El Estado Argentino pidió disculpas públicas y reconoció su responsabilidad por las violaciones a los Derechos Humanos que sufrió Olga del Rosario Díaz, una mujer que fue víctima de violencia de género desde 2002 y que intentaron asesinar en 2017. Durante 15 años denunció al padre de sus hijos, Luis Palavecino, pero el Poder Judicial recién intervino de forma directa después de que pasara 45 días en terapia intensiva por el ataque.
"Al principio tenía miedo de salir a la calle incluso cuando esta persona estaba presa. Era un temor que me perseguía", cuenta Olga a El Destape. Al otro lado del teléfono se esperanza por la lucha de las mujeres en el Ni Una Menos y cuenta que le gustaría participar, pero las secuelas del intento de femicidio no se lo permiten.
Pese al miedo y las amenazas de su expareja, hizo todo el protocolo de denuncia, pero desde el Estado fallaron. