Este jueves 12 de septiembre, la Iglesia Católica celebra el Dulce Nombre de María. Este día tiene un significado profundo que trasciende el lenguaje de nuestros días. Según el evangelio, el nombre de la Virgen María representa su personalidad y la misión que Dios le encomendó al nacer.
En la Sagrada Escritura y en la liturgia, el nombre de María es venerado y adorado por todos sus hijos. Es por eso que en este día, queremos felicitar a la Virgen María y confiar en el poder de su nombre santísimo. San Bernardo, en su segunda homilía de la Anunciación, nos invita a seguir a María, ya que ella nos guiará por el camino correcto.
Según se cuenta, el origen del Dulce Nombre de María hace referencia a los cuatro días después del nacimiento de la Virgen, en el cual sus padres le impusieron el Nombre. La primera vez que se celebró el Dulce Nombre de María fue en 1513, en la ciudad española de Cuenca. Luego se extendió por el resto de España y finalmente, en 1683, el Papa Inocencio XI la admitió en la iglesia de occidente como una acción de gracias por el levantamiento del sitio a Viena y la derrota de los turcos por las fuerzas de Juan III Sobieski, rey de Polonia.
Esta conmemoración es probablemente algo más antigua que el año 1514, aunque no se tienen pruebas concretas sobre ello. Todo lo que podemos decir es que la gran devoción al Santo Nombre de Jesús, que se debe en parte a las predicaciones de San Bernardino de Siena, quien abrió naturalmente el camino para una conmemoración similar del Santo Nombre de María.
Oración al Dulce Nombre de María
¡Madre de Dios y Madre mía María!
Yo no soy digno de pronunciar tu nombre;
pero tú que deseas y quieres mi salvación,
me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura,
que pueda llamar en mi socorro
tu santo y poderoso nombre,
que es ayuda en la vida y salvación al morir.
¡Dulce Madre, María!
haz que tu nombre, de hoy en adelante,
sea la respiración de mi vida.
No tardes, Señora, en auxiliarme
cada vez que te llame.
Pues en cada tentación que me combata,
y en cualquier necesidad que experimente,
quiero llamarte sin cesar; ¡María!
Así espero hacerlo en la vida,
y así, sobre todo, en la última hora,
para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado:
“¡Oh clementísima, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!”
¡Qué aliento, dulzura y confianza,
qué ternura siento
con sólo nombrarte y pensar en ti!
Doy gracias a nuestro Señor y Dios,
que nos ha dado para nuestro bien,
este nombre tan dulce, tan amable y poderoso.
Señora, no me contento
con sólo pronunciar tu nombre;
quiero que tu amor me recuerde
que debo llamarte a cada instante;
y que pueda exclamar con san Anselmo:
“¡Oh nombre de la Madre de Dios,
tú eres el amor mío!”
Amada María y amado Jesús mío,
que vivan siempre en mi corazón y en el de todos,
vuestros nombres salvadores.
Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre,
para acordarme sólo y siempre,
de invocar vuestros nombres adorados.
Jesús, Redentor mío, y Madre mía María,
cuando llegue la hora de dejar esta vida,
concédeme entonces la gracia de deciros:
“Os amo, Jesús y María;
Jesús y María,
os doy el corazón y el alma mía”.
Santoral del 12 de septiembre
- San Albeo de Emly
- San Autónomo de Bitinia
- San Curonato obispo
- San Francisco Ch´oe Kyong-hwam
- San Guido de Anderlech
- San Poncio de Serrancolin
- Beato Pedro Sulpicio Cristóbal Faverge
- Nuestra Señora de Estíbaliz