(Por Eva Marabotto) Con reminiscencias de El nombre de la rosa de Umberto Eco o La fuente de la doncella de Ingmar Bergman en el terreno cinematográfico, El nombre de todos los árboles, de Martín Florio, narra la travesía de un campesino medieval para curar a su hija enferma en un texto que se estructura como una road movie en la que los personajes no solo peregrinan en busca de un milagro sino que aprenden a conocer sus virtudes y sus flaquezas.
Martín Florio escribe una novela de otro tiempo dentro de este tiempo que aborda el milagro y el horror de amar, de morir, de trascender en el fabuloso, espinoso desierto de la vida, sintetiza Iosi Havilio en la contratapa del texto recién publicado por Editorial Diotima.
El autor nació en Buenos Aires en 1972 y estudió realización cinematográfica. Trabajó como guionista y realizador en medios audiovisuales. El nombre de todos los árboles es su segunda novela.
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Florio conversó con Télam sobre la influencia del cine en su modo de construir la historia y la actualidad de una historia que habla de distintos tipos de fe en la Edad Media y considera que tiene resonancias en la actualidad. A continuación, los tramos principales de la entrevista.
-Télam: Tu novela está escrita en la Argentina del siglo XXI pero se sitúa en la Edad Media, ¿qué te atrajo de esa época?
-Martín Florio: Desde hace tiempo me interesé por la historia del cristianismo y empecé a consumir podcast, libros y cursos sobre el tema . No soy cristiano, pero me interesa el tema. Para estudiarlo tuve que remontarme al Imperio Romano, la cultura helénica y, por supuesto, también la Edad Media.
-T.: ¿Te inspiraste en historias medievales como El nombre de la rosa de Umberto Eco o El reino de los murmullos Carole Martínez o en los cantares de gesta?
-M.F.: No. Por mi formación de cineasta busqué las imágenes de la Edad Media que había en las películas. Vi El séptimo sello o La fuente de la doncella de Ingmar Bergman, El valle de las abejas del checo Frantisek Vlácil y algunas de Andre Tarkovsky que enfocaban esa época. También la Edad Media japonesa contada por Kurosawa y en el Pasolini de "El Evangelio según San Mateo".
-T.: ¿No recurriste al cine de Hollywood?
-M.F.: Empecé a analizar cómo se imaginaban este período en aquellas películas en la que con dos caballos, un bosque y tres personas con túnica te ubican en esa época. Un cine de recursos acotados. Entonces empecé a armar una historia pensando en si tuviese que hacer una película de ese tipo. Para continuar u homenajear a esa tradición.
-T.: Tu historia enfoca a la clase social más desfavorecida. No cuenta a los caballeros ni los combates ni las batallas.
-Sí. Quizás sea una obviedad pero toda la información que tenemos es sobre los nobles. Ya sea porque sabían escribir o porque tenían empleados que lo hacían por ellos. Por eso no sabemos nada de las clases más bajas. Pero no han quedado muchos registros de lo que le pasaba a la gente más humilde. No ha quedado el sufrimiento de esa gente y lo difícil que era vivir. No podemos imaginarlo a pesar de que ahora nos preocupan el calentamiento global y la crisis económica del país lo que fue vivir en otros contextos.
-T.: La muerte se repite casi como un eje en la historia
-M.F.: Tendemos a pensar que como, entonces tenían muchos hijos y la expectativa de vida era menor, la muerte era más habitual, o estaban resignados pero hay constancias de que no era así. Todavía existen inscripciones en tumbas de gente común que expresan el sufrimiento y el dolor por la muerte de un hijo. Eran iguales a los nuestros.
-T.: Quizás por influencia del cine la historia se convierte en una road movie, una travesía a través del bosque y las montañas en busca del milagrero.
-M.F.: Es que este seguimiento del cristianismo me lleva al concepto del peregrinaje tan habitual en la Edad Media. De algún modo, era también una road movie, un viaje, una búsqueda. Se produce un recorrido físico y otro interior, una transformación. Hay una relación muy estrecha entre la road movie contemporánea y el peregrinaje de la Edad Media. Eso es lo que traté de plasmar en la escritura, no pensándola como una película sino con las herramientas que me da la literatura.
