Un día como hoy, pero de 1996, partía Myriam Alejandra Bianchi, más conocida como Gilda, emblema de la música tropical argentina. Su fugaz carrera, sumada a su trágica y repentina muerte en pleno apogeo artístico, la convirtieron en un símbolo popular argentino que, a diferencia de la mayoría, se elevó al plano celestial cuando sus seguidores descubrieron que podía hacer milagros. Gasty, el Gildero habló con El Destape para afirmar por qué es importante pensarla desde la fe y no haberla despedido hace 25 años.
El 7 de septiembre de 1996, Gilda viajaba junto a los músicos de su banda, su mamá Tita y sus hijos Mariel y Fabrizio. Los niños se habían enterado de que en el lugar que se iba a alojar su mamá después de tocar en Chajarí, Entre Ríos, tenía pileta y, lejos de encontrarse con un no, estaban abiertos los brazos de la artista para subirlos al colectivo que los llevaría a su raid de recitales.
En el kilómetro 129 de la ruta 12, un camión de origen brasileño embistió al micro donde viajaban. Gilda, su mamá Tita, su hija Mariel y tres de los músicos de la banda murieron. Fabrizio, su otro hijo y Toti, su pareja, sobrevivieron.
El Servicio Meteorológico Nacional podrá analizar lo propio, pero cada 7 de septiembre, desde aquel entonces, la lluvia y el frío se apoderan de las calles como una instantánea de desolación para los que reparan en que Gilda sólo tenía 34 años al momento de su muerte.
De maestra jardinera, a estrella indiscutible de la movida tropical
Fue criada con la música con una madre profesora de piano, en un hogar de la clase trabajadora. La muerte temprana de su padre la llevó por otro camino. Si bien se ganaba la vida como maestra jardinera, su magia buscaba colarse en actos en donde oficiaba de maestra de ceremonias y cantante. De hecho, tanto padres como alumnos le pedían bis.
Por eso, no le fue indiferente un aviso clasificado que convocaba vocalistas femeninas para un grupo musical. Tenía 29 años y se hizo presente pese a la oposición de su madre y su marido pues consideraban menester que Miriam se repartiera entre el jardín y el cuidado del marido y los hijos en su casa. Allí conoció a Toti Giménez, tecladista y quien fuera su pareja hasta el momento de su muerte.
Gilda recién comenzó a brillar en 1993 con su carrera solista con una presencia que destellaba luz sobre espacios a los que el elemento aún no había llegado. Los tres años venideros la consolidaron en el escenario y en el corazón de las clases que encontraron en la cumbia su lugar para pertenecer y dejarse ser. Entre 1992 y 1995, grabó cuatro álbumes: De corazón a corazón (1992), La única (1993), Pasito a pasito con Gilda (1994) y Corazón valiente (1995), el disco más vendido y el último cantado por Gilda antes de su trágica muerte.
A pesar de haber convertido algunas canciones en éxitos que trascendían el ambiente de la cumbia (¿Cuántas fueron apropiadas por hinchadas de fútbol solapando el pedido de un milagro?), su nombre no era citado dentro del grupo de las cantantes reconocidas del momento. De todos modos, con Corazón Valiente los shows, las giras por todo el continente y la fama indiscutible terminaron llegando.
La tapa del disco la tiene envuelta en una capa azul y coronada con flores. Lejos de ser una colorida compilación musical, maduró, sin pretenderlo, en forma de manifiesto para los corazones hasta entonces reclusos de pedagogías liberales y machistas. Corazón Valiente puso en la tierra nuevas formas de amar, de rebelarse y dar el salto hacia la felicidad posible.
La letra de No es mi despedida, la última que escribió en su vida, se repite como una especie de confirmación del mito. Gilda fue otra de los artistas que se anticiparon a su propia muerte. De hecho, días antes del viaje a Chajari cambió la letra de la canción para anticipar que se iría pronto y también pidiendo que no la olviden. Hasta el presente, nadie de su entorno pudo explicar por qué razón cambió el texto.
La venta de los discos aumentó exponencialmente tras su muerte, a la par de su respeto y reconocimiento que le valieron la edición de 12 álbumes póstumos mientras que en vida sólo lanzó cuatro. Gilda fue ganadora en la categoría “Mejor Artista Tropical Femenina” en los premios Carlos Gardel del ’97. Una clara referencia a cómo el mercado adopta a ciertos personajes, primero rechazados, después subestimados, cuando descubren que pueden facturar respondiendo al clamor popular.
