(Por Ana Clara Pérez Cotten). Con poemas que dan cuenta de la ausencia y el desamor pero también del abrazo y la corporalidad, Tomás Litta logra en "Extensión del cuerpo" (Santos Locos), su segundo libro de poesía, ponerle palabras al fin del amor, en un ejercicio que se despega de la función terapéutica más remanida para, en cambio, animarse a una postura más existencial: "Son poemas bastante egoístas que tratan de explicar el desamor desde la corporalidad, desde los efectos y las formas en que el cuerpo sufre la separación", dice el autor.
Entre versos que reparan en la ausencia, el destierro, el extrañamiento y la reparación de las cosas que alguna vez fueron compartidas, Litta -quien nació en Buenos Aires, es poeta y trabaja como gestor cultural mientras cursa la carrera de Letras en la UBA- entiende a la poesía como "una zona de promesas": "Es un gran lugar para la inocencia, para la ternura, para la lucha, para el encuentro, para la puesta del cuerpo. La poesía es la única forma de salir de la ruina".
El autor produce y coordina "El Cuerpo Expresivo", un ciclo de poesía erótica que reúne a representantes de diversas disciplinas como la música, la literatura y las artes visuales. Además, lleva adelante la cuenta de difusión cultural LGBTIQ+ @culturacuir y es el creador de "Cruzadxs", un podcast que reúne textos clave leídos por artistas y referentes de la diversidad.
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-Télam: ¿Cuál fue el puntapié de los poemas de "Extensión del cuerpo"?
-Tomás Litta: El libro nació como un trabajo experimental con el cuerpo. Hay mucho de ficción en los poemas, pero también hay mucho de experiencia vivida porque a mí siempre me gusta escribir desde ahí. Y lo que sucede en "Extensión del cuerpo" es una separación. Pero no sólo una separación amorosa-vincular, sino también una separación física: hay un hogar que deja de compartirse y hay una partida del otro. Entonces el protagonista se queda solo, en las ruinas de una casa que queda grande y muy vacía. Así que el puntapié de los poemas es pensar esa relación entre amor y cuerpo. Son poemas bastante egoístas que tratan de explicar el desamor desde la corporalidad, desde los efectos y las formas en que el cuerpo sufre la separación. De repente hay una cama que queda demasiado grande, plantas que se descuidan, ropas olvidadas, olores que quedan grabados. Y el cuerpo es partícipe de todo eso, está afectado y atravesado. Los poemas no son otra cosa que el intento por explicar (o sobrevivir) a esos vacíos.
-T.: Los abrazos, las palabras y la ausencia parecen ser ejes del libro. ¿Qué te generan? ¿Encontrás otras continuidades?
-T.L.: Son tres elementos que yo pienso muchísimo y sobre los que vuelvo permanentemente en mi escritura. Los abrazos son una de las cosas que más me gustan de este mundo. Amo abrazar, me parece un gesto amoroso, tierno y político: abrazar amigxs, amores, familia. Abrazar para refugiarse, para resistir, para llorar, para gustar, para hacer compañía. En el libro, los abrazos aparecen en todas estas formas: hay abrazos eróticos, hay abrazos que anuncian una separación, hay abrazos a la familia en un gesto de desamparo, hay abrazos de mis amigas que me salvan la vida. Para mí son algo fundamental y evidentemente no puedo separarme de ellos en la poesía. Y también está el lado opuesto, que es la ausencia, esa cosa inexplicable que te priva, que te anula, que te suspende todo. La ausencia también es un elemento que me obsesiona bastante, porque eso: muchas veces me resulta inexplicable que de repente alguien o algo pueda dejar de estar, así, de un momento a otro. En los poemas, la ausencia es una parte fundamental porque habla de ese otro que deja la casa. Y ahí el poeta tiene que ver cómo resolver esa ausencia con la que no puede hacer mucho. Las palabras, en principio, son ese puente, esa forma de escape o de trampa, donde poder agenciarse una respuesta, aunque sea tentativa. Las palabras sirven para explicar, pero también para hacerse preguntas. Creo que ahí también está lo lindo de la poesía: en poder hacer preguntas que no tienen respuesta, o que no pueden ser respondidas. Simplemente están, como un manifiesto de incomodidad.
