Moret: “En la novela reescribí lo que había sido escrito en mi vida de un modo que no quería"

25 de octubre, 2022 | 17.23

(Por Josefina Marcuzzi) Con un balance perfecto entre el desparpajo autobiográfico sin pudor y el andamiaje necesario para que no se pierda la estructura de la ficción, la socióloga y escritora Natalia Moret, autora de cuentos, novelas y guiones, regresa a la escena literaria con “El año en que debía morir” , una novela que retoma el duelo por la muerte de su madre y la espera de un diagnóstico médico atravesado por la imposibilidad recurrente de sostener la escritura.

La protagonista siempre supo que a los 42 años algo terrible le iba a suceder: lo dice en el primer renglón de su novela. La protagonista piensa en la muerte de su madre joven, en su propia muerte, en el resultado de una biopsia que se demora, no llega. En cuántas veces se fugó: primero en su propia mente para zafar de la crianza dura de su abuela, luego mediante un viaje a Europa para tomar distancia de su núcleo de origen, más tarde sumida en la vida familiar que migra de la ciudad al campo en busca de una rutina más amena.

La autora ilumina la trama, que es espesa, con destellos breves de humor en el vínculo con sus hijas y diseña un mapa del campo de las afueras del Gran Buenos Aires donde vive con su familia para que el lector pueda habitarlo, mientras profundiza en el duelo de la muerte de su madre y la imposibilidad constante de la escritura. "La vida interrumpida", dice.

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Moret vacila. Duda. Comparte con el lector sus preguntas, que por supuesto no tienen

respuestas. Aunque no se trata de una novela de terror, apela a una clave fantasmal para depositar un tinte oscuro en la trama y tender los hilos para gestar varias subtramas, que se reúnen y completan el sentido hacia el final.

Como una especie de manifestación del más allá o simplemente una cuestión fortuita del algoritmo, la autora descubrió hace un tiempo que, si en Google escribís “the answer to life the universo and eveything”, en español algo así como "la respuesta a la vida el universo y todo", el buscador lanza: 42.

Podría ser literatura del yo, autobiografía, auto-ficción. El año en que debía morir es, sobre todo, una historia que refleja la incomodidad, la inadecuación. En un encuentro con Télam, la autora retoma las claves de su libro publicado por Penguin Random House y propone líneas para su lectura.

-Télam: En un tramo del libro decís que vos “encontraste compañía en la lectura y

desahogo en la escritura”. Vos sos socióloga, te dedicás a escribir y a dar talleres. ¿De

cuántos modos posibles atraviesa tu vida la lectura y la escritura?

-Natalia Moret: Esa cita que mencionaste lo sintetiza bastante bien. Con el tiempo me di

cuenta de que es algo que nos pasa a todos, en mayor o menor medida, pero yo de chica me sentía medio fuera de lugar. En mi familia, en mi barrio y con mis amigos. Yo vivía en Lanús y de grande me fui a estudiar a Capital, y tampoco encontré en ese movimiento “mi lugar”. Siempre me acompañó la sensación de ser un poco extranjera en todas partes. La compañía que encontré en la literatura está vinculada con lo primero que leí en mi vida, o que me leyó mi mamá, que es "La Metamorfosis" de Kafka. Que es un texto tal vez fuerte para leer cuando sos chico, pero que plantea el nudo de la incomodidad. Luego, fue como un descanso ver que en la literatura eso es una constante. La literatura refleja esta incomodidad de cómo estamos en el mundo con otros. Y siempre hay un desajuste en relación a lo que uno espera y lo que el mundo le devuelve. Es la falta a partir de la que uno puede empezar a escribir. Este es el tema de la literatura y diría del arte. Después de Kafka leí mucha literatura de terror, que también va a este punto: el fantasma, el monstruo, lo diferente. La literatura vino a demostrarme que no estaba sola y luego leer me dio ganas de escribir. Empecé con poesía, después hacía una suerte de covers de textos con mi impronta. Este libro tuvo muchas cuestiones terapéuticas, catárticas, y es lo primero que escribo así, intentando ir tan directamente a mi propia vida. Haciendo un uso intencional de la literatura.

-T: En otro momento del libro hablás de registrar para recordar y para dejarle algo a

tus hijas. El personaje además está obsesionado con restaurar y recuperar objetos

viejos, en desuso. ¿Cómo se trabaja la nostalgia sin ser dramática, como pequeños

destellos?

