La artista cubana Carmen Herrera, reconocida por sus pinturas abstractas y minimalistas y el equilibrado uso del color, rara avis en un mundo que rinde culto a la promesa joven porque fue a sus 89 años cuando vendió su primera obra luego de toda una vida dedicada al arte, falleció a los 106 años en Nueva York, donde residía desde hacía décadas.
"Nunca se es demasiado viejo para convertirse en la mejor versión de uno mismo", había afirmado una vez en una entrevista publicada por el diario español El País la artista fallecida el sábado pasado.
Lo que ocurrió con esta mujer nacida en 1915 en La Habana y radicada en Estados Unidos desde los años 50, fue un reconocimiento tardío, después de siete décadas dedicadas a la pintura.
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"Ser mujer y cubana no era ventajoso en tiempos pasados. Además, yo no era muy agresiva. Todo hay que medirlo por las normas de su época. Una tenía que acostumbrarse a eso, no solo en el arte, sino en todas las disciplinas", había dicho a ese mismo medio español, que se hizo eco ahora de la noticia de su muerte.
Más que el éxito, a Herrera le alcanzó el reconocimiento de su perseverancia al compromiso que tuvo toda su vida con su propio lenguaje artístico.
Sobre Herrera se hizo, incluso, un documental, "The 100 Years Show", que fue filmado cuando ella tenía 98 años y donde cuenta su historia de vida y su mirada sobre la creación artística, su propia obra y las dificultades de ser mujer en un universo donde se reconocía más a los artistas varones.
En silla de ruedas, la cámara la sigue en su taller, junto a su asistente. Con una lupa, Herrera detecta el color preciso que proyecta para sus pinturas, una referencia que define la potencia de su creatividad. Y dice: "Cuando era más joven nadie sabía que era una pintora. Ahora están empezando a saber que soy una pintora. Esperé mucho tiempo. Hay un dicho 'si esperas al autobús, el autobús vendrá´. Yo digo que así es. Esperé casi un siglo para que autobús viniera. Y vino".
Una vez que se fue de Cuba y tras un paso por la París de posguerra, Herrera se instaló en la ciudad de la gran manzana, donde formaba parte de un círculo de artistas que incluía a Barnett Newman y Leon Polk Smith.
Sin embargo, un reconocimiento económico le llegó recién cuando vendió su primera obra, a los 89 años.
Lo que vino después de esa transacción fueron piezas -adquiridas o donadas- en las principales instituciones de arte: desde la Tate Modern, MoMA, Whitney, el Hirschorn Museum, hasta el Museo Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), que tiene entre su patrimonio la pintura "West" (1965).
"West" es un cuadro color azul y blanco de forma geométrica, que en palabras de Susanna Temkin, representa "un clásico ejemplo de la obra hard edge, o de borde duro", que es "típica" de la obra de Herrera.
"Caracterizadas por un preciso equilibrio de color y forma geométrica, las pinturas de la artista son el resultado final de una rigurosa práctica que implica numerosos dibujos preparatorios en los cuales formas, matices y proporciones son reducidos y refinados metódicamente", define Temkin.
Con información de Télam