A medida que nuevas variantes amenazan con reducir la efectividad de las vacunas contra el coronavirus, crece el consenso entre epidemiólogos, virólogos, analistas y médicos de que será importante avanzar en la vacunación de chicos y adolescentes para poder pensar en reducir restricciones y volver a una cierta normalidad. Este fin de semana, Smriti Mallapaty se pregunta en la revista Nature si la Covid se convertirá en una enfermedad de los jóvenes...
“Ya con la variante Delta quedó demostrado que, sin vacunar a niños y adolescentes, no es posible cortar la circulación del virus (sin tener una ola importante de contagios) –opina el bioinformático de la Universidad Nacional de Córdoba y el Conicet, Rodrigo Quiroga–. Como mínimo, habrá que vacunar a adolescentes, y además necesitamos que lo haga el mayor porcentaje posible de la población adulta. Si hay tanta reticencia a vacunarse como parece haber entre los jóvenes, será prácticamente imposible alcanzar la inmunidad de rebaño”.
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Para Quiroga, aunque muchos de estos se quedaron con el mensaje de que no padecerán una enfermedad grave, lo cual es parcialmente cierto, ahora estamos en otra etapa y necesitamos que el virus deje de circular. “En ese sentido –agrega–, me parece fundamental comenzar cuanto antes con adolescentes y, cuando se pueda, si es seguro, también con niños. Todo indica que el riesgo de la vacunación es mucho más bajo que permitir que siga circulando el virus y que aparezca otra variante más contagiosa, y neutralizante de las vacunas, que nos mantenga en una pandemia interminable”.
En este momento, solo una de las disponibles fue aprobada por la FDA para adolescentes de entre 12 y 17 años: la de Pfizer/BioNTech. Moderna, la compañía con la que el gobierno firmó ayer un acuerdo para recibir 20 millones de dosis de refuerzo, presentaría en estos días su solicitud de aprobación de emergencia. Ambas se desarrollaron con la plataforma de ARNm, una tecnología utilizada por primera vez en la historia que consiste en darles instrucciones a nuestras células para que produzcan una porción inocua de lo que se conoce como la proteína Spike, presente en la superficie del virus. Así le “enseñan” a nuestro sistema inmunológico a reconocerla y desencadenan la producción de anticuerpos como si éste se encontrara con el virus real. Las vacunas de Sinopharm y Sinovac ya se estarían aplicando en China a mayores de tres años.
Daniela Hozbor, investigadora principal del Conicet en el Instituto de Biotecnología y Biología Molecular de La Plata y coordinadora de la Subcomisión de Vacunología de la Asociación Argentina de Microbiología, coincide: “Como siempre en pandemia, todo esto hay que analizarlo momento a momento. En el contexto actual, la llegada de la variante Delta nos obliga a pensar en completar los esquemas de dos dosis; sobre todo en la población más vulnerable. Según datos públicos, el 40% de los mayores de 60 tiene esas dos dosis. Se está avanzando muy bien con la llegada de vacunas y en la última reunión de la Comisión Nacional de Inmunizaciones se modificaron los plazos entre la primera y la segunda dosis precisamente para avanzar en completar esquemas: se establecieron dos meses de separación para las vacunas vectoriales (Sputnik y AstraZeneca), y uno para Sinopharm. Así, priorizamos a la población en la que la enfermedad puede ser grave o fatal, sobre todo aquellos que tienen comorbilidades. Más del 70% de la población tiene una dosis. Y el personal de salud está por encima del 85%. En ese sentido, estaría bien avanzar en la vacunación de adolescentes y niños, sobre todo los que tengan factores de riesgo. Aunque se sigue observando que en esta población la frecuencia de cuadros graves es baja, uno no vacuna solamente porque la enfermedad en ellos es peligrosa, sino también porque puede ser fuente de infección para otros. Entonces, vacunar a ese grupo poblacional puede ser un escudo protector para la comunidad”.
Según esta especialista, ya se están comenzando ensayos clínicos de las vacunas disponibles para adultos, pero con dosis menores dependiendo de la edad. “Se dieron a conocer resultados de un estudio en 3700 chicos con excelentes resultados en prevención de la enfermedad. Se probó seguridad y casi 100% de eficacia –destaca–. Nuestro país le pidió a China sus datos para analizarlos y ver si la de Sinopharm puede utilizarse en menores. Dado que fue desarrollada con la plataforma de virus inactivo [con la que hay amplia experiencia], es probable que todo esté bien. Y también se están probando las vacunas cubanas, la Soberana 02 y la Abdala. Y la SputnikV se está estudiando para chicos y adolescentes en forma de aerosol nasal. Es decir que, por suerte, en breve vamos a tener más de una vacuna disponible para esta franja de edad”.
