El concepto de salud y las nociones que se tienen sobre dicha dimensión han variado a lo largo de la historia. Frente al modelo denominado biomédico que se limitaba a considerar una enfermedad en términos de desviación de la función biológica normal, como resultado de un agente patógeno, una anomalía genética, o una lesión, se ha impuesto desde mediados del siglo XX un paradigma de salud que hace hincapié en los factores contextuales y colectivos. Justamente la crítica a la orientación exclusivamente biomédica o individual es que no contempla la dimensión social de la salud y ante la cura de un paciente, o la resolución del caso aislado, se le restituye a las mismas condiciones de vida previas a la enfermedad.
Ramón Carrillo, el primer ministro de Salud Pública de la Argentina y padre del sanitarismo, decía ya en 1946 que “la salud del pueblo depende de diversos factores indirectos” y entendía que solo podía garantizarse abarcando el bienestar físico, mental, moral y social del individuo, como resultado del medioambiente donde se mueve. En la actualidad sobran evidencias que señalan la importancia de los determinantes sociales sobre la salud de las personas, y es desde allí que los Estados desarrollan programas y políticas sanitarias. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) dichos determinantes son las circunstancias en las que un sujeto nace, crece, vive, trabaja y envejece, entra las que se incluye el acceso al sistema de salud. Indudablemente en este marco más amplio intervienen condiciones económicas, sociales, culturales y políticas.
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La irrupción intempestiva de la pandemia del coronavirus no hizo más que reforzar la idea de que la salud es un fenómeno estrechamente ligado a las condiciones de vida. No solamente es consecuencia, sino que además la salud en términos colectivos puede afectar y modificar rotundamente las formas y hábitos de vida. Los efectos de la expansión universal del Covid se calculan en número de contagios y personas fallecidas, pero se concretan también por fuera del ámbito estrictamente sanitario en la modificaciones de las relaciones sociales, la vida cotidiana, el funcionamiento institucional y las políticas públicas de los Estados. Un virus vino a trastocarlo todo, desde nuestros comportamientos más privados e imperceptibles como la higiene personal, hasta las formas de ser y vincularnos con los otres. Es por eso que se puede considerar a la pandemia actual como un hecho social total, que ha afectado y condicionado a la población toda en sus diferentes dimensiones.
Vacuna: la única solución para (sobre)vivir juntos
La comunidad científica de todo el mundo aunó esfuerzos para encontrar una solución al flagelo social que provocó más de 62 millones de contagios y 1,4 millones de muertos, y en este marco la carrera por la vacuna fue un tema permanente. Desde diferentes latitudes y en tiempo record comenzaron a elaborarse más de 169 candidatas, en un trabajo mancomunado entre la OMS, científicxs, empresas, Estados y organizaciones de salud internacionales. Para principios de noviembre ya había 48 proyectos en el mundo desarrollando ensayos clínicos en humanos, y varias anunciaron sus altos grados de efectividad. Ya en diciembre algunas adquirieron las autorizaciones de las agencias regulatorias, en algunos casos como Estados Unidos gracias a solicitudes de aprobación de emergencia, y comenzaron a aplicarse. Las que se encuentran actualmente en circulación y forman parte de los planes de vacunación para los próximos meses son la Sputnik V, la de Oxford y AstraZeneca, la de Pfizer/BioNTech, la CoronaVac de Sinovac, y la CanSinoBio.
La llegada de las primeras vacunas contra el coronavirus a Ezeiza marcó un antes y un después en el clima social y las expectativas sobre el futuro. En medio del inicio de la segunda ola a nivel local, tendencia que en Europa fue severamente dañina, el comienzo del plan de vacunación con la Sputnik V de forma simultánea en todas las provincias representa un hito en materia de políticas públicas integrales y sistémicas, y además inaugura tiempos de una nueva narrativa enfocada en la solución y no el problema. Argentina es parte de un reducido grupo de países que comenzó la campaña de vacunación formado por Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido, los 27 miembros de la Unión Europea, México, Chile y Costa Rica. De la región nuestro país es el que mayor cantidad de vacunas, 300.000, Sputnik V ha adquirido para empezar a administrar.
La lucha contra el coronavirus está inmersa en una dinámica social compleja que abarca diferentes dimensiones: biológica, ecológica, cultural, tecnológica, psicológica, económica, y sanitaria. La vacuna en principio actúa de forma directa sobre el factor biológico ya que impide que las personas se enfermen. A nivel individual induce artificialmente la inmunización activa a partir de estimular al organismo para que produzca los anticuerpos y otras respuestas inmunitarias similares a las que eventualmente generaría una infección. De esta manera representa una barrera para el virus y permite a mediano plazo detener la distribución y el contagio en la población. Básicamente si el virus no encuentra individuos susceptibles donde alojarse, se dificulta y elimina la propagación de la enfermedad. Una persona vacunada es una barrera firma en la cadena de contagios. Por eso su función es plenamente social.
