Con la llegada abrupta de esta pandemia, de golpe, millones de personas tuvieron que parar el ir y venir de sus vidas cotidianas y encerrarse en sus casas. “¿Y ahora qué hacemos?”, fue la pregunta más escuchada en diferentes idiomas a lo largo de todo el planeta. Lo llamativo es que muchísima gente, de todas las edades y nacionalidades, encontró la misma respuesta: armar rompecabezas.
Famosos y anónimos de aquí y allá han echado mano a este tradicional entretenimiento. La comedianta Ellen DeGeneres registró varios videos en Instagram tratando de armar un puzzle de 4000 piezas. La cocinera Narda Lepes mostró orgullosa en la misma red uno sin más figuras que un degradé del amarillo al rojo que armó en apenas una noche. Y el primer ministro de Australia los declaró esenciales y hasta dio permiso a los ciudadanos de su país para que salieran a comprarlos.
Tanto incentivo tiene sus consecuencias. En Europa, la demanda de puzzles fue mayor a la que se da en Navidad. Ravensburger, la fábrica de rompecabezas más prestigiosa del mundo, trata de hacer un equilibrio entre el aluvión de pedidos, su capacidad de producción y que sus empleados mantengan la distancia adecuada en tiempos de coronavirus.
La pulsión por armar figuras recortadas también llegó a la Argentina. “Es impresionante la cantidad de ventas que se registraron a partir de la cuarentena. No se da abasto, ya me liquidaron dos veces el stock y ahora los proveedores también se quedaron sin mercadería. Incluso me escriben desde Chile preguntándome si les puedo mandar, pero ante tanta demanda prefiero enfocarme en satisfacer los pedidos locales. Dicen los fabricantes europeos que la venta se multiplicó por siete”, cuenta Silvina López, dueña de Puzzlelandia (solo ventas online), creadora de la página de facebook Puzzleros Argentinos y organizadora de campeonatos. “Tengo 3000 usuarios en cada una de las páginas, pero últimamente se agregan muchísimos puzzleros (se pronuncia con u) a diario”.
Pablo González es habitué del grupo Puzzleros Argentinos. “Hace muchos años que armo rompecabezas, es un desafío a la paciencia y al orden. Tengo en mi haber unos cuantos armados, algunos enmarcados y exhibidos en mi casa y tres o cuatro que armé y desarmé para volver a armar si me agarra otro ataque de cuarentena”, explica. Cuenta que, antes de guardarlo, la costumbre es colocar nombre y fecha del trabajo realizado atrás de una pieza. También nota a su alrededor este repentino interés por los rompecabezas, más allá de sus compañeros de hobbie. “A punto de comenzar el confinamiento me topé con mi vecina que venía con dos cajas de puzzles abajo del brazo, y una compañera de trabajo me preguntó dónde podía comprar alguno copado”.
Silvina López cuenta que los más solicitados son los de mapas y arte, y que les siguen los de imágenes de París, Londres y puentes de Estados Unidos. “Los más chicos que vendo son de 600 piezas, en general para niños y adultos mayores. Los que van de 4000 a 6000 piezas ya se me agotaron, y eso que no son nada baratos. ‘Así me dura’, es la frase del momento”.
“El primer rompecabezas grande que armé fue hace 21 años, cuando estaba embarazada de Carmela. Me pareció espectacular, pero después entre hijos, perro y trabajo, no volví a armar uno hasta ahora”, cuenta Paula Bassi, una de las tantas personas del planeta que redescubrió este juego ancestral a raíz del confinamiento obligatorio. “Antes de que Alberto la anunciara, había un run-run de que se venía la cuarentena, entonces con mi hijo Antonio agarramos las bicis y fuimos a la juguetería horas antes de que cerrara. Compramos un rompecabezas hermoso de 1000 piezas: ‘Las bodas de Caná’, de Veronese. Invertimos ahí. Tardamos una semana en armar el rompecabezas: cada tanto alguno se enganchaba en poner piecitas. Cuando se terminó, hicimos un canje con mi mamá que se había comprado otro. Saqué un permiso especial, fui en bici hasta su casa, le llevé mi rompecabezas, traje el de ella y ya lo hicimos. Ahora estamos pensando a quién le podemos proponer otro canje”.
Habiendo tantas actividades que se pueden hacer con tiempo y puertas adentro, más aun en esta época de híperconectividad y pantallas, ¿por qué esta inclinación masiva hacia los puzzles? “Es un momento de no pensar en nada, la concentración en encontrar esa piecita es total. Es medio meditativo, realmente te aislás de todo durante un rato”, reflexiona Paula.
En la presentación de su libro Juegos inocentes, juegos terribles, de 1999, la investigadora Graciela Scheines había señalado que “el punto de partida del rompecabezas es una situación de desorden, no tengo más que un montón de fragmentitos que no me dicen nada, y eso me impulsa a jugar, porque el caos me produce tal incomodidad que hace que yo tenga que resolver ese caos en un orden: el dibujo terminado”. Y en este momento de caos, con un virus desconocido, contagioso y para el que no hay vacuna dando vueltas por un mundo que claramente hay que reordenar, la confusión abruma. “Armar puzzles ayuda a encontrar paz y tranquilidad para pensar en los problemas y buscarles alternativas -opina Silvina López-, te deja la enseñanza de que con paciencia podés arreglar lo roto. Y la autoestima te desborda de alegría al verlo listo”.
En su libro, Scheines dice: “Jugamos para evadirnos de las cárceles cotidianas: el momento histórico que nos toca vivir, el país, la ciudad, la familia, el trabajo, nuestras máscaras. Porque los juegos son zonas de fuga, planes de evasión, vehículos en donde estamos momentáneamente a salvo, en tránsito a ninguna parte, en cierta manera libres”.