(Por Mercedes Ezquiaga). La inquietante biografía de la artista japonesa Yayoi Kusama, quien desde 1977 vive recluida en un psiquiátrico por propia voluntad, finalmente llega a librerías argentinas con diez años de demora: "La red infinita" (Infinity Net) es una narración en primera persona que recorre los momentos más destacados de su vida, su atormentada niñez, sus primeros episodios psicóticos -ella veía que las flores le hablaban, quería responder pero solo salían ladridos en lugar de su voz- sus happenings sexuales en Nueva York y su consagración a nivel mundial. Hoy a los 93 años es la artista mujer viva más cara del mundo.
Abandonar su tradicional y conservador Japón natal, sufrir por sus alucinaciones, soportar las peleas y maltratos de sus padres, tener tanto temor al sexo que lo convirtió en eje de gran parte de sus performances artísticas en Nueva York en los 60, transformarse en "la sacerdotista de los lunares" e imponerse a un mundo machista y patriarcal hasta convertirse en una de las artistas mujeres más destacadas a nivel mundial son algunos de los capítulos que narra Yayoi Kusama en su autobiografía, publicado en Argentina por Penguin Random House (Ediciones B).
La narración comienza justamente con su primera exposición en tierra estadounidense, en 1959, un éxito tal que "la multitud se salía por la puerta de la pequeña galería de arte" ubicada en Nueva York, "el corazón latiente del arte radical", escribe Yayoi, un hecho que sirve de disparador para viajar hacia atrás y adelante en el tiempo, a medida que va contando en detalle las dificultades y logros a lo largo de su extensa carrera, que intercala con poemas de su autoría, recuerdos de su infancia, fragmentos de diarios donde reseñan su trabajo y hasta cartas personales.
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Reconocida mundialmente por sus esculturas de inmensas calabazas, sus habitaciones repletas de lunares de colores, sus salas de espejos infinitos, sus "campos de falos" y sus apariciones en público con pelucas de rojo estridente, Kusama (nacida en la zona rural de Matsumoto, Japón, en 1929) ha sufrido alucinaciones desde los diez años, fuente de inspiración de sus creaciones.
La japonesa pasó su infancia en los viveros de semillas y flores de su familia, donde comenzó su permanente fascinación por la naturaleza, la flora y el reino vegetal que atraviesan muchas de sus obras, mismo período en el que además comenzó a pintar y dibujar de manera obsesiva.
"Desde muy pequeña tenía la costumbre de llevarme el cuaderno de dibujo al terreno donde recolectaban las semillas", narra la autora. "Un día, alcé de repente la mirada y me encontré con que cada violeta tenía su propia expresión facial particular, al estilo de un rostro humano y, para mi asombro, todas ellas me estaban hablando", relata la mujer, para agregar unas líneas después: "Me veía incapaz de decidir si había ocurrido de verdad o si había sido tan solo alguna clase de sueño". Pero siempre que ocurría alguno de estos episodios volvía corriendo a su casa a dibujarlos en su cuaderno.
La idea de la joven Yayoi de convertirse en artista chocaba de lleno con el mandato familiar ("una familia de raíces antiguas y elevada posición social") así que primero intentó alejarse para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios de Kioto, pero se aburría de los estudios. En esa ciudad -cuenta- es la primera vez que las calabazas comienzan a hablarle "con un aire de lo más animado", mientras ella las pintaba sobre el lienzo en blanco.
Por lo que la fantasía de alejarse de su familia y llegar a tierra estadounidense comienza a cobrar forma y se convierte en realidad casi a comienzos de los años 60. Antes, Kusama le escribe a Georgia O'Keeffe, a lo que la artista estadounidense le sugiere que viaje a Estados Unidos. La joven Yayoi finalmente deja su Japón rural, con dos mil dibujos en una maleta. Pero antes de partir, destroza miles de sus creaciones con un hacha.
La narración aborda la llegada a Nueva York, en 1957, donde se sumerge en la vibrante escena artística y conoce a Donald Judd, Andy Warhol y Joseph Cornell, mientras realiza sus happenings en los que pinta sobre cuerpos desnudos sus característicos lunares rojos. También, mantiene algunas cenas con el surrealista Salvador Dalí ("Cuando quiere verme envía su Rolls Royce a buscarme", apunta), colabora con Andy Warhol, comparte edificio con su vecino de arriba Donald Judd y se enreda sentimentalmente con Joseph Cornell, tal como narra en el capítulo "La llamada del amor".
