(Por Leila Torres) En su libro "Abundancia", el investigador Pablo Boczkowski caracteriza a través de un riguroso trabajo de campo la experiencia de vivir en sociedades expuestas a un aluvión de datos e información, un fenómeno expandido por la tecnología y la dinámica de las redes que provoca distintas fases de malestar que pueden derivar en ansiedad o incluso algún tipo de trastorno mental.
De la misma manera que otras prácticas sociales que asoman como inéditas en la historia de la civilización y más tarde ese aire de novedad es desactivado por la evidencia, la sobreoferta de información no es un fenómeno nuevo en el devenir de la humanidad. Así lo plantea este ensayista y profesor del Departamento de Estudios de Comunicación de la Universidad Northwestern (USA), para quien esta sobreoferta de datos ya ha tenido lugar en otras instancias.
Una noche, a finales de junio de 2018, el investigador caminaba por avenida Corrientes hacia Plaza de Mayo cuando se cruzó con una imagen que lo impactó. Dos personas jóvenes, que se encontraban en situación de calle, estaban sentadas sobre unas sillas desgastadas mirando la pantalla de un celular mientras cenaban en un recipiente de plástico. "En una situación de escasez material extrema, estas dos personas estaban sin embargo conectadas a una abundancia de información", relata Boczkowski.
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Según rastrea el ensayista, la preocupación por la abundancia apareció también en la Antigüedad y resurgió durante la Edad Media por la combinación del descubrimiento de nuevos contenidos y las innovaciones tecnológicas. En este punto, Boczkowski encuentra algunas continuidades con las prácticas que surgieron para administrar este fenómeno: el ordenamiento alfabético, la clasificación sistemática y el uso de pautas visuales para dividir un texto, son algunas de las estrategias que surgieron en la Edad Media y sembraron el campo fértil para el Renacimiento. De hecho, estas experiencias también pueden encontrarse en las dinámicas actuales de los medios impresos y digitales.
En "Abundancia", el libro que acaba de publicar Unsam Edita -el sello de la Universidad Nacional de San Martín-y que se presenta como el segundo de la colección Futuro Anfibio, el investigador analiza las interpretaciones, emociones y prácticas vinculadas a lidiar con esta disponibilidad en la vida cotidiana en base a un trabajo de campo realizado en la Argentina que incluyó numerosas entrevistas. Boczkowski investiga cómo se constituye el "afecto" que tenemos hacia las pantallas, que nos lleva a utilizarlas la mayor parte del tiempo, o cómo nos relacionamos con los medios informativos. Y así detecta que hay emociones negativas alrededor de estas prácticas cotidianas como ansiedad, tristeza, dependencia y de falta de interacción entre las personas.
El autor encuentra que esta sobrecarga de información se enlaza a una dinámica de inestabilidad y cambio permanente, a una reconfiguración de los vínculos interpersonales y a una sociedad que aprecia cada vez menos los hechos y más las ficciones.
- Télam: Abrís el prefacio del libro con una cita de Gabriel García Márquez, ¿a qué se debe esta decisión?
- Pablo Boczkowski: A que el desafío del libro estuvo precisamente en la frase de García Márquez que parte del discurso de 1982 cuando acepta el Nobel. Una de las cosas que dice es "los latinoamericanos no inventaron el realismo mágico, cuando uno mira la realidad latinoamericana, solo tiene que describirla. Y eso a los ojos de muchos parece que es mágico". Siempre me pareció que el mundo en el que vivimos puede ser mirado como de ciencia ficción sobre todo para los que tenemos cierta edad, a lo mejor más de 40 o más 35 incluso. El desafío que yo tenía con este libro es que la sociedad ha naturalizado muy rápidamente toda esta cantidad y variedad de información y dispositivos en la forma de comunicarnos, que hasta hace poco eran o imposibles o sólo posibles en el escenario de ciencia ficción. Yo me acuerdo que cuando era chico vi una historieta que se llamaba "Dick Tracy" y el personaje hablaba por el teléfono con el reloj. Y hoy en día con 500 dólares te compras un reloj tecnológico y tenés la posibilidad de hablar por teléfono. No todo el mundo puede comprarlo, pero no hace falta ser un súper detective privado en un escenario futurista para tenerlo.
