(Por Eva Marabotto) En El Nunca Más de las locas, el periodista Matías Máximo analiza cómo vivió y sufrió la dictadura la comunidad LTBG, tanto a partir del ensañamiento que los captores tuvieron con los gays, las lesbianas y las personas trans detenidas como también los espacios que ellos encontraron para refugiarse y socializar.
La investigación que publicó Marea viene acompañada por publicaciones periodísticas y fotos que provienen del Archivo Nacional de la Memoria, el Archivo de la Memoria Trans y otros repositorios que buscan reflejar la vida de la comunidad LGBT de la época.
La sexualidad es una fuga de la normalidad, que la desafía y la subvierte, dice una frase de Néstor Perlongher que Máximo eligió para abrir el libro. Éste es el nuevo Nunca Más de quienes quedaron afuera de la historia oficial, enuncia el autor. Por su parte, en el prólogo Marta Dillon enfoca el trato que la dictadura les dio a los integrantes de la comunidad, a los que el autor decide nombrar como locas haciendo uso de una denominación que ellos mismos se daban. Lo que hubo fue un intento sistemático de moralizar cuerpos y experiencias a fuerza de golpear y golpear, sintetiza Dillon.
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Sobre el trato que recibieron las personas que le brindaron su testimonio y los espacios de refugio que tenía la comunidad en la dictadura conversó el autor con Télam.
-Télam: ¿Cómo comenzaste a interesarte por lo que le sucedió a la comunidad LTBG durante la dictadura? ¿Venías trabajando el tema desde distintos ángulos?
-Matías Máximo: Sí, en 2013 empecé a trabajar en la agencia Infojus Noticias, que dependía del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, y se proponía contar en un lenguaje cercano a personas no especializadas en Justicia los expedientes, las causas de lesa humanidad, los debates por la reforma del Código Civil y Comercial. A la par trabajaba en Soy, el suplemento de Página 12 sobre diversidad sexual, y por mi vivencia personal me sentía muy conectado y tenía toda una agenda de fuentes de la diversidad sexual. Fue en esa época cuando vi por primera vez en una marcha un cartel que decía 30.400 desaparecidos, me llamó la atención, e hice una nota sobre el tema. También recuerdo que en ese momento la Comisión Provincial por la Memoria había hecho una muestra sobre unos archivos que tenía la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, donde quedaba en evidencia que la inteligencia de Estado fichaba a las personas por su orientación sexual, y a partir de la cobertura que empecé con estos temas inicié una larga investigación que deriva en el libro.
-T.: Vos aclarás en el libro que la cifra de 30.400 no figura en el informe de la Conadep, en el cual tampoco aparecen las palabras gay, homosexual o lesbiana y no se registran testimonios de esa comunidad.
-M.M.: Según publicó Carlos Jáuregui en su libro La homosexualidad en Argentina, de 1987, ese número surge de un testimonio que le da un miembro de la Comisión, que años más tarde dirá que fue el rabino Marshall Meyer, quien le dice que dentro de la nómina había 400 desaparecidos. Dice que no lo habían sido por su orientación sexual, pero que habían recibido un trato especialmente sádico y violento, como fue el caso de los judíos. Pienso que cualquier número que tengamos puede ponerse en duda, porque uno de los mecanismos aceitados que tenía la dictadura era borrar las pruebas de sus crímenes.
Probablemente el número sea mucho mayor porque cargaban gente en aviones y los tiraban al mar, o porque muchas familias no estaban para nada orgullosas de que sus hijas o hijos desaparecidos formarán parte de organizaciones revolucionarias guerrilleras y no denunciaban. Concretamente en el caso de las personas LGBT+ había todo un sistema de hostigamiento policial que siguió en democracia, por lo que nos podemos hacer algunas preguntas retóricas: ¿Cómo iba a acercarse a denunciar una travesti la desaparición de su compañera, si por su identidad también la podían dejar detenida? ¿Con qué ganas un militante homosexual iba a denunciar un secuestro, si la policía de la primavera democrática hacía razias todo el tiempo? Esos son algunos de los motivos por los cuales la cifra no está ni estará completa. Hablar de 400 fue algo que en su momento le sirvió a Jáuregui para hacer una estrategia de visibilización, pero hoy me resulta políticamente más interesante sumarse al número transversal de las organizaciones de derechos humanos: son 30 mil.
-T.: En ese sentido tiene especial importancia el testimonio de Valeria del Mar Ramírez, una mujer trans que contó cómo fue violada y torturada en el Pozo de Banfield.
