural que vive en su país natal, Honduras, frente a la cual el oficio irrumpe como "una herramienta para romper el silencio, para hablar, para entender pero también de cierta manera para sanar".
Se llama Jennifer Ávila y avanza con el desenfado de las nuevas generaciones a las que le gusta desacreditar las fronteras tajantes entre los géneros: reivindica su condición anfibia de reportera, artista y documentalista, una triple filiación de la que -sostiene- nace la forma narrativa que constituye el dispositivo para contar a las víctimas de los territorios hostiles en los que se sitúan muchas de sus crónicas. Pero no se conforma con el asedio a la tragedia, cree que el periodismo debe trasvasar el drama y recuperar también lo que pasa después.
"Es necesario ampliar la mirada; porque donde hay tragedia, hay también resiliencia. Preguntémonos: ¿Por qué narramos las lágrimas que bajan por la mejilla de una madre que ha perdido a su hijo, y no sus pasos bajo el sol de todos los días mientras lo busca con esperanza y exige justicia? ¿Estamos rompiendo más el tejido social ya desgarrado por décadas de separaciones forzadas de las familias, por la pobreza, la desigualdad y la corrupción al narrar solo la desesperanza?", plantea.
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Un jurado integrado entre otros por el estadounidense Jon Lee Anderson, el nicaragüense Sergio Ramírez y los argentinos Martín Caparrós y Leila Guerriero, decidió reconocer la labor de la periodista como cofundadora y directora editorial de Contracorriente, un medio independiente especializado en denunciar la corrupción y la impunidad en Honduras. Ávila, de 32 años, lo creó en 2017 junto a Catherine Calderón y ambas han liderado desde entonces un proyecto que se ha consolidado "como un referente en investigaciones regionales y transnacionales", según el fallo del jurado.
La distinción que le acaba de otorgar la Fundación Gabo, que en 1995 creó el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, es acaso la más importante pero no la primera que recibe Ávila, en cuya tenacidad voraz se funde su afán por desarmar la violencia estructural que afecta a las mujeres, un horror que hunde sus raíces en su propia biografía: "En mi familia sufrimos dos asesinatos que quedaron impunes y pude ver lo que eso le hace a una familia y luego a la comunidad. La violencia y la falta de justicia ha roto nuestro tejido social y es algo a lo que no soy ajena y justamente creo y creí en el periodismo -cuando decidí ejercerlo- como una herramienta para romper el silencio, para hablar, para entender pero también de cierta manera para sanar", cuenta en diálogo con Télam.
"Ahora tengo una hija y también pienso en ella, en las consecuencias que vivirá por ser mujer en este país con altos índices de femicidios y tan poca justicia para las mujeres. Sé que romper el silencio es un primer paso para mejorar esa realidad para ella y todas las niñas", apunta.
- Télam: En la antesala de un nuevo 8M se instalan los balances implícitos acerca de los avances que ha tenido la lucha de las mujeres por lograr posiciones equitativas en la sociedad y desamar las lógicas del poder y la violencia machista ¿Ese avance en las conquistas sigue su curso ascendente o se ha desacelerado?
-Jennifer Ávila: Definitivamente siempre que se avanza en derechos para las mujeres hay una reacción violenta y desproporcionada del patriarcado, eso porque el poder real sigue ostentándose desde su mirada. En países como Honduras, donde apenas ahora tenemos a la primera mujer presidenta, vemos los golpes de realidad cada día, los asesinatos de mujeres, la impunidad que los condena a repetirse, al machismo explícito en la forma de hablar, actuar y hacer política por parte de los partidos políticos, el ataque y la narrativa en contra de los derechos de las mujeres con toda esta ola "anti ideología de género", o el hecho de que los "temas de mujeres" sean tan poco importantes tanto en la agenda pública como en la de los medios.
Sigue siendo un momento duro para las mujeres, pero también es un momento de esperanza porque incluso en las narrativas de medios de comunicación ya no somos solo la historia desde una posición de víctimas, también hay una historia de resiliencia, de lucha y de agencia incluso en el manejo del poder.
- T.: ¿Qué tipo de vínculo se puede establecer entre la violencia y la opresión que sufren muchas mujeres y las estructuras del crimen organizado que forman parte de la indagación recurrente de tu labor?
