Son las 2 de la madrugada. Hay un silencio sepulcral en la calle. Nadie transita, todos en sus casas reenviando mensajes, videos y fotos a lo loco, por un instante, el COVID deja de existir. La trascendencia del sismo en San Juan es noticia en el país en cuestión de segundos. No es para menos. Sólo quienes han vivido un terremoto pueden comprender el terror que se siente en esta situación. Las redes no tardan en reflejarlo.
Tengo una imagen en mi mente. Mi pareja en el marco de la puerta con mi hija en brazos. Me llamaba desde ahí, aterrorizado. Yo había estado sentada frente a la tele, con una copa de vino en la mano y no sabía si era una impresión o realmente estaba pasando. Esta vez de verdad, como siempre lo temí.
Los que vivimos en una zona sísmica sabemos que esto puede ocurrir. Todo se mueve de un momento a otro y tu estabilidad deja de percibirse. No tenés eje, todo es mareo y sensación de pánico. Así lo sentí, como lo había soñado. Un movimiento interminable que duró segundos, pero que parecieron horas, el recuerdo de los sueños que predijeron ese momento; no con esas imágenes, sí con ese temor.
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Todo se mueve de un lado a otro, hay un ruido que sale del corazón de la tierra
Ves lo que muestran los videos. Todo se mueve de un lado a otro, hay un ruido que sale del corazón de la tierra, que cada vez es más fuerte y hasta parece que se devora todo a su paso. Tu corazón se acelera mientras ves cómo se caen adornos en tu casa, cómo se mueve la lámpara del techo, cómo todos se unen en el mismo sentimiento: miedo. Esa milésima de segundo cuando pensás en que el fin del mundo puede ser ese instante, todo es impredecible, entre el terror de lo que no conocés y lo que sabés que puede pasar.
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El pánico se apoderó de mí y comencé a llorar. No podía controlarlo, me faltaba el aire. Por un segundo pensás en los que no están con vos en ese momento. No sabés cómo están, no sabés que habrá un después. Todo exagera, hasta tu imaginación.
Una milésima de segundo para que tu vida se detenga en una mirada. Miré al techo, miré a mi hija, pensé en mi hijo que no estaba conmigo, en ese momento todo se volvió negro. La luz se había ido, el sonido era uno solo: un grito conjunto que venía de afuera, muchas voces en la calle, aunque no se veía nada.
Cuando pude, agarré el celular y llamé a mi hijo. Él buscaba comunicarse conmigo, pero no podía. Las comunicaciones fallan más que nunca, es una realidad. Cuando tuve internet, mandé mi primera información. Los gritos de los vecinos que se habían unificado; se convirtieron en murmullos que se hacían cada vez más fuertes a medida que iban saliendo de sus casas.
“Ya viene la réplica”, pensábamos; porque eso nos enseñaron. “Ante una situación de sismo, resguardarse en el marco de la puerta, lejos de todo lo que se pueda caer, que esté colgado, colocado en altura o empotrado.
Sin luz, con mis manos abrazando la pared, en el borde de la entrada de casa; así estaba yo mientras intentaba calmar mi respiración. No tenía aire, ni estaba tranquila. Lo intentaba, eso sí, y trataba de recordar lo aprendido. Temblaba, pero quería saber qué decía la información oficial, es inevitable, te tira el periodismo. Sólo habían pasado dos minutos del terrible sismo y los chats estaban llenos.
Ya lo sabían en Buenos Aires, porque lo habían sentido. Eso me hizo pensar en la magnitud del sismo que habíamos vivido. Hoy es 18 de enero pensé, hacía 3 días se cumplió el aniversario del terremoto de 1944, que fue de 6.9 a 16 kilómetros de profundidad.
Aunque los sismos no se predicen, enero siempre fue un mes temeroso entre los sanjuaninos en este tema. Las malas lenguas dicen que, cuando hace mucho calor o cuando todo está demasiado calmado, temblará. Esta vez se cumplió, casualidad. Lo que afortunadamente no se repitió fueron las consecuencias. En ese momento, 15 mil víctimas fatales, hoy tres heridos (dos moderados, uno grave) y un gran susto.
Los mensajes de familiares, colegas, amigos no tardaron en llegar. Sin luz, con el miedo a volver a vivir una situación similar, me senté en la puerta de casa, mientras veía cómo mi vecina salía con su beba en brazos. ¿Están bien? Me dijo casi llorando. Me hizo pensar en las casas de adobe que tan vulnerable son en la provincia; es que hubo daños en varias viviendas, era inevitable. Toda esa vivencia, en menos de cinco minutos. "La vida puede terminar en muy poco tiempo", pienso.
Cuando me tranquilizo, agarro mi notebook y comienzo a escribir. Será una noche larga, histórica, imborrable. El miedo ya no está, pero mi cuerpo sigue temblando. Descansaré cuando el tiempo se elige en ese momento. Ojalá no lo vuelva a soñar.