(Por Emilia Racciatti).- Dos autoras, Gabriela Massuh y Florencia Abbate, y un autor, Pedro Mairal, retomaron la crisis del 2001 en sus novelas "La intemperie", "El grito" y "El año del desierto" en las que se puede ver la potencia de la ficción para recuperar imaginarios, leer panoramas, repensar conflictos y plantear interrogantes acerca de los alcances de ese cierre de década, para una sociedad castigada con planes de convertibilidad y proyectos de exclusión de las grandes mayorías.
¿Cómo se procesan los hechos trágicos que marcaron a una sociedad? ¿Con qué elementos se construye la memoria que nos quema pero también nos motiva a saber lo que no estamos dispuestos a volver a elegir? Quizás la literatura ayude a pensar estas preguntas como dispositivo con la capacidad de narrarnos y así proyectarnos.
Las novelas de Massuh, Abbate y Mairal son solo algunas de las que incluyeron los ecos de las jornadas que tuvieron casi cuarenta víctimas fatales por la represión ejercida por orden del gobierno de Fernando De la Rúa y de alguna manera, a lo largo de estos 20 años, se fueron construyendo en referencias recurrentes para hablar de ese 2001 que se cristalizó en el imaginario como mucho más que un año.
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Publicada originalmente en 2008 y considerada una novela de culto, "La intemperie", de la editora y escritora Gabriela Massuh (Tucumán, 1951), está estructurada como un diario íntimo iniciado el 31 de diciembre de 2002, cuando se cumplía un año de la crisis que tuvo al pueblo en la calle exigiendo por sus derechos, y la protagonista daba inicio a un duelo por Diana, su pareja hasta hace un tiempo.
La narradora está en Buenos Aires, recibe la llamada de su ex desde Berlín y comienza a moverse en un territorio en el que "cualquier movimiento subraya nuevos ángulos de la ausencia" y en el que la crisis personal se encuentra con la social en la fragilidad.
"Me sacaba de quicio en ese momento la pérdida del país, y la pérdida de la persona querida. Por quien yo era y por la incidencia que hay en esa novela de la realidad, lo único que me propuse hacer fue una novela honesta", contaba Massuh a Página/12 en una entrevista a propósito de la salida de la novela que publicó en 2008 Interzona y reeditó más tarde Adriana Hidalgo.
El recurso del diario parece marcar el registro de un tiempo presente, sin embargo los recuerdos, los tiempos compartidos y revisados en el duelo personal abundan en lo que se convierte en la bitácora de un duelo. Es el colapso social que respira esa protagonista el que ubica a la historia en ese presente, en el que a tan solo un año del estallido.
Allí están -como marca I. Acevedo en la contratapa de la edición de Adriana Hidalgo- "los cartoneros, un portero, una jefa de familia que lo ha perdido todo, los obreros de las fábricas recuperadas son personas a las que se interroga con la misma intensidad que al pasado".
Tanto para Massuh como para Florencia Abbate, "La intemperie" y "El grito" fueron sus primeras novelas y las dos tuvieron reediciones. En el caso de Abbate, la primera estuvo a cargo de Emecé en 2004 y la segunda, en 2016, fue una tarea de Eduvim (Editorial Universitaria de Villa María).
Escritora e investigadora, Abbate (Buenos Aires, 1976) optó por cuatro narradores para contar ese grito que une las cuatro historias, tituladas "Warhol", "Luxemburgo", "Marat-Sade" y "Nietzsche", a través de las que se pueden reconocer pliegues de subjetividades de representantes de distintas generaciones constituidas en voces de una familia y una sociedad que dejan de amparar.
Es verdad que hay un hilo que las une y permite verlas como partes de un mismo mosaico pero también pueden leerse como cuatro relatos largos por separado y cada uno condensa una posibilidad de atravesar un caos sin soluciones mágicas, sin reparos inmediatos pero con la mirada de otro que parece acompañar el intento de reparar el dolor.
Situados entre diciembre de 2001 y enero de 2002, los relatos proyectan desconcierto: "Hacia el atardecer el país parecía haber colapsado y yo también. Reinaba un desconcierto general, y lo mismo me pasaba. Sentía que se evaporaban los últimos restos de lo que yo era. Sin Oscar y sus atrocidades que tanto tiempo me dediqué a soportar, me perdía y quedaba vacío, ajeno a mí mismo, sin referentes. Y mientras una sensación de anomia y extrañamiento se apoderaba de mi agotado cuerpo, veía en la pantalla aquel helicóptero en el cual el Presidente abandonaba la Casa Rosada para ya no volver".
La disolución de los pactos sociales provocada por las situaciones de pánico colectivo y una reflexión sobre la dinámica "sucesiva" del tiempo es uno de los ejes de "El año del desierto", la segunda novela de Pedro Mairal, quien con su primera obra "Una noche con Sabrina Love" había ganado el Premio Clarín y había llegado al cine de la mano de Alejandro Agresti.
Alejándose del tono, el registro y la estructura de esa novela con la que se hizo conocido, el escritor publica en 2005 una ficción cuyo punto de partida es un clima similar a los episodios de diciembre de 2001 pero muta a un registro fantástico con el que se anima a revisar 500 años de historia argentina en forma retrospectiva, desde la actualidad hasta 1492.
En "El año del desierto" no parece haber resquicio para el optimismo y en una entrevista con Télam por la salida del libro, Mairal (Buenos Aires, 1970) hablaba de un desamparo llevado a un extremo, "como si la intemperie fuera humana antes que física o geográfica".
"El libro empieza con un episodio parecido a la crisis de diciembre de 2001, pero que se va desplazando hasta volverse irreconocible. A partir de ahí, todo el tiempo se repite toda la historia argentina para atrás, mientras la protagonista no se da cuenta, o por lo menos no lo explicita", relataba.
El autor retomaba lo sucedido en 2001 y cómo lo impulsó a escribir: "Tengo ideas que me cuesta mucho trabajar y otras que me llegan así de golpe y me fulminan, como es el caso del surgimiento de esta novela. Tenía la imagen de una torre espejada reflejada sobre un pastizal. Paralelamente, cerca de 2001 me ofrecieron irme a vivir al exterior y me di cuenta de que no quería irme: tenía la sensación de que si me iba a vivir a otro país, Buenos Aires iba a dejar de existir, de alguna manera", explicaba.
"Por otra parte, entre 2001 y 2002 hubo una sensación generalizada de caída estrepitosa. En los tiempos donde tuvimos cinco presidentes en una semana, recuerdo que en el trabajo se colgó la computadora y alguien dijo "¡Se colgó para siempre!". En el libro yo exagero esa paranoia y la llevo al extremo: instalo la velocidad de esos días y redoblo la apuesta", destacaba sobre la coyuntura con la que alimentó ese universo ficcional.
"Yo, que unos meses atrás atendía teléfonos en una oficina con piso de moquette, que traducía cartas al inglés vestida con mi tailleur azul y mis sandalias, ahora hundía las manos en la sangre caliente, separaba vísceras, abría al medio los animales, despellejaba, buscaba coyunturas con el filo", dice el personaje principal María Valdés Neylan, quien después de ser despedida de su trabajo en una compañía de inversión, deambula por Buenos Aires, una ciudad que Mairal logra replantear abordándola desde su fundación.
Esa protagonista construida por Mairal termina trabajando como prostituta, comete un crimen y emprende un escape de una ciudad que cada vez se reduce más, saltando del vacío de la "civilización" hacia la "barbarie", un movimiento que va del 2001 a 1492.
Con información de Télam