-T.: A pesar de que está la idea de la travesía, evitéis grandes precisiones geográficas y temporales. Uno intuye que es la Edad Media pero no sabe cuándo ni dónde se localiza la acción.
-M.F.: Hay una mención a una ciudad, Ami, que existió en Armenia. Pero no siquiera digo dónde quedaba. No me interesaba enfatizarlo y hasta estuve tentado de dejarlo más ambiguo y que el lector pudiese pensar que sucedía en algún rancho de la pampa argentina. Pero después fui sembrando pistas, algunos anclajes, sin ponerlos en el primer plano.
-T.: Quizás por tu interés por la historia del cristianismo, la novela explora el concepto de fe y de un modo muy amplio No es solo el catolicismo sino la superstición, los profetas y los hacedores de milagros
-M.F.: Es que está la religión tradicional pero también las figuras de los curanderos, profetas o iluminados que hacían milagros en una cueva. Creo que hubo y hay muchas creencias que están en el folclore de los pueblos. Hay una religiosidad ligada a una institución que siempre está evolucionando y se mezcla con otras creencias o supersticiones.
-T.: ¿Ese fervor tiene resonancia en la actualidad o se ha perdido?
-M.F.: Es algo que parece lejano pero tiene rigurosa actualidad. Basta ver lo que pasó con el Mundial: todos tenían una cábala, un rito, un rezo. Se buscaban signos como los bigotes de los presidentes de los otros dos Mundiales que presagiaban un triunfo. La famosa frase Elijo creer. El héroe fue un tipo que se llama Messi, tan cercano a Mesias y que logró triunfar solo después de la muerte de Maradona, a quien se llamaba Dios. La simbología es inmensa. La gente salió a celebrar de un modo religioso pero también como una orgía.
-T.: Entonces, ¿Dios no ha muerto, como pregonaba Nietzsche?
-M.F.: Creo que la religiosidad brota de manera descontrolada a pesar del rechazo. No estoy hablando de la institución iglesia, sino de un conjunto de creencias que abarcan lo religioso y también lo mágico. Eso está más vivo que nunca. Vivimos en medio de una religiosidad exacerbada que brota sobre todo en contextos de emergencias. Claro que luego hay instituciones que quieren reglamentar esa pulsión, que quieren contenerla. A mí me interesaba enfocar ese mundo de la fe entre campesinos, la religiosidad popular, la superchería.
-T.: La espera y la búsqueda de un milagro, que es lo que mueve a Jonas a cruzar las montañas
-M.F.: Sí. Algo de rigurosa actualidad. Como país todos estamos esperando el milagro, que algún día va a llegar. Vamos en un eterno peregrinaje.
Intenté escribir bajo la máscara de un período, pero interesado en la resonancia en la actualidad. Creo que esta historia que transcurre en la Edad Media también podría transcurrir en Marte y ser de ciencia ficción. Y también nos habla de la actualidad y de lo que nos pasa.
-T.: Esa gente sufrida de la historia ¿se parece a los necesitados actuales?
-M.F.: No hay diferencia entre el trabajo diario de un cartonero y el peregrinaje de los hombres de la Edad Media como el del protagonista de la novela. A ambos los sostiene lo mismo: la búsqueda del sustento para su familia. De una vida mejor. Está claro el esfuerzo físico, mental y espiritual que implica.
-T.: Aún cuando hay un protagonista, la historia va adoptando los distintos puntos de vista de los personajes
--M.F.: Sí, Me interesó hacerlo y esquivar lo que sentía y lo que pensaba uno de ellos. Quizás es más habitual que esto suceda en textos de mayor extensión donde uno puede dedicar un capítulo a la visión de cada persona. Preferí hacerlo de un modo más sutil, ir incorporando la mirada de los distintos personajes.
Con información de Télam