Aunque durante el año pasado se creyó que los niños prácticamente no eran afectados por el virus e incluso se postularon varias hipótesis para intentar explicarlo, a medida que fue creciendo el número de casos, se constató que los chicos no solo se contagian, sino que contagian igual que los adultos. Además, empezaron a verse cuadros graves e incluso fatales. “Hay varios estudios en curso en niños menores de 12 –afirma Pablo Bonvehí, jefe de Infectología del Cemic y coordinador de la Comisión de Vacunas de la Sociedad Argentina de Infectología–. Si uno tuviera vacunas disponibles, lo primero sería vacunar a los adolescentes a partir de los 12 hasta los 18 con factores de riesgo. Mientras tanto, hay que seguir inmunizando a los mayores de 60 y a los menores, sobre todo con comorbilidades, completando esquemas, y también a la población joven de 20, 30, 40 años, en la que también se vieron complicaciones”.
En principio, lo que habría que probar es fundamentalmente la seguridad, ya que la inmunización se aplica a la población sana y la eficacia es muy probable que sea similar o incluso mejor que la que las distintas fórmulas para adultos.
“En chicos, la seguridad podría cambiar porque tiene que ver mucho con reacciones no específicas que produce el ingreso de un material extraño al cuerpo –opina Mario Lozano, virólogo molecular de la Universidad de Quilmes–. Por eso aparecen, aunque en baja proporción, trombos con las vacunas de AstraZeneca o de Janssen, o miocarditis (inflamación del músculo cardíaco) con las de ARNm. Para tener una idea de lo raros que son, la Agencia Europea de Medicamentos encontró 222 trombos en 34 millones de vacunados con AstraZeneca. Y de estos 222, solo 18 fueron mortales, un número muy, muy bajo. Ambos cuadros son un evento adverso extremadamente infrecuente, pero son más comunes en adultos menores de 40. En chicos eso no se sabe”.
Para Lozano, deberían tener prioridad en la vacunación el grupo de menores que tienen otras enfermedades, como algunas patologías cerebrales o del desarrollo neural, y son más sensibles a los efectos de la Covid, ya sea por la gravedad de la enfermedad, o porque les cuesta más mantenerse confinados y sin apoyo del sistema.
Fuera de eso, hablando de chicos, las vacunas más seguras son las que usan tecnologías probadas, como las de virus inactivados. “Usamos en niños vacunas de ese tipo, como la Salk (antipoliomielítica), desde la década del 50 del siglo pasado –detalla Lozano–. Usan una tecnología que es muy antigua, y que tienen menos efectividad que las más modernas, pero sabemos mucho sobre sus efectos secundarios y los riesgos son menores. De las de ARN casi no podemos decir nada de sus riesgos a mediano plazo, porque es la primera vez que se administran masivamente. Por criterio precautorio, si uno tuviera las dos posibilidades, para los chicos yo elegiría las de virus inactivado”.
El investigador también coincide en que no será posible frenar la propagación del coronavirus si no se vacuna a los menores. “La cantidad de partículas virales que tiene un organismo no está en relación con la sintomatología –explica–. Incluso siendo asintomáticos u oligosintomáticos, los chicos pueden transmitirlo muy eficientemente porque tienen alta cantidad en sus vidas aéreas. Esto tal vez debería preocuparnos aun más que la variante Delta. Estamos en una situación que no estamos analizando del todo bien, sobre todo en Sudamérica. En muchos países se vacunó masivamente con una de las vacunas que menos eficiencia tiene en términos de protección, la Sinovac. Si no se logra en ellos (Chile, Uruguay, Brasil) tempranamente la inmunidad de rebaño y uno tiene una vacuna que evita la infección, pero solo en un 50/55% de las personas (por lo tanto el otro 50%, aun estando vacunado sigue transmitiendo el virus a pesar de no tener tanta enfermedad grave), en esas condiciones se da el mismo problema que aparece cuando usamos mal un antibiótico. Le ofrecemos al SARS-CoV-2 la chance de explorar escenarios de escape mucho más eficientes, porque lo inducimos a frenar su capacidad de transmisión, pero no la inhibimos del todo, y en esas condiciones la única manera en la que va a poder circular bien es si escapa a la protección que nos da la vacuna. Esto podría generar variantes de las cepas que están circulando, incluso con mayor probabilidad que en otros países que están mucho más protegidos”. Esta perspectiva abre la posibilidad de tener que ajustar las vacunas y seguir inmunizando todo los años o tal vez cada dos años.
Por último, concluye Quiroga: “Todo parece indicar que la probabilidad de que un vacunado se infecte es mucho más alta en el hogar que en cualquier otro lado. Tiene cierto sentido porque la carga viral a la que uno esta expuesto cuando hay infección en su casa es muchísimo más alta que en otro lugar. Cepas muy contagiosas, como la Delta, podrían llevar a números considerables de infecciones en los grupos de riesgo por contagio con los más chicos. En principio, si el ritmo de llegada de vacunas continúa, será posible avanzar con chicos y adolescentes sin tener que retrasar las segundas dosis. Los riesgos son muy, muy bajos, y como en general se hace una relación dosis/peso, probablemente podrá hacerse con dosis más pequeñas, lo cual es positivo, porque cada frasco va a alcanzar para vacunar a más niños que adultos”.