-N.M: No sé si tengo una respuesta a cómo se hace bien eso, tal vez esté vinculado a un estilo personal. Yo soy bastante desapegada en general, y siempre tengo una actitud como de continua sospecha frente a lo que ocurre a mi alrededor. Tal vez es una deformación de la sociología, y de haber sido criada por las mujeres que me criaron. También es una manera de mantenerme a salvo y una manera de pensar. La puesta en duda es un mecanismo que me acompaña siempre y que yo encuentro útil para la escritura. Y disfruto, además, ese ejercicio de toma de distancia. Hay algo de rozar la emotividad sin caer en el melodrama que arma ese estilo algo frío y distanciando. Creo que lo mismo que te puede dar tristeza te puede dar alegría, o como decía Woody Allen, una comedia es sólo una tragedia terminada antes de tiempo. Para mí todo puede ser leído en otra clave. Y esa postura dificulta el compromiso absoluto con un sentimiento o con una idea.

-T: Hay un tramo de la novela en que vos explicitás un diálogo real con tu novio en donde debaten sobre el nombre que va a tener su personaje y eso rompe con el artificio. ¿Qué objetivo narrativo tiene eso?

-N.M: Ese momento es medio como un chiste, además, ¿no? Para mí que el personaje se llame Diego desde el principio y después uno encuentre el momento en el que se va a llamar Diego, evidencia el artificio del libro y despierta una pregunta sobre la verdad.

Hasta dónde la historia es real y hasta dónde fue modificada, alterada. En esa escena se condensa todo. Aunque la novela en esencia es honesta y “verdadera”, en muchos

momentos es como muy ficticia. Hay algo de lo que ocurrió con el libro que para mí

representó una especie de segunda oportunidad para reescribir lo que había sido escrito en mi vida de una manera que no quería. De pronto entendí que en el libro podía hacerlo de otra manera, y esa libertad absoluta en la escritura es lo que me indica que el proyecto va a terminar bien. Hay una frase de Ricardo Piglia que dice que la crítica literaria es la forma más elaborada de la ficción, y creo que también aplica a la autobiografía. Es una especie de crítica falseada sobre la idea que uno se hace de su propia historia.

-T: Y quizás haya una clave en esa “distancia” de la que hablás.

-N.M: Es muy importante que cualquier historia esté bien estructurada. Que tenga un

esqueleto es lo básico. Después hay personas más o menos talentosas para articular

pensamientos o usar imágenes poderosas, pero la estructura es la base que tiene que

estar. Si no se cumple resulta insatisfactorio, porque parece arbitrario. Cuando leo algo y me pregunto por qué tengo que seguir leyendo, siento que algo falló, en la pregunta y en el planteo de la historia. Cuando leés un libro o mirás una película, lo que vas a ver es una respuesta que te va a dejar con preguntas. Pero hay una búsqueda ahí de un sentido, una razón, una causalidad. Que uno puede hacer de su vida algo, no ser tan nihilista. La estructura de una historia lo que hace para mí es reproducir esa sensación de poder ser un poco dueño de tu vida para poder cambiar algo de ella. En muchos casos de obras de literatura del yo pasa eso: falta estructura, no hay una historia eslabonada. Puede servirle a quien escribe como catarsis, pero no termina de funcionar. Y yo trabajé mucho en mi novela en ese sentido.

-T: Este es un libro que aborda el movimiento, la maternidad, la muerte, el duelo. ¿En

qué dimensiones sentís que estas nociones están presentes?

-N.M: Creo que al final todas las historias hablan de estos temas. Intencionalmente los traje, o quizás directamente estaban ahí. Creo que son todos igual de importantes. Porque además creo que hay muchas formas de muerte; cada vez que un personaje descubre quien es, ha muerto. Porque ya es otro. En este libro aparece además de una manera más literal porque está la muerte de la madre, y el duelo no resuelto. Esa despedida es otra muerte. La madre ya murió para la protagonista, pero termina de morir 20 años después.

-T: Hay en el libro muchos momentos de reflexión y de vacilación. No definís, sino que

abrís posibilidades. ¿Para vos la literatura sirve para encontrar respuestas?

-N.M: Creo que toda respuesta es temporal, y la literatura al dar respuestas temporales

abre nuevas preguntas. Cuando uno más se pregunta sobre algo, más se da cuenta de todo lo que desconoce. ¿Y por qué sería distinto en la literatura? Puede serlo en la mala literatura, como en el mal pensamiento. Si vos pensás que a lo que llegás es a la certeza, para mí estás pensando mal. Cuanto más uno piensa, más preguntas se hace. Y los buenos libros cumplen su promesa. Hacen una gran pregunta y la responde de alguna manera, pero esa respuesta no va a ser determinante, todo lo contrario. Va a darte satisfacción, pero cuando uno cierra el libro lo hace con más inquietudes que antes. Tiene justamente ese sentido: conmover. mover de lugar, poner en duda. Para mi vacilar o poner en duda es la obligación final de la literatura o del arte.

Con información de Télam