- T.: Ahora con la pandemia y durante la cuarentena, todo se volvió más surrealista...
- P.B: ¡Totalmente! Hacer clase de gimnasia por Zoom... Con este libro sentía que tenía que transformar aquello que se había vuelto tan rápidamente en algo mágico y eso solo lo podía hacer contándolo de determinada manera, por eso traté de tener este registro híbrido, como "anfibio", entre la cosa más de crónica pura y la cosa académica. Dominar ambos registros para mí fue clave.
- T.: Desarrollás una problemática en torno a la dificultad o cierta incomodidad por parte de las personas de estar en silencio, ¿de qué se trata esta dificultad en el contexto de abundancia de información?
- P.B.: Eso me sorprendió mucho. Y me parece que es un síntoma de época muy fuerte.... yo no sé si estaba en otras épocas. Me encontré con esto escuchando. En silencio. Lo que yo hago, como soy más de la vieja guardia en términos de lectura, es leer en papel. Por eso imprimo (aunque no es muy ecológico) transcripciones de entrevistas, agregados de codificación, lo hago digitalmente y después lo imprimo y lo leo. Trato de hacerlo con el celular lejos y la computadora lejos, en general tirado en el sillón, escuchando Mozart, tomando café o te. Me parece que los sentidos y los significados emergen cuando estás, no necesariamente en silencio, pero sí con una actitud más despojada y abierta respecto del material.
Me resulta muy llamativo el tema del silencio, lo que en inglés es "solitude". Nosotros en español tenemos solo una palabra para "soledad" pero en el idioma inglés tienen dos distintas que son solitude y loneliness. Loneliness es realmente estar solo, generalmente con una connotación negativa, es decir uno preferiría estar acompañado, acompañada. Solitude tiene una connotación que es más la situación de estar con uno mismo que es un poco lo que s e hace cuando se medita. Tenemos cierta dificultad para lograr esto, y sobre esto tratar de reflexionar.
- T.: En el capítulo "Plataformas" asignás una metáfora a cada red social. Whatsapp es el café, Facebook viene a ser el centro comercial del espacio digital e Instagram, en cambio, es una pasarela. ¿Por qué decidiste optar por este recurso narrativo en un libro académico?
- P.B.: Las metáforas me parecían como formas o recursos importantes para volver ajeno aquello que hemos naturalizado muy rápidamente. Las noticias y el entretenimiento son lo mismo, lo que es distinto es lo que hacemos con eso. Pero yo traté de embeberlos un poco en la textura de la vida cotidiana.
- T.: ¿Cuál es el rol o responsabilidad que tienen los especialistas de la comunicación en este escenario que nos toca vivir?
- P.B.: Creo que hay dos cosas. Una tiene que ver con la necesidad de historizar el presente. Yo no digo que no haya nada novedoso en el presente pero en general las investigaciones históricas sobre distintos períodos y temáticas lo que muestran es que suele haber muchas más líneas de continuidad que de ruptura. Hay muchas cosas que ya sucedieron, quizás de otra forma pero ya sucedieron. Me parece importante estar atento a eso, si uno va a hablar de lo novedoso del presente, tener en cuenta qué hay mucho escrito sobre situaciones comparables acerca del pasado.
La otra es la importancia de opinar con datos. Y los datos son distintos de las ilustraciones. Las ilustraciones son "pensar tal cosa y buscar algo en la realidad que ilustre lo que yo pienso": eso funciona supuestamente como comprobación de que aquello que yo opino es cierto. Los datos no son una ilustración de la realidad, porque en la realidad pasa de todo, pero hay cosas que pasan mucho más frecuentes que otras. Me parece es que donde la academia , algunes academiques, la pifian un poco porque ya tienen la interpretación antes de analizar la evidencia. Y dicen en parte lo que piensan. No está mal que digan lo que piensan pero ese no es el rol de la persona que investiga. La persona que investiga trata de entender lo qué pasa en la realidad más allá de lo que uno piensa, y después interpreta por qué sucede lo que sucede.
La interacción de los académicos con el público masivos de los medios es que los académicos opinan con pocos datos. Eso no ayuda y está pasando bastante hoy en día en el periodismo.
Con información de Télam