(Télam, por Julieta Grosso, enviada especial) Con una cartografía ambiciosa que tuvo como punto de partida un conflicto de frontera entre Venezuela y Colombia y se amplió a otras regiones del sur global, donde las migraciones le marcan el pulso a sociedades trastocadas por la violencia, el racismo o la exclusión, 24 artistas latinoamericanos -entre ellos el fotógrafo argentino Marcelo Brodsky- reflexionan sobre el exilio, la xenofobia y el desgarramiento que implica dejar todo lo conocido para apostar a una vida mejor, en una muestra que abre al público a partir de hoy en la Casa de América en Madrid.
Los que sondean el territorio fronterizo entre México y Estados Unidos buscando un hiato en kilómetros alambrados -antes por orden de Donald Trump, ahora de su sucesor, Joe Biden-; los venezolanos que siguen escurriéndose por el límite con Colombia para huir de una economía diezmada; los que se lanzan a las costas del Mediterráneo en busca de una vida sin guerra ni hambrunas -años después de la foto del niño sirio ahogado que recorrió el mundo-. Todos ellos -apenas una síntesis del centelleo migrante que borronea cada vez más los mapas demográficos- tienen en común la certeza de que aún el más grande de los riesgos siempre será menos frustrante que una existencia condenada a la penuria.
Bienalsur, el proyecto artístico impulsado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) y no en vano conocido como el más extenso del mundo -en esta edición organizó más de 170 actividades en 70 ciudades de 28 países-, decidió prolongar al otro lado del Atlántico un tema recurrente en su programa, que arrancó hace un tiempo con una muestra titulada "Juntos aparte", centrada en lo que ocurrió en 2015 en la ciudad colombiana de Cúcuta, en la frontera con Venezuela, cuando el gobierno venezolano determinó el cierre unilateral de la frontera y expulsó a miles de colombianos para detener un flujo migrante que luego se daría de forma inversa.
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Ahora, la propuesta rebautizada "Entre nosotros y los otros: Juntos aparte" reaparece diversificada en dos salas de la Casa de América en Madrid, el edificio decimonónico situado en la céntrica plaza de Cibeles que hasta el 9 de febrero aloja un imaginario que está en las antípodas de su opulencia: construcciones precarias a las que el gobierno venezolano se encargó de catalogar -con una R de "revisado" donde constató que vivía una familia nativa y con D de "derríbese" en aquellas que habían sido ocupadas por "usurpadores" colombianos- para consumar su deportación masiva.
Estas imágenes, junto con otras que capturan angustia y resignación, forman parte del impactante ensayo fotográfico que ofrece el artista colombiano Daniel Arévalo.
Con una subtrama de esa realidad dialoga la propuesta del artista colombiano Samir Quintero, que a partir de una caja de golosinas intervenida se detiene en el eslabón más vulnerable de la exclusión: los niños y niñas que son empujados a vender en los semáforos y calles para contribuir a la apretadísima economía familiar. La infancia se detiene en esas formas impropias de subsistencia, aunque no todo es desolación: el artista retrata también los vínculos de afecto y solidaridad que se construyen en los márgenes de la civilización.
"Mi obra es una intervención artística sobre una caja que es una marca de chupetas (chupetines) muy conocida en Colombia -cuenta Quintero a Télam-. Escogí esta obra porque es una parte del diálogo inmigrante que no estamos visualizando mucho. Cuando hablamos de migrantes siempre lo hacemos aludiendo a los adultos pero casi nunca lo hacemos desde lo que siente un niño. Hay mucha interrupción de la infancia por la violencia, eso a veces toma la forma de una explotación laboral pero aparece muy invisibilizada", explica.
Las aportes de Arévalo y Quintero dialogan con los de una veintena de artistas que desde la instalación, el video, el collage y la escritura van complejizando la experiencia migrante.
En la curaduría compartida por Diana Wechsler -a cargo de la dirección artística de Bienalsur, cuyo director general es Aníbal Jozami-, la italiana Benedetta Casini y el colombiano Alex Brahim hay un único argentino: se trata del fotógrafo Marcelo Brodsky, que participó de una residencia artística en Cúcuta, donde concretó una serie en la que interviene imágenes del fotoperiodista colombiano Juan Pablo Cohen. La elegida para aportar a esta confluencia es "Abrir los puentes", una toma aérea del paso fronterizo que vincula a los dos países y se ve congestionado, una postal sobre la que Brodsky se pronuncia con dos frases significativas: "Puentes sí !Muros no!" y "La frontera nos une".
"Investigando imágenes de la frontera de distintos fotógrafos conocí a Juan Pablo, había hecho unas tomas con drones de los puentes muy adecuadas para mi proyecto. También estuve en el puente Simón Bolívar que une la zona de Cúcuta y la de Táchira en Venezuela, fotografiando el tránsito de la gente con sus paquetes y objetos, algunos sobre el puente y otros en trochas ilegales", relata en diálogo con Télam.
