"Cada familia tiene sus propias tragedias: hay historias de abuso, de traiciones, de dinero, de muertes abruptas pero yo elegí contar la de una familia de clase media en los '90 que pasa por un torbellino de situaciones", dice Violeta Gorodischer -escritora y editora en la Nación, sobre la reedición de su primera novela, "Los años que vive un gato, en el catalogo de El Cuaderno Azul, un proyecto editorial de ir "en contra de la novedad" al reimprimir libros que tuvieron tiradas efímeras en un primer momento pero que fueron incansablemente buscadas una vez agotadas.
Autora del libro de cuentos "Sueños a 90 centavos" (Seix Barral) y del libro de crónicas "Buscadores de fe" (Planeta), Gorodischer retrata en "Los años que vive un gato" la historia de una familia de clase media en los años '90 en Argentina desde el punto de vista de una niña que atraviesa el pasaje de la infancia a la adolescencia, con las transformaciones emocionales y físicas que conlleva. A estos cambios, se suma que la protagonista está enferma. No se explicita de qué pero se puede deducir a partir de la caída del pelo, de las recurrentes visitas al médico y los pinchazos. Sin embargo, el foco no está puesto ahí sino en cómo se establecen los vínculos familiares.
"Quise jugar un poco con el registro de la biografía pero durante muchos años me cansé de explicar que la nena era un personaje de ficción. Después me di cuenta que la gente tiene que leer como quiera leerlo", dice Gorodischer a Télam sobre cómo muchas veces la ficción en primera persona parece autorreferencial.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Al tiempo, la escritora hizo un experimento: "Probé contar cualquier cosa en primera persona y volvía a suceder". "Ahora me parece un poco divertido", dice.
Mientras la narradora de esta historia crece, su mirada se agudiza y repara en eventos que antes pasaban desapercibidos: es testigo de una infidelidad, de discriminación, de un abuso y de cómo las bases de lo que parecería una familia ideal se desmorona poco a poco. Además, atraviesa una enfermedad que no se explicita en ningún momento pero se puede deducir por sus frecuentes visitas al médico, los pinchazos, la caída del pelo y la utilización de un pañuelo para esconder la calvicie. ¿A qué se debe esta inclusión? "Me parecía importante mostrar cómo se reconfigura una familia a partir de la enfermedad, a partir del declive económico porque trae aparejado eso, qué pasa internamente, qué pasa con la mirada de los otros. Todo lo que puede pasar en el marco de una familia y cómo pueden degradarla pero cómo esa familia puede resistir", explica Gorodischer.
La enfermedad, cuenta, es porque "nada está garantizado y la sensación de que todo puede terminarse de un momento a otro. Su mayor iniciación es enfrentarse con la enfermedad y la certeza de que somos finitos, de que nadie le garantiza que ella va seguir viviendo sin ningún tipo de riesgo". A pesar de tratarse de una novela intimista, hay una constante referencia a lo social y de qué está hecha la clase media argentina a la que la protagonista pertenece. Por eso, aparecen tensiones con la empleada doméstica, debates sobre el Che Guevara y un viaje a Disney como momento cúlmine del derroche de plata previo a la crisis.
De la mayoría de estos eventos es testigo un gato que nuclea a la familia y a través del cual muchos integrantes encuentran contención o liberan sus angustias. "Hay algo que me gusta hacer siempre que es no explicitar tantos los conflictos sino que siempre sucedan cosas en segundo plano, dejarle al lector la capacidad de quedarse con preguntas. El gato venía a ocupar ese lugar de lo que pasa por detrás, de darle la posibilidad al lector de reconstruir, de quedarse con preguntas, de que sea el testigo mudo de todo lo que sucede", cuenta Gorodischer sobre uno de los tantos significados que encapsula el gato.
Durante el proceso de edición, Félix Bruzzone "iluminó al gato al llevarlo al título", recuerda la autora. "Me pareció un hallazgo, fue poner el reflector sobre algo que estaba invisible. En todos los capítulos estaba el gato y ni siquiera yo lo tenia tan presente. A veces uno cuando escribe hay cosas inconscientes que afloran en la narración y después se da cuenta de la coherencia interna", reflexiona la autora de "Desmadres".
¿Cómo fue trabajar la madurez de la voz narrativa, que comienza con una inocencia que se diluye sobre el final para convertirse en una voz compleja, con ternura pero también con malicia? "Fue un desafío porque a medida que la protagonista iba a ir creciendo era trabajar ese tono desde el punto de vista del recuerdo. Como si fuera la recreación de una voz que va creciendo en el tiempo. También con muchas lecturas. Me acuerdo que lo que leía muchísimo en ese tiempo era a Bryce Echenique, a Salinger y mucha literatura norteamericana", cuenta Gorodischer sobre el proceso.
Cada capítulo tiene la potencia de un cuento sobre el que siempre queremos saber más. "Tienen una estructura de cuento porque al principio eran cuentos", revela la escritora, quien no se animaba en aquel entonces a largarse entrada a "la inmensidad de una novela".
"Tuve ganas de hacerla como una novela iniciática, como género en sí misma. Siempre también el primer contacto con la sexualidad es un momento muy iniciático. La sexualidad como algo lindo, como un primer contacto, darse cuenta que puede tener otra cara que también hace a la pérdida de la inocencia. Ella se encuentra con todo al mismo tiempo: con niveles muy altos de violencia, con miedo, con la exposición de las mujeres que es algo que no es solo una moda, sino que es algo que viene pasando hace un montón", dice Gorodischer.
En la novela, los compañeritos de la protagonista hacen una lista de "las más lindas de la clase", no respetan los límites e incluso, la narradora es testigo de un abuso. "Pasa la pubertad y enseguida te transformas en una potencial victima de la violencia que ejercen los hombres hacia las mujeres. Es algo que todas vivimos alguna vez entonces yo también quería dar cuenta de eso", advierte Gorodischer.
En "Los años que vive un gato" suceden un centenar de eventos en un tiempo muy breve. ¿Qué pasa con las cicatrices familiares después de tanta conmoción? "La palabra no me gusta mucho, pero son `resilientes´. Es una historia de amor familiar. Después de quebrarse, siguen siendo familia", concluye la autora.
Con información de Télam