La aterradora historia de la “Dama de Blanco” del Cementerio de la Recoleta, quien todavía busca consuelo

Este es el relato de Luz María García Velloso, uno de los más conocidos dentro del folclore urbano. Conocé todos los detalles.

09 de diciembre, 2024 | 09.58

El Cementerio de la Recoleta aparece como uno de los lugares turísticos más interesantes que ofrece la Ciudad de Buenos Aires. Miles de vecinos, argentinos provenientes de otras partes del país y extranjeros la visitan día a día para conocer su historia.

En este marco, este particular e histórico lugar porteño se ve acompañado por una gran cantidad de historias, relatos y curiosidades que suelen llamar la atención de propios y extraños. En muchos casos, también, causan terror y escalofríos.

Así es como encontramos este relato, conocido popularmente como la “Dama de Blanco”. Esta historia es una de las que más perduró dentro del folclore urbano de la Ciudad de Buenos Aires porque, entre tantos genera mucho miedo.

La historia de la “Dama de Blanco” del Cementerio de la Recoleta

Esta es la historia de Luz María García Velloso, hija del dramaturgo Enrique García Velloso. Ella murió de leucemia en 1925, a los 15 años. Su bóveda, ubicada cerca de la entrada del cementerio de la Recoleta, no es solo un recuerdo de su trágica muerte, sino el escenario de una leyenda que ha capturado la imaginación popular. Por ejemplo, su madre, al filo de la locura, logró conseguir un permiso especial para pernoctar en un rincón de la cripta.

Pero el relato que nos llama en esta oportunidad es otro. Es que, una noche, un joven de la alta sociedad porteña vio a una chica llorando en la calle trasera del Cementerio de la Recoleta, completamente vestida de blanco.

La "Dama de Blanco" del Cementerio de la Recoleta.

Al acercarse, quedó deslumbrado por su belleza, por lo que la invitó a tomar un café en "La Veredita" (actualmente “La Biela”). Luego del encuentro y una simple bebida caliente que los reunió, se besaron y ella le confesó que su nombre era Luz María.

De un momento a otro, la sospechosa joven decidió huir, aludiendo a los gritos que ya era tarde. Al levantarse volcó café en el saco que él le había puesto sobre los hombros durante su llanto. Desesperado, la siguió, pero su figura se desvaneció en la entrada del cementerio.

Seguido, este hombre empezó a golpear el portón con insistencia hasta que el cuidador, harto de la situación, lo dejó entrar. Y ahí, en la primera calle, en la bóveda que llevaba su nombre, pudo ver lo inimaginable, lo que lo dejó sin palabras: sobre una figura yacente de mármol, estaba su saco manchado de café. Debajo, en la escultura, reconoció el rostro de la chica que lloraba, la que volcó su café, la que él besó y perdió para siempre.