Qué es la famosa inmunidad del rebaño y por qué es tan importante
La efectividad de la vacunación no genera solo la inmunidad del individuo, sino que también y fundamentalmente provoca la inmunización de toda la sociedad frente a una infección. El objetivo de la “inmunidad colectiva” o “la inmunidad de rebaño” es el control de las enfermedades, que provoca que se generen casos aislados pero no se multipliquen. En ese marco, por su alta efectividad y el relativo bajo costo en la erradicación y control de enfermedades infecciosas, las vacunas son la herramienta de intervención en Salud Pública más importante y trascendental de la historia. Casos paradigmáticos como el de la viruela y la Poliomielitis demuestran que es la única medida preventiva capaz de dar solución a una pandemia como la que transitamos. Según varias investigaciones se estima que se debe llegar al 60% o 70% de la población con anticuerpos para frenar la circulación del virus.
En Argentina las vacunas son parte de una estrategia de prevención primaria. Según lo establecido en la ley 22.909, las que forman parte del Calendario Nacional son obligatorias y gratuitas, y están clasificadas según las etapas vitales o características especiales de determinadas poblaciones. La vacunación es una política pública que se sostiene sobre dos ejes: el beneficio individual y el impacto social. Desde la Sociedad Argentina de Pediatría las definen básicamente por dos características: como una herramienta de equidad, porque llegan a los diferentes estratos sociales; y como un elemento de solidaridad, porque el individuo que se vacuna reduce el riesgo para él y para quienes interactúan con él. “La persona no vacunada constituye un riesgo para sí mismo y para quienes la rodean”, subrayan. El Estado de esta manera debe garantizar el acceso igualitario a la vacuna para proteger a todos los ciudadanos, los que pueden vacunarse y los que no hayan podido recibirla por el motivo que sea: falta de accesibilidad, compromiso inmunológico, por no tener la edad correcta, falta de información, etc.
Paradójicamente la mejora sustancial de la salud pública durante todo el siglo XX como efecto de las vacunas, que redujeron la mortalidad, la morbilidad y la reproducción de brotes de enfermedades transmisibles, generó la invisibilización de la mayoría de las patologías graves y el cuestionamiento al método desde diferentes ámbitos sociales. En el contexto actual, donde Google es la fuente de consulta por excelencia y abunda información no certificada que pareciera tener el mismo grado de legitimidad que la evidencia científica o las voces autorizadas, crece la influencia de los movimientos anti vacunas que actúan directamente socavando la confianza de la ciudadanía, dando por sentado efectos adversos sin ninguna evidencia, y generando una serie de teorías conspiranoicas que encajan como piezas de lego en una cultura liberal e individualista, e incrédula de las instituciones. A esto se suma en la actualidad una feroz campaña explícita de descrédito de la Sputnik V, etiquetada como la vacuna rusa, encabezada por la oposición y potenciada en los medios concentrados, con el único fin de evitar que la población argentina se vacune e inmunice, lo que es casi una militancia del contagio y la muerte para perjudicar al gobierno de Alberto Fernández.
¿Acaso la vacuna es una herramienta de justicia social?
El Covid-19 representó la crisis de salud global más importante del último siglo, en el marco de un mundo híper globalizado. Sin embargo la pandemia no afectó a todas las poblaciones por igual. Las condiciones socio económicas, las desigualdades sociales, las restricciones en el acceso a la salud, fueron condicionantes a la hora del contagio y las posibilidades de supervivencia. Los efectos son diferentes para cada grupo social y, tal como sucedió en epidemias previas, la mortalidad de los sectores más pobres y poblaciones vulnerables es mayor.
La forma que adquiere la pandemia no es solo biológica, sino social y económica. Consignas básicas de prevención como “lávate las manos constantemente”, “mantené la distancia social”, o “quedate en tu casa” no contemplan realidades complejas de millones de personas que no tienen acceso al agua potable, viven de forma hacinada, tienen trabajos precarizados o dependen de lo que recaudado en el día y necesitan salir a trabajar. Millones de personas vivieron estos meses entre la disyuntiva de ir a trabajar y exponerse al virus o perder el empleo; o lxs jefxs de hogares monoparentales que no tenían con quien dejar a sus hijes por el cierre de las escuelas. Como estos casos, se pueden listar cientos cuyas condiciones de vida potencian la posibilidad de contagio.
No hay ni habrá nunca una epidemia que afecte más a los ricos que a los pobres, y en el marco actual, por su efectividad general y su contribución en la reducción de las inequidades en salud, la vacuna también es una herramienta de justicia social. El Estado no solo debe garantizar, por medio de la logística, la llegada de las vacunas a cada rincón de la Argentina y una distribución equitativa. Además para lograr la inmunidad en esta matriz tan densa de creación de sentido, debe producir campañas de información donde intervengan diferentes actores sociales : científicxs, educadorxs, comunicadorxs, funcionarixs, periodistas, etc. Las operaciones políticas de desinformación y descrédito de la vacuna se desentienden por completo de los sectores que más las necesitan: los pobres y más vulnerables.