El 15 de abril se celebra el Día Internacional del Arte, un tributo a la creatividad humana que coincide con el nacimiento de uno de los genios más emblemáticos de la historia: Leonardo da Vinci. Este renacentista no solo destacó en las artes, sino también en la ciencia, dejando un legado inigualable que aún hoy, siglos después, continúa maravillando y estudiándose alrededor del mundo. Por eso en este artículo exploraremos su vida y algunas de sus obras más trascendentales, aquellas que han definido el canon artístico y permanecen como testigos de su ingenio y habilidad.
La vida de Leonardo Da Vinci
Leonardo da Vinci nació el 15 de abril de 1452 en Vinci, una pequeña localidad cercana a Florencia, Italia. Desde temprana edad, su curiosidad por el conocimiento y su talento para el dibujo fueron evidentes. A los 14 años, ingresó como aprendiz en el taller de Andrea del Verrocchio, uno de los artistas más renombrados de la época, donde no solo perfeccionó su técnica pictórica, sino que también exploró otras disciplinas como la escultura y la ingeniería.
A lo largo de su vida, Leonardo se destacó por ser un polímata: pintor, escultor, arquitecto, e ingeniero. Sin embargo, fue la pintura la que le granjeó un lugar eterno en la historia del arte. A pesar de la escasa cantidad de obras atribuidas directamente a él, cada pieza refleja una calidad y una innovación estilística que las distinguen notoriamente del resto. Su búsqueda incansable por entender la naturaleza lo llevó a estudiar desde anatomía humana hasta patrones de vuelo de aves, conocimientos que luego integraría magistralmente en sus obras.
La última etapa de su vida la pasó en Francia, invitado por Francisco I, donde continuó trabajando hasta su muerte el 2 de mayo de 1519. Leonardo dejó tras de sí no solo pinturas, sino voluminosos cuadernos llenos de bocetos, diagramas científicos y estudios sobre diversos fenómenos, que testimonian su genialidad y visión adelantada a su tiempo.
Las 5 obras más importantes de Da Vinci
La Monalisa o La Gioconda (1503-1506)
Este retrato, posiblemente el más famoso del mundo, destaca por su técnica del sfumato, que permite una transición suave entre colores y contornos, y su enigmática sonrisa, que ha capturado la imaginación de generaciones. Se exhibe en el Louvre, París.
La Última Cena (1495-1498)
Este mural, ubicado en el Convento de Santa Maria delle Grazie, en Milán, es un ejemplo extraordinario del uso de la perspectiva y de la habilidad de Leonardo para capturar momentos llenos de emoción y significado teológico. A pesar de su deterioro con el tiempo, sigue siendo una obra maestra de la narrativa visual.
San Juan Bautista (1513-1516)
Representativo de su última etapa, esta obra se distingue por el misterioso gesto de San Juan y el uso intensivo del claroscuro. El sfumato, aquí llevado al extremo, crea una atmósfera casi mística alrededor de la figura, que se encuentra en el Louvre.
El Hombre de Vitruvio (c. 1490)
Este estudio de las proporciones del cuerpo humano, basado en los textos del arquitecto romano Vitruvio, demuestra la fusión de arte y ciencia y el incesante deseo de Leonardo por entender el mundo.
La Virgen de las Rocas (1483-1486)
Caracterizada por su composición innovadora y el uso dramático del claroscuro, esta obra muestra a la Virgen con el Niño, San Juan Bautista niño y un ángel, en un escenario rocoso que parece envolver a los personajes en una atmósfera misteriosa y sagrada.