(Por Daniel Casas) Escrita a cuatro manos por Alejandra Rey y Horacio A. Massacesi, El último viaje del Fenicios es una novela que navega por debajo de las alfombras de la sociedad de consumo, el lugar más descarnado del capitalismo al que nadie quiere mirar, donde habitan y padecen esclavitud personas que nadie conoce y que nadie reclama.
Los protagonistas de este relato policial de ficción, que acaba de publicar Penguin Random House, son cinco jóvenes que huyen de sus lugares de origen para salvar lo único que tienen, su vida, y confluyen en un barco factoría de ropa que los transforma en esclavos modernos. Un barco que no atraca en ningún puerto, y donde un comerciante despiadado los explota al extremo y los embauca con un ilusorio futuro mejor, pero que también los mata y los usa como mercancía.
Los llamamos los 'nadie del mundo', gente que desapareció y no le importa a nadie, que son desplazados por guerras, por conflictos familiares, por el hambre y un sinfín de tragedias y a esos nadies como decía (Eduardo) Galeano, los buscan otros nadies que son los gitanos, cuenta a Télam Alejandra Rey, coautora de "El último viaje de los Fenicios", junto a Horacio A. Massacesi.
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Horacio tuvo la idea embrionaria. En un viaje familiar mataba el tedio que le provocan las megatiendas de ropa mirando las etiquetas cuando vio un pantalón a tres libras en pleno centro de Londres, que debe ser el lugar más caro del mundo, y no le cerró. A alguien tienen que estar cagando en este negocio, pensó. Y claro, los perjudicados son los que están en el último eslabón de la cadena, agrega Rey.
Massacesi, un ingeniero, emprendedor y desarrollador informático, imaginó el escenario del barco factoría y le llevó la idea a su cuñada, Rey, periodista y editora de libros que pasó por las redacciones de los principales medios del país, y la novela empezó a rodar o, mejor dicho, a navegar.
El Fenicios es una especie de Babel, donde exprofeso nadie se entiende y donde todo lo maneja un estafador y asesino filonazi estadounidense, para el que todo es un bien transable: la ropa, el sexo, la gente. Steve es el amo e ideó un sistema que evoca a 1984, el clásico de George Orwell, pero la tecnología del presente. Un sistema perverso y perfeccionado.
Un barco que navega entre dos mundos, esquivando las olas del mar de Bering, los usos horarios y los intereses geopolíticos globales. Una metáfora perfecta de la corrupción sin fronteras que corroe todos los sistemas políticos e iguala en las penurias a los últimos orejones del tarro, los nadies.
Mientras tanto, el resto, los habitantes de la parte de arriba de la alfombra, son la parte que da sentido económico a la tragedia, atiborrando las megatiendas y acumulando remeras.
Con esta novela queremos mostrar que todos somos fenicios, que somos parte de ese comercio como compradores sin pensar en lo que hay detrás. Y detrás de ese pantalón barato en Londres o de la ropa que compramos acá, en La Salada, está la esclavitud, esclavitud moderna o modernizada, pero esclavitud, explica la coautora.
Todo esto empezó hace dos años, después de la pandemia. Cuando Horacio me convenció de la idea se la comenté a Oscar Chichoni, que es un tremendo ilustrador que trabaja con gente muy grosa del arte en Europa, y que es de mi pueblo, Corral de Bustos, y le encantó y aportó ideas y hasta un dibujo del barco. Entonces me encerré conmigo misma y con todas mis personalidades (se ríe) y empecé a perfilar los personajes. Se los pasaba a Horacio, que corregía y redondeaba, cuenta Rey.
Horacio escribe muy bien, pero prima su cabeza de ingeniero. Entonces, cuando yo volaba con un tramo de la historia o con un personaje, él era el que me traía al plan que nos trazamos, me bajaba a nuestra realidad de ficción, agrega para explicar el sistema que aplicaron para escribir a cuatro manos.
Para ese diseño de escritura, investigaron desde las distintas aristas de la pobreza y los conflictos globales a cuestiones técnicas, a cargo de Massacesi, como las dimensiones y la flotabilidad de un barco como el que imaginaban, los sistemas de control orwellianos adaptados a la tecnología actual y hasta rudimentos de los idiomas que se cruzaban en el Fenicios.
Horacio hizo cálculos para que todo cuadrara y hasta diseñó en dibujos unos collares de control que aparecen en la novela, y yo me metí en los idiomas que se cruzaban en esa torre de Babel flotante que es el barco donde se centra la historia, e incluso aprendí algunas palabras de idiomas recónditos para nosotros. Fue un trabajo intenso y muy enriquecedor, cuenta Alejandra Rey.
El resultado de todo este trabajo es un libro de casi 300 páginas escritas con un ritmo vertiginoso, por momentos cinematográfico, donde se combinan la técnica y el oficio de la periodista con la precisión y la inventiva del ingeniero.
Nada está puesto al azar. Las locaciones existen, las dramáticas estadísticas sociales que expulsan a los protagonistas son reales, las referencias son constatables. Los talleres esclavos de confección de ropa están en todos lados, esporádicamente son notas periodísticas en los medios. Lo único absolutamente ficticio es el barco.
La historia tiene una pata argentina. Hay un socio de Steve que vive en el porteñísimo Kavanagh y también una familia de alcurnia degradada que encuentra y tira de la punta del ovillo que lleva al desenlace. Pero además intervienen la CIA y la DEA, los servicios de inteligencia de varios países, para dar una pincelada a lo largo de los capítulos los suburbios del mundo que están tapados por la alfombra del sistema.
Con información de Télam