- J.A.: Bueno, las mujeres somos parte de la sociedad, y siendo Honduras un narco-Estado, pues esto, al igual que otro tipo de violencias y condiciones de poder, afecta a las mujeres de una manera desproporcionada. El techo de cristal de las mujeres siempre está allí, en los barrios donde las mujeres cuidadoras viven y sobreviven en territorios controlados por maras y pandillas que son estructuras machistas también; en la política misma porque los partidos políticos también son fincas donde los líderes ejercen el poder desde una visión patriarcal, y también en el camino de huida, en el que las mujeres sufren violencia sexual mientras huyen por la violencia machista de sus parejas, de sus barrios o comunidades. Es algo que reporteamos siempre pero, también, estamos contando la resistencia de esas mujeres que son líderes en las comunidades y cómo buscan justicia.
- T.: El poder del narcotráfico y el crimen organizado es noticia en la Argentina por estos días a partir del accionar de Los Monos, una banda localizada en la zona de Rosario que lleva cometidos más de 50 asesinatos en lo que va de 2013 ¿Cómo es tu experiencia con este tipo de organizaciones en Honduras? ¿Cómo puede contribuir el periodismo a desbaratarlas o por lo menos exponer sus crímenes y delitos?
- J.A.. El periodismo no puede desbaratar bandas criminales, tampoco las maras o pandillas. Lo que nos toca, más allá de contar los muertos, las cifras, es explicar las condiciones sociales y económicas que hacen de nuestros países caldo de cultivo para estas expresiones de violencia. No podemos aproximarnos a una historia como la que cuentas desde la perspectiva de que vamos a cambiarla o a "desbaratarla", no nos toca y sesga lo que vamos a contar, incluso estigmatiza a quienes están inmersos en esa realidad que es muy compleja. Hay que contarlo y explicarlo responsablemente para entendernos como sociedad pero sin estigmatizar ni generalizar.
- T.: Te describís como "periodista, artista y documentalista o la fusión de las tres". ¿Cuál es la forma narrativa que surge de esa confluencia y qué es lo mejor que aporta cada uno de estos oficios para tu labor cotidiana?
- J.A.: Los periodistas siempre tenemos el reto de la creatividad, de contar distinto... a mí me encanta leer, me encanta el cine y me gusta cantar, siento que esas actividades me ayudan a contar las historias más duras y me ayudan a conectar con las personas, al final eso somos los periodistas: personas que conectamos con otras, con sus historias, con sus deseos y sus esperanzas, también con su dolor y sus pasiones. Creo que no se puede entrar en la vida de las personas si no tienes una alta sensibilidad que se cultiva bien con el arte.
Mucho digo cuando escribo que soy artista y documentalista, he experimentado contando historias con música y a través del documental, pero me falta mucho.
- T.: En la actualidad prosperan las visiones negativas acerca de cómo las redes abonan el terreno para las fake news en tanto democratizan el lugar de construcción y enunciación de la noticia, ¿el periodismo está realmente acechado por ellas o la irrupción de las nuevas tecnologías es de alguna manera un disparador para resignificar la práctica del periodismo y reorientar sus objetivos?
- J.A.: Este es mi dolor de cabeza todos los días ¿tenemos que sacrificar la rigurosidad para que nos vean? ¿tenemos que bailar las noticias para llamar la atención? yo creo que hay límites y tenemos que hacer un balance, hay que usar un poco las narrativas de moda para llegar con los contenidos, por supuesto, pero nuestros contenidos deben cumplir siempre con la agenda del periodismo serio, investigativo y responsable, no podemos sacrificar esto. Podemos ser creativos y contar bien las historias y no olvidar que ese es nuestro objetivo y no solo estar corriendo por los clicks y los "seguidores". Tenemos que aprender a documentar mejor nuestros impactos y a saber poner los límites.
- T.: En un artículo de hace un tiempo escribís que en la lucha constante por ejercer nuestro oficio dedicamos poco tiempo a la autocrítica y a reflexionar sobre cómo hacer nuestro trabajo de manera más ética y menos dañina para quienes están contando su historia ¿Qué es lo que detectás como los errores o vicios más reprochables cuando desde el periodismo intentamos visibilizar esas historias?
- J.A.: Llegar con prejuicios es lo peor que hacemos los periodistas, incluso a veces llegamos con las historias prefabricadas, también a veces se nos olvida que los periodistas llegamos con el privilegio de poder decir adiós después de una entrevista, no nos quedamos allí sufriendo la consecuencia de haber roto el silencio. Pocas veces nos dedicamos a regresar a nuestras fuentes para saber si lo que escribimos o contamos le afectó a su comunidad. En Contracorriente lo hacemos mucho y hemos aprendido equivocándonos.
Con información de Télam