En los años que siguieron a su muerte, la presencia de Gilda creció en visibilidad en el espacio público: notas periodísticas, documentales, libros, programas especiales en canales de todo índole, compilaciones musicales con las influencers del momento y listas de reproducción en tiempos de Spotify y hasta una película que, al igual que la de Rodrigo, es más olvidable que biográfica.
Su muerte, además de convertirse en un negocio, se plantó como una matriz para comprender otras muertes trágicas de colegas como Rodrigo, Walter Olmos, Leo Mattioli que vivieron mucho, muy rápido. En el caso del cordobés y el santafesino, la muerte los encontró al volver de laburar. Más de 10 shows por noche, contratos esclavistas y negocios espurios marcan el correr de la narrativa de estas estrellas que pasaron al otro plano en los momentos más altos de sus carreras.
"En el momento que yo estaba escuchando algo nuevo para mí, ella estaba perdiendo la vida"
Gastón Alarcón, más conocido como Gasty, el Gildero, sigue a Gilda desde sus 8 años cuando la conoció y el enamoramiento fue inevitable ante un brillo que encandilaba. Años más tarde, su papá le regaló el disco que cambiaría su vida para siempre. "Yo era muy chico y ella estaba empezando su carrera artística. El 7 de septiembre del '96, yo tenía 13 años, mi viejo me regaló el casette de Corazón Valiente. En el momento que yo estaba escuchando algo nuevo para mí, ella estaba perdiendo la vida", compartió en diálogo con El Destape.
"Fui a la tele y me encontré con la placa de Crónica. Nació algo en mí, el porqué. Fui al velatorio, al cementerio no llegué porque me había puesto muy mal, era un nene. Desde ahí tuve que escucharla todos los días y se convirtió en parte de mi vida. Es loco, pero es la gente la que la mantiene viva, su música sigue presente y es única, no envejece, está en todos lados", relató.
Sobre la importancia del camino de la heroína, el Gildero observa que lo que la hizo especial fue su humanidad manifiesta. "Gilda fue una mujer real y trabajadora, humilde al límite. La luchó porque quería cantar y las discográficas querían culo y tetas. Su garganta traspasó todo eso, se plantó y pudo ser diferente y enorme sin necesitar llamar la atención más que con su presencia". "Hay un antes y un después con Gilda en la movida tropical, rompió las barreras de las clases sociales: la música de los negros la bailaron los chetos re contentos en una campaña", agregó.
Sacando a la pandemia del medio, Gasty va tanto a la Chacarita como al Santuario todos los años y, no conforme, organiza encuentros de gilderos hace más de 15 años en donde se dé la posibilidad de hacerlo. Para su próximo cumpleaños, el 11 de octubre, tiene planeado un campamento en el santuario en Entre Ríos. “Hay gente que va todos los años, algunos que desaparecen y otros nuevos. El público se renueva y parece mágico porque Gilda renueva su público desde arriba. Hacemos souvenirs y con eso nos damos cuenta de cuánta gente fue, son nuestros censos”, explicó.
“Eventos solidarios, juntarnos con artistas para recordarla siempre con alegría en cualquier espacio: una bailanta o Cocodrilo, agarrar una guitarra y tocar en una plaza o en el Abasto… En la época de los floggers les copamos el Abasto y terminaron bailando Gilda. Desaparecieron los floggers y los gilderos seguimos quedando. Cada año descubrimos algo nuevo y más con la pandemia durante el año pasado”, reflexionó.
"La prensa cambia de opinión con el tema Gilda y no la recuerdan como tendrían que recordarla", denunció el Gildero al tiempo que destacó el trabajo de los fans para mantener a la estrella más viva que nunca. "Pero ahí estamos los fans, en todo. Somos importantes para recordarla, para que su memoria no esté olvidada", aseguró ya que una de las tareas principales de estos grupos es arreglar las flores y mantener limpio el espacio del nicho en el que descansan los restos de Gilda junto a los de su hija Mariel.
