En las afueras de La Habana, Cuba, está Tarará. Una ciudad turística con vista fantástica al mar caribeño. En esa región lejana a la urbe cubana tuvo protagonismo una de las historias más solidarias de la historia del país. Allí Fidel Castro acogió a 26.000 niños expuestos al desastre provocado por la explosión de la central nuclear en Chérnobyl, en 1986, poniéndolos en manos de sus mejores profesionales médicos. Un acto de grandeza conmovedor que el documentalista Ernesto Fontán narra en Tarará, su ópera prima que tendrá estreno el próximo 2 de septiembre en CINE.AR Play Estrenos. En diálogo con El Destape, Fontán desentrañó los misterios del fenómeno que merecía (pero no tuvo) repercusión digna de la portada de los diarios.
- ¿Cómo llegaste a descubrir esta historia?
De adulto empecé a militar en el espacio de la fraternidad argentino cubana, que reúne a personas de diferentes vertientes ideológicas unidas con el fin de fomentar la Patria Grande a través de actividades culturales. La presidenta del espacio siempre tuvo la idea de hacer un documental referido a la solidaridad de Cuba hacía otros países, y como ya había visto un trabajo documental mío y de un amigo, emprendimos la misión de contar una historia con ese foco, aunque no sabíamos qué tema puntual abordar.
Desde la Embajada de Cuba en Argentina nos propusieron el caso de Tarará que, en lo personal, desconocía. Fue una obra quijotesca que tuvo a Fidel Castro en el centro de la acción y se dio en medio de una crisis económica gigante de la región cubana.
- El caso Chérnobyl es increíble y la miniserie de HBO lo puso nuevamente en agenda. ¿Qué impresión te dio la ficción?
Cuando salió la serie de HBO ya tenía un primer armado de la película. No nos dio el tiempo para estrenar la película en ese momento. Hubiese sido increíble porque es una contra respuesta a esa producción hecha por Estados Unidos, país del que sabemos muy bien los intereses que defiende. Lo cierto la ficción omitió por completo lo sucedido en Tarará. Cuba sí hizo algo por esos chicos que quedaron totalmente desamparados.
- ¿Qué fue lo que más te llamó la atención en la investigación de la misión de Fidel Castro para acoger niños ucranianos en Cuba?
En un principio me impactó el nombre Tarará. Suena hasta musical. Algo muy curioso fue que desde el Gobierno cubano, liderado por Fidel Castro, nunca estuvo la idea de tomar ese plan de acción solidaria como un acto mediático que llegara a la prensa. Por eso fue que quedó escondida la historia. Hay muchos cubanos que ni siquiera estaban enterados de la llegada de estos niños ucranianos. La situación se vivió de manera natural. El Gobierno podría haber explotado ese evento como un boom propagandístico para la revolución. Y no. Optaron por mantener un perfil bajo. Eso también habla de la vocación solidaria de Cuba.
No hay que olvidar que este hecho (la llegada de niños expuestos al desastre de Chérnobyl) sucede cuando cae el muro de Berlín y Cuba queda totalmente aislada. Su principal sostén era la Unión Soviética y al desaparecer esta quedaron totalmente solos económicamente. Estados Unidos aprovechó esa instancia para recrudecer el bloqueo.
- Así y todo, en el documental hacen fuerte hincapié en que les niñes ucranianos y sus familias no pasaban hambre.
Había escasez de todo en Cuba pero a los chicos ucranianos y sus familias no les faltaban nada. Los cubanos tienen una frase muy linda que dice: “Nosotros no damos lo que nos sobra sino que compartimos lo poco que tenemos”. Eso es encantador porque grafica el hecho genuino de ayudar y descarta la cultura de las limosnas instaurada por el capitalismo.
Hay muchos de esos niños que llegaron de Chérnobyl con cuadros muy difíciles y terminaron quedándose en Cuba una vez que se curaron, formando familias ahí.
- En las entrevistas a estos niños ya adultos, ¿te contaron cómo sintieron el choque inicial de culturas?
Para muchos el choque de culturas fue notorio: venían de un ambiente frío a la playa, a una región con alimentos y frutos desconocidos y con una cultura más cálida. El mar del Caribe los ayudaba a curar los problemas de piel que traían de Chérnobyl. Siempre estuvieron acompañados en materia de educación y actividades de esparcimiento cultural y social. Fue un proceso paulatino de acostumbrarse. Ucrania tiene una faceta social más introvertida. Los latinoamericanos somos exactamente lo contrario. Si bien durante las entrevistas podía notar rasgos de esas características de la cultura europea, cuando mencionaban a Fidel Castro se les iluminaba el rostro. Fue como un padre para ellos, el tipo que les salvó la vida.