El cuerpo moribundo se marchita en una cama de hospital. No hay nada que se pueda hacer. En los minutos finales, llega el mensaje de amor a la pareja, los amigos o la familia; un último atisbo de vida antes de partir. Con variantes según la película, el cine se encargó de reproducir hasta el cansancio la misma escena para visibilizar historias de personas que contraen VIH. Una fórmula trágica en donde la muerte es el paso final de un destino ineludible. Si décadas de investigación lograron mejorar la calidad de vida de los pacientes, con acceso a tratamientos que ayuden a mantener la carga del virus indetectable, (o sea, que los análisis no detectan al virus y no hay riesgo de transmisión a otro/a), ¿por qué la industria sigue recurriendo a viejos estigmas que alimenten el miedo?, ¿por qué no se producen comedias románticas de personas con VIH que tengan finales felices?
Títulos emblema como “Compañeros inseparables” (1989), “Philadelphia” (1993) y “Y la banda siguió tocando” (1993) son algunos ejemplos de películas que giraron en torno a la pandemia del SIDA -que vivió instancias de emergencia sanitaria durante los ’80 y los ’90- y cumplieron un rol fundamental en barrer prejuicios discriminadores que vagaban en las sociedades de aquellos años. En el medio, películas vanguardistas como la notable “The living end” (1992) se animaron a correrse del eje dramático-trágico para ofrecer otras historias posibles. Así, con grandes estrellas de Hollywood en los afiches promocionales, el esquema común de largometrajes con personajes cercanos atravesados por el virus fulminante logró su cometido: vender millones de localidades, generar empatía y luchar contra la ignorancia informativa.
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Los avances en materia de Salud y los tratamientos con antirretrovirales ayudaron a extender la calidad de vida de los pacientes con VIH, cambiando el curso de muchas historias y derribando mitos estigmatizantes. Siguiendo esta cadena cualquiera de nosotros pensaría que el cine sería uno de los primeros en “aggiornarse”, para acompañar esta modificación del paradigma. Menudo error.
Las viejas creencias de que solo los homosexuales contraen VIH, que son protagonistas sufrientes, con contextos familiares violentos y luchas de militancia ante un Estado que no da respuestas, en síntesis, la muerte en primera plana, continuaron siendo los pilares que la industria decidió seguir reproduciendo. Algunos ejemplos notables que, sin correrse de la normativa, calaron hondo en los espectadores y la crítica fueron “Dallas Buyers Club” (2013), “The Normal Heart” (2014) y “120 pulsaciones por minuto” (2017).
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Si el cine es una herramienta para moldear pensamientos y mostrar infinidades de realidades posibles, ¿por qué sigue un modelo de historias no representativas para millones de personas que viven portando el virus? Sin la muerte como única opción posible, la película sería diferente.
Establecido en 1988, el Día Mundial del VIH fue la primera fecha dedicada a la salud en todo el mundo. Según datos del Boletín de Sida y ETS del Ministerio de la Salud de la Nación -diciembre 2019-, hay 139 mil personas que viven con VIH y, aproximadamente el 17% de este grupo desconoce su diagnóstico.