En ese espacio que mantienen con flores frescas en la galería 24 del cementerio de Chacarita, le hacen compañía a la artista y también acercan sus plegarias. Año tras año, decoran el espacio para celebrar el cumpleaños de su Santa en días soleados o lamentar su partida en días tan fríos y lluviosos como este. Organizan viajes al santuario una o dos veces por año para acercar su agradecimiento, sus nuevos pedidos y hasta las cartas que nuevos devotos dejaron en un cofre que aguarda en el nicho con la leyenda "dejale tu carta a Gilda que se la llevamos al santuario".
"Sobre su santidad, estaría bueno que se acerquen, que se permitan conocer a Gilda. La gente pierde la fe con santos que no les cumplen y así se va perdiendo cuando es lo último que se tiene que perder. Se trata de pedirle de corazón, para que ella desde algún lugarcito nos escuche", propone Gasty y agrega: "Hay una oración que dice 'Gilda, no me abandones en ningún momento porque necesito que tu infinita bondad me proteja de todo mal'", un mantra que salió a momentos del trágico final de la artista, como si hubiera sido dictada desde el otro plano.
La artista que cambia de plano y se convierte en Santa popular
Una muerte inexplicable por lo trágica y repentina hizo crecer una mística más que especial. El colectivo en el que murió fue movido algunos metros para crear un monolito devenido en santuario junto con los necesarios puestos de chori y souvenirs para los fieles. Adentro del colectivo calcinado, cubierto de banderas, rosarios y flores plásticas -para que sean eternas-, una familia le agradece con una bandera bordada de lentejuelas la adquisición de un Fiat 147; otra, la estabilidad en un trabajo con una estampita de San Cayetano o haber podido sacar la licencia para camión, pegar algún numerito en la Quiniela, un embarazo llevado a buen término, que el nene empiece con salud el jardín de infantes o, simplemente, protección. Las ofrendas son simples, objetos tan personales como necesarios, que sólo representan un deseo.
No conforme con romper la matriz de la movida tropical y calzarse las botas largas para hablar de amor, Gilda no se quedó con el desatino de morir para ser un recuerdo sino que redobló la apuesta: su trabajo terminó siendo el de conceder milagros porque la muerte la encontró yendo a trabajar y abrazada a sus hijos. En la banquina de la Ruta 12, se encontró un casette con su voz cantando a capella que “toda persona tiene una misión en la vida” y tenía razón. Después de todo, cuán distinto sería el mundo si un personaje como Jesús hubiera dejado un arsenal de canciones para calmar las penas de sus devotos.
En tiempos en que la intervención de Dios más que un misterio es un incordio, es necesario reconocer que lo sagrado puede devenir sin más de una canción que, además de ser bailada, inspira y lleva tanta calma como alegría para los que están penando. Los seguidores de la artista, que pese al tiempo se multiplican, están convencidos de que la Gilda forma parte del mundo sagrado y su poder puede ser invocado en tiempos y espacios específicos.
Gilda contaba que en el colegio católico su “drama existencial” estaba en el temor que impartían en los niños en torno a la incomprobable existencia de lugares como el cielo o el infierno. “Aprendí a creer mucho en Dios y en Jesús, pero no a atribuirle demasiada fuerza a las instituciones”, aseguró, dejando en claro que es la fe y no esa autoridad inventada por el poder la que asume múltiples formas en el corazón de las personas. Más aún, en los que sufren y los que esperan.
Los seguidores de Gilda, y también los que se acercan solamente para desafiarla, más que encomendar sus milagros al Dios que ghostea a todos, se encomendaron al amor de ella, razón suficiente para dejar de cuestionar una fe que se mantiene vigente a 25 años de la tragedia. Si sus canciones ya esperanzaban a miles de personas en el continente, bastante obvio fue que se convirtiera en una intermediaria entre la incertidumbre y el milagro, entre la desesperación y el sueño de los justos. Más que una santa, Gilda fue la obrera para quienes necesitan paz y ayuda.
Desde el accidente a la actualidad, el santuario fue tomando forma cuando acercaron los restos del micro en el que aconteció el final en la tierra, envuelto en banderas y flores plásticas que resisten al olvido. Tres cruces custodian la entrada, en honor a Gilda, Tita y Mariel, y en un cartel puede leerse una frase de Oscar Wilde que echa más luz sobre el asunto: “Las grandes obras las sueñan los santos locos, las realizan los luchadores natos, las disfrutan los sagrados cuerdos y las critican los inútiles crónicos”.