-M.M.: El de Valeria fue el primer caso de violencia sexogenérica en dictadura que llega a un juicio de lesa humanidad. En principio su testimonio había sido en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, después fue aceptada como querellante en el juicio del Pozo de Banfield y abrió un camino para que se sumen otros casos. Ahora ya son siete los testimonios de personas trans que declararon estar en ese centro clandestino. El testimonio de Valeria del Mar permitió documentar que, si bien entre los objetivos de la dictadura claramente no estaba una persecución para borrar a las personas homosexuales, travestis y lesbianas; dentro de sus lineamientos morales no entraba esta comunidad. Por eso, de una forma indirecta sus integrantes terminaban en las comisarías por los edictos policiales que estaban vigentes en ese momento. Y de los testimonios de la época surge que había una saña particular.
-T.: ¿Cuál era el mecanismo de ese ensañamiento?
-M.M.: Los edictos policiales que estaban vigentes desde fines de la década del 50 penalizaban algunas cuestiones como usar ropa contraria al sexo o la incitación al acto carnal. Estos edictos eran aplicados directamente por las policías, no necesitaban un proceso judicial y por lo tanto se alteraban un montón de derechos básicos a la defensa, porque la policía te paraba por la calle, lo aplicaba y te llevaba directamente a la cárcel. Se puede hacer un recorte específico del 76 al 83, pero estos edictos estaban desde antes y se derogan muchos años después: en la ciudad de Buenos Aires recién en 1998. En dictadura los centros clandestinos muchas veces funcionaban en los mismos espacios que las comisarías, pero a diferencia de los presos políticos a las travestis siempre las violaban y en algunos casos les pelaban la cabeza como método de disciplinamiento.
-T.: ¿Cuál era la forma de militancia de la comunidad LGBT+?
-M.M.: Al momento de pensar organizaciones revolucionarias en los 70 muchas veces lo primero que se piensa es en una organización de lucha guerrillera. Pero cuando tu deseo está prohibido, cuando tu forma de vincularte con otras personas sexualmente o afectivamente también está prohibida, el mero acto de reunirte, de conocerte con alguien, de establecer una relación era un acto revolucionario. Juntarse entre lesbianas en un sótano, juntarse entre locas en la casa de Néstor Perlongher a leer poesías, a bailar y entre medio, escribir un manifiesto de liberación sexual o hacer un baile en el Tigre, a 40 años del retorno de la democracia, debe ser pensado como un acto de resistencia revolucionaria.
-T.: Documentás que había una cierta circulación de la comunidad LGBT+ en las organizaciones revolucionarias
-M.M.: Lo que pasa es que lo que entendían esas organizaciones y que hoy muchos entendemos también es que la orientación sexual es un derecho humano y no debe entenderse aparte de los derechos humanos básicos. Eso es lo que decían organizaciones como el Frente de Liberación Homosexual, que se crea en 1968, en su manifiesto sexo y revolución. Pensaban que la liberación sexual no debía dejarse de lado de la revolución, y que la unidad básica de a replantearse era la familia, porque sentían que ahí empezaba una forma de opresión. Había un cantito de esa época que decía No somos putos, no somos faloperos, Somos soldados de la FAR y Montoneros. Otro de los testimonios cuenta que cuando en el PRT-ERP notaron su homosexualidad, que era bien visible, lo mandaron a atenderse con un psiquiatra de la organización para curarlo.
Habrá habido casos diferentes, pero los movimientos revolucionarios estaban atravesados por la idea de cómo era el hombre nuevo que debía acompañar a la revolución. Y desde ya que ser homosexual no aportaba a algo tan básico como a reproducirse y tener hijos para continuar la revolución. Por eso el rechazo podía venir desde adentro de las organizaciones.
-T.: ¿Cómo encuentra esta época a la comunidad LTBG?
-M.M.: En aquella época dentro de las organizaciones de militancia homosexual pensaban que la liberación sexual debía estar dentro de los procesos revolucionarios. Creo que, después de cierta etapa en la que se conquistaron derechos, en donde se lograron leyes vitales como matrimonio igualitario o identidad de género, ahora se habla muchísimo del derecho a la igualdad. Pero creo que debemos replantearnos la igualdad, porque no puede ser que se trate solo del derecho a sobrevivir. Estamos en un momento social en el cual la igualdad ya no es suficiente, porque ¿a qué nos vamos a igualar? ¿Al fracaso que son las sociedades? ¿Nos vamos a igualar en un mundo roto y excluyente? Sería más interesante recuperar ese espíritu revolucionario de las primeras organizaciones y pensar en algo transformador. El concepto de igualdad nos lleva a que una organización de ultraderecha ponga a una persona gay en su lista electoral y se nombre inclusiva. La igualdad se queda corta. Hay que poner en debate muchísimas prácticas cotidianas y las transformaciones tienen que darse en términos de justicia social.
Con información de Télam