Mientras tanto, la japonesa va dando forma a un arte conceptual, con atributos del feminismo, el minimalismo y el surrealismo, y atravesada por un fuerte contenido autobiográfico, psicológico y sexual. Crea en esta época su célebre serie "Infinity Net" (Red Infinita) que sigue replicando en el tiempo.
Y es justamente en Nueva York donde, a través de performances y happenings, ganó reconocimiento y notoriedad en la escena local. Comenzó a hacer sus festivales de pintura corporal en los que colocaba puntos rojos, verdes y amarillos en los cuerpos desnudos de los performers, para escándalo del público y la prensa. Algunos de esos happenings finalizaban con la llegada de la policía, como uno que realizó sin autorización en los jardines del MoMA. "Pero ¿esto es arte?", se preguntaban algunos periódicos de la época.
También en esta época Yayoi incorpora en sus esculturas un elemento aún presente en sus trabajos, los falos, o sus esculturas blandas con forma de pene. "La gente tiende a asumir que debo estar enloquecida con el sexo, ya que hago tantos objetos así, pero se equivocan. Es más bien lo contrario: hago esos objetos porque me horrorizan", describe la japonesa, para agregar, unos capítulos más adelante "Soy una persona que no practica ningún sexo".
Kusama llega a afirmar que el sueco Claes Oldenburg le roba la idea de esculturas blandas, que Warhol asiste a una de sus inauguración para exclamar a los gritos "Yayoi, esto es fantástico" y que hasta el rey del arte pop copió sus ideas para una muestra que haría luego en las paredes de la galería Leo Castelli. E incluso relata que el escritor Yasunari Kawabata (autor de "País de nieve") adquirió una de sus obras.
"Los artistas no suelen expresar sus complejos psicológicos de manera directa, pero yo sí utilizo mis temores y mis complejos como temática para mis obras", narra Yayoi en otro de los capítulos dedicado a explicar el término "obliteración", tan presente en muchas de sus obras, y con el que alude a una metáfora para anularse o desaparecer, gracias a los repetidos y sucesivos puntos que incorpora. Con este concepto la artista alude también a una idea de interconexión de todos los seres vivos, de que cada uno de nosotros somos una sola persona en un vasto universo.
Una mención hace la autora al rol que jugó en su obra el artista argentino Lucio Fontana. En 1966, Kusama mostró su instalación "Narcissus Garden" en la Bienal de Venecia, en una parcela de césped frente al pabellón italiano, gracias a la ayuda del artista oriundo de Rosario. Kusama no había sido invitada oficialmente a la Bienal pero tenía el permiso de poner una escultura en un pequeño espacio. Pero como no tenía dinero en ese momento, Lucio Fontana, que era amigo suyo, pagó la producción de la obra. Ella le hizo un regalo como signo de gratitud: una maleta cubierta de falos blandos.
"Mis obras mantienen una estrecha relación con mi salud mental", ha dicho en reiteradas oportunidades Kusama, quien ha tomado esas alucinaciones que sufre desde los 10 años para transformarlas en fuente de inspiración de sus creaciones. Todo su relato, su autobiografía, es un compendio de historias de valor y empuje con la intención de hacer oír su voz artística.
Kusama regresa a Japón en 1977 y se instala voluntariamente en la clínica psiquiátrica Seiwa, de Tokio, donde reside actualmente. Durante diez años, permanece alejada de la escena del arte, aunque no así de la prolífica creación, hasta que, a fines de los 80, Estados Unidos y Japón le dedican grandes retrospectivas. En 1993 es invitada a la Bienal de Venecia y su carrera comienza a despegar una vez más. La "Kusamanía mundial", dirá en un fragmento casi del final.
"No ha llegado el día en que tenga la sensación de 'haberlo logrado' como artista", reflexiona Kusama, quien sigue en la actualidad produciendo obras nuevas constantemente desde su reclusión, con la idea de "crear un arte que dure para siempre", tal como dice casi en el final de autobiografía "La red infinita".
Con información de Télam