-T.: ¿Escribir ayuda a sobreponerse al fin del amor? ¿Implica una función terapéutica? ¿O es de lo poco que se puede hacer cuando llega esa instancia?
-T.L.: Creo que no hay forma de sobreponerse al fin del amor. Nunca. El amor es todo eso que no puede prevenirse, todo eso que se vuelve inescapable, impredecible, inagarrable. Escribir, en principio, es algo que hace más liviano todo. Es como una fuerza intermedia, algo que está ahí en un intersticio entre el mundo y uno: se escribe porque se necesita. Una vez una psicóloga me dijo que no se podía hacer un duelo y pretender que la escritura también opere como una parte del mismo proceso. Algo de eso me quedó resonando siempre, pero todavía tengo dudas. Porque creo que la escritura es un motor no para sobreponerse sino para hacer todo más vivible. Y el desamor es una fuerza horrible y desgarradora, así que la escritura es al menos un bálsamo, un ejercicio de autonomía para hacerse preguntas, explicarse cosas, aferrarse a lo más pesado, observarse. Más que terapéutico, lo pensaría como instintivo: escribo para sobrevivir.
-T.: El libro tiene una playlist en Spotify que acompaña la lectura. ¿Qué crees que logra la música ahí donde no llegan las palabras?
T.L.: La música tiene un lugar fundamental en varios aspectos. Primero, hay una porción de la playlist que fue parte de toda la escena de esa casa compartida: hay canciones que escuchábamos juntos, canciones con las que pintamos las habitaciones, canciones con las que dormimos, canciones con las que nos besamos. Después, hay canciones que componen el vacío posterior, canciones que me ayudaron a sobrevivir. Ahí hay una parte mucho más íntima mía, que juguetea un poco con las letras de esas canciones, que deja entrever algunas ideas que también circulan por el libro. Y también hay canciones que acompañaron el proceso de escritura del libro. Y toda la playlist (que es bastante larga, tiene 50 canciones) está ordenada y orientada por ese gran camino que es la historia. Es algo mucho más meditado de lo que parece: hay juegos con los títulos, con las letras, con el orden, con la selección. Así que la música es esencial, la playlist es una gran parte complementaria del libro. Creo que la música habilita un lenguaje superior y que sí, a veces trasciende todo lo que puedan llegar a decir las palabras. A veces el lenguaje es insuficiente y la música propone otra salida, para extenderse e ir más allá.
-T: ¿Qué poesía te inspira a escribir y te gusta leer? ¿Por qué cuestiones puntuales te interesa el género?
-T.L.: Me instalé mucho en la poesía contemporánea argentina y latinoamericana. En el medio leo poetas extranjeros pero en lo nacional y latinoamericano hay algo no sólo de una lengua compartida sino también de un lenguaje. Esa cercanía me da tranquilidad, me da territorio, me interpela, me habla de una realidad compartida, me colectiviza. En la poesía me gusta mucho el lenguaje inocente de la ternura: Julián López, Idea Vilariño, Rosario Bléfari, Santiago Venturini, Malena Saito, Verónica Yattah. Y también me gusta mucho la poesía combativa: Pedro Lemebel, Susy Shock, Camila Sosa Villada, Cristina Peri Rossi, Claudia Rodríguez, Néstor Perlongher.
La poesía tiene una fuerza y una potencia inigualables. Es un lenguaje que permite una sensibilización mucho más profunda, es un modo de observar el mundo, es una llegada al fondo de todas las cosas. Es un remanso en el que descansar de las exigencias y demandas del mundo. Es un gran lugar para la inocencia, para la ternura, para la lucha, para el encuentro, para la puesta del cuerpo. La poesía es una zona de promesas, la única forma de salir de la ruina.
Con información de Télam