Con esta serie, Brodsky volvió a intervenir con frases una fotografía, práctica que convirtió en una marca de identidad desde que sumó viñetas con textos un retrato escolar donde posa con sus compañeros. La icónica imagen, titulada "La Clase, 1er año, 6ta división, de la serie Buena Memoria", integra el acervo de prestigiosas instituciones como el Museo Metropolitano de Arte (MET) de Nueva York y la Tate Gallery de Londres.
"La importancia que está adquiriendo la imagen en la comunicación entre las personas -apunta el fotógrafo- hace que trabajar la tensión y complementariedad entre el lenguaje visual y escrito sea un desafío muy interesante, en especial para los artistas visuales que vemos cómo nuestra herramienta, nuestro medio de expresión, se está convirtiendo en un lenguaje masivo, generalizado, en el que todo el mundo es fotógrafo y usa imágenes para comunicarse".
La imagen de un globo terráqueo que rueda por una pendiente, acelerado de manera irreversible por las leyes de la gravedad, condensa diversas metáforas en "Globo", el video que presenta el artista venezolano Iván Candeo, donde la más evidente es la de un mundo sin control que ha perdido su eje, un planeta a la deriva que expulsa y excluye.
"Esta obra surgió de algunas lecturas -relata Candeo-. Por un lado, el libro 'Ciudad pánico' de Paul Virilio, que crea la visión de una ciudad-mundo, un encierro global contemporáneo producto de la aceleración de la información. Por el otro, el libro 'La evidencia del film' de Jean Luc Nancy, de la que me surgió la idea de la cosa que rueda como una propiedad cinemática o cinética".
"La idea de la tierra como una esfera redonda se visualiza más claramente después de la conquista del horizonte de Cristóbal Colón, pero persiguiendo el horizonte se puede llegar al mismo punto, como le sucedió al aviador Howard Hughes. Por eso hemos pasado de la conquista de la línea de horizonte a la conquista en línea vertical. Habría que preguntarle a Elon Musk a partir de sus lanzamientos de cohetes y los proyectos de vida en el espacio exterior qué significa conquistar el vacío", precisa el artista venezolano.
Una de las apuestas más disruptivas es la de la canadiense Giuliana Racco, quien en el audiovisual "Mezomaro" narra su trabajo de campo en Lampedusa, una isla paradisíaca a 205 km de Sicilia que conforma el territorio italiano más austral. Hasta allí llegó en 2009 para investigar el sitio que los medios de comunicación señalaban como objeto de una "invasión" de migrantes.
"Viajé en el momento en el que las operaciones de rescate se habían militarizado y la mayoría de los migrantes eran transportados a centros de detención incluso antes de tocar tierra, produciéndose así la paradójica situación de una 'invasión invisible'. Los únicos isleños que tenían contacto directo con los solicitantes de asilo eran los pescadores en alta mar y sus visiones diferían con la de la prensa popular", explica.
Aunque su trabajo se mueve desde un lugar específico, aquí el nombre se sustituye por una simple inicial, L, ya que no pretende representarse a sí mismo, "es más bien el concepto espacial de un portal que se extiende a todo el Mediterráneo -dice Racco-, donde innumerables personas que han dejado situaciones difíciles en busca de una vida mejor llevan vidas ilegítimas, como si desaparecieran de la vista". Muchas incluso terminan por ahogarse y el fondo marino es su sigilosa tumba.
"En aquel momento pensamos que habíamos llegado a la isla en plena crisis, pero desde entonces la situación ha empeorado hasta el punto de que a esta masa de agua, popularmente un destino de ensueño, se la denomina cada vez más cementerio líquido", dice la artista.
Si Samir Quintero se encarga en esta muestra de visibilizar la subjetividad de los niños y niñas que acompañan sin poder de decisión a sus padres en la aventura incierta de migrar para tener un futuro viable, la artista mexicana Teresa Margolles hace lo propio con las mujeres, que deben ocuparse al mismo tiempo del cuidado infantil, el sostén afectivo y la búsqueda de alguna forma de ingreso económico. En ese contexto surge el fotomural "Carretilleras sobre el Puente Internacional Simón Bolívar", que retrata a esas mujeres que se ocupan de cruzar los bienes de otros en la frontera colombo-venezolana.
Y entre muchas otras obras que integran esta selección, la que sin duda borronea los límites entre arte y vida es la de la artista peruana Daniel Ortiz, que en su "ABC del racismo en Europa" analiza los resabios racistas y colonialistas que se filtran en los contenidos didácticos destinados a los niños en el continente europeo. La llegada de esta obra a un espacio canónico como la Casa de América en Madrid se puede leer como una silenciosa revancha para esta artista que estuvo radicada por casi un lustro en España pero que en 2020 tuvo que abandonar el país y regresar a su Perú natal tras ser víctima de ataques xenófobos.
Con información de Télam