(Por Ana Clara Pérez Cotten) Con ecos de los traumas que el pinochetismo imprimió en la sociedad y una escucha atenta de la "revolución pingüina" que nació con las tomas de los secundarios que a principios de los 2000 cambiaron la dinámica de la política chilena, pero también con la posibilidad de leer en esa rebeldía juvenil cierto descontento latinoamericano, la escritora chilena Nona Fernández reconstruye en "Avenida 10 de julio" la historia de una pareja en la que puede leerse el devenir de una generación y el pulso de una época.
Escritora, actriz y guionista, nació en Santiago de Chile en 1971 y publicó el libro cuentos "El Cielo" (2000) y las novelas "Mapocho", "Fuenzalida", "Space Invaders", Chilean Electric" y "La dimensión desconocida", distinguida en 2016 con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Traducida al italiano, el francés, el alemán y el inglés, Nona Fernández Silanes -tal es su nombre completo- aborda en su obra la memoria, los fantasmas de aquello que la sociedad aún no pudo procesar y las biografías quebradas por la lógica neoliberal.
De visita en Buenos Aires, donde participó del Filba, Nona Fernández dialogó con Télam sobre el trasfondo político y social que subyace a "Avenida 10 de julio", una novela originalmente publicada en 2007 que ahora llega a las librerías argentinas editada por Eterna Cadencia y que permite entender el andamiaje debajo de la movilización popular que irrumpió en Chile en octubre de 2019 y tiene un correlato político en la llegada de Gabriel Boric a la presidencia, pero que también atiende a las cuestiones más triviales de la vida: el fin del amor, el dolor en la infancia, la posibilidad de las segundas oportunidades o la tentación de elegir una vida que esquive los mandatos de productividad del neoliberalismo.
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Greta y Juan, los protagonistas de "Avenida 10 de julio", participan de la toma de un secundario de Santiago en plena era de Pinochet y se reencuentran 20 años después, en otro Chile (y otra dimensión).
"¿Qué será de los niños que fuimos? Alguien se precipitó a encender la luz,/ más rápido que el pensamiento de las personas mayores", dice el poema de Enrique Lihn que eligió la autora y que resuena a lo largo de la obra.
-Télam: ¿Por qué decidiste sumarle un epílogo a la edición argentina de la novela? ¿Qué creíste que era necesario contarle al lector?
-Nona Fernádez: Este libro se publicó en Chile por primera vez hace quince años. Y junto a esta edición que se publicó en Argentina, se volvió a imprimir en mi país. Entonces, me pareció que era importante darle un contexto y por eso lo escribí: en Chile es un prólogo, porque existe el documento anterior, y en Argentina, el epílogo. Al pensar ese texto, volví a reencontrarme con el texto, algo que no suelo hacer: no me gusta releerme. Y bueno, la realidad es que uno cierra un libro pero esas ideas siguen en uno, van profundizándose o yéndose a otros lugares. Entonces, cuando releí el libro me reencontré con esa Nona que había escrito la novela e intenté develar un poco el marco de esa historia y cómo ese contexto histórico reverbera en la actualidad. ¿De dónde viene esa escritura? ¿Cuál es el azar de la cocina de la escritura? Hay una propuesta de lectura, personal, que no clausura lo que otros lectores puedan encontrar en la obra.
-T.: El libro empieza con la historia de una toma en un secundario en contra de la privatización del sistema de educación impuesta por la dictadura de Pinochet. En el epílogo, contar la importancia histórica de las tomas de 2006. En Argentina, hay todo un debate actual sobre las tomas de los secundarios y sobre la impronta que cada generación deja en esa práctica de reclamo. ¿Qué dicen esas protestas juveniles de las sociedades en las que se dan?
-N.F.: Hay una lucidez en la juventud que hay que atender siempre y que no se contrapone a la sabiduría de los más grandes. No quiero ningunear la sabiduría de los adultos. Los niños ven algo que nosotros no vemos porque estamos inmersos en el sistema y ocupados en su guion. Ellos tienen la lucidez de quien observa el presente sin normalizarlo. Nosotros, en cambio, somos responsables de una cantidad de cosas que nos impiden ver. Los chicos traducen un malestar que no es únicamente de ellos, sino también de sus padres. No es un ejercicio tan narcisista, están afectados por lo que les pasa a los otros y ven un poco más allá de las aulas. Si lo ponemos en un plano más metafórico, hay una conexión más directa con el futuro. Los jóvenes no le tienen miedo al cambio o al quiebre porque su vida todavía es eso, están en cambio constante y están acostumbrados. En cambio, nosotros sí le tememos: seamos consciente o no, lo admitamos o no. Todas y todos nos acomodamos, en mayor o menor medida. Y bueno, ellos no. Son las lecciones naturales: así como atendemos la voz de los viejos, hay que escuchar a los niños. Y son entes políticos y sociales muy importantes. Los hemos silenciado durante mucho tiempo y últimamente son ellos los que van marcando los puntos conflictivos del entramado social.
T.: También hay muchos niños que sufren en la novela, una mirada menos sacralizada de la infancia. ¿Por qué te interesó abordar esos grises?
N.F.: Esa idea de que la infancia es un momento hermoso y dulce es un poco ingenua. Todos y todas fuimos niños y sabemos que también es el territorio de los miedos más grandes, de los sufrimientos más complejos. Los grandes traumas se pactan en la infancia. Entonces, el libro teje ese espacio extraño, incierto, oscuro y luminoso a la vez, pero que no es menos complejo que la vida adulta. Allí se tejen las grandes amistades, las épicas personales y donde se sufre mucho. Cada vez que nos recostamos en un diván, nos anoticiamos de que la infancia no es exclusivamente un espacio de felicidad. Lo que yo observaba en aquel momento era lo que el modelo estaba haciendo con los niños: los estaba dejando muy huérfanos. El modelo neoliberal no deja tiempo para ellos ni para acompañar la crianza.
T.: Greta tiene un recuerdo muy agridulce de la última mañana que pasó con su hija.
N.F.: Quienes somos madres hemos padecido mucho eso: que el niño no moleste, que se vaya rápido Y es muy brutal cómo llegamos a ese punto y cómo se ha normalizado. Vivimos en un modelo en el que todo es productividad.
T.: Juan llega a un punto en el que decide cortar con toda alienación y rechaza seguir con el ritmo del trabajo y la productividad.
N.F.: Sí, él dice: "No puedo más". Cuando me preguntabas por la primera imagen Yo creo que esa fue mi primera imagen. Que parte de una fantasía: apagar la máquina y decir "no puedo más, hasta aquí llegué". Creo que es un deseo secreto de muchos pero sé que el costo de eso es tremendo: nos quedamos afuera de la vida y nos quedamos como locos o parias, en un espacio que ya no es, expulsados.
T.: Juan también es víctima de un proceso urbano: la gentrificación. Todo a su alrededor cambia de forma vertiginosa. ¿Es un reclamo por la identidad de la ciudad?
N.F.: En los noventa esto fue brutal: el crecimiento económico arrasó con la ciudad. No había una estética muy clara y grandes patrimonios terminaron debajo de un shopping. El ejercicio que hacíamos era: "¿Qué había aquí?". Santiago es otra ciudad, hay una capa sepultada.
T.: "Avenida 10 de julio" da cuenta del malestar social que reinaba en el país hace quince años y del protagonismo juvenil en la política chilena. ¿El ciclo político que se abrió con la llegada de Boric al poder sintetiza estas cuestiones? ¿Cuáles son las posibilidades para el cambio?
N.F.: Creo que la novela traduce décadas de malestar que terminaron haciendo una grieta y explotando en octubre de 2019. Ese malestar de principios de los 2000 tuvo un ejercicio concreto en la calle y en la política. Pero lo que ocurrió con el resultado del referéndum, contrario a reformar la constitución, es tan desconcertante y abrumador que cualquier cosa que diga no es un análisis muy lúcido porque todavía estoy en el luto, en la pena y en la rabia. Así que respondo desde esa sensación. Lo que viene ahora, que salió de la ciudadanía y se pacta a nivel de la política, es que habrá un cambio de Constitución. Y eso es bueno, obviamente, porque implica salir de la Constitución de Pinochet. Pero aquel texto escrito en paridad, democráticamente y con presencia del mundo indígena en un ejercicio que buscaba profundizar la democracia ya no será. Lo que venga ahora es lógico en un país democráticamente retardado como el mío: claro, ya no podemos tener ese texto porque está mal visto y claro, el Estado debe ser garante de derechos y no subsidiario. Y bueno, creo que lo tendremos con muchas restricciones de la derecha gradual. Resta entender que Chile es un país neoliberal y conservador y eso está tatuado en el ADN de todos, incluso de los que no creemos muy abiertos a los cambios. En un punto, creo que aún no logramos darnos cuenta de cómo el neoliberalismo ha horadado en Chile, el país más neoliberal del mundo. Y bueno, eso no podía dejar de manifestarse. Pero creo que además hay algo que tiene un paralelismo mundial y latinoamericano que vemos con Trump, con el Brexit y con Bolsonaro: la forma en la que la realidad de manipula, se enreda y cómo la gran inteligencia digital opera con sus golpes inmateriales, sin armas y sin militares. Como ciudadanos, no tenemos herramientas para evaluarlo, recién estamos empezando a observar y es parte de una guerra muy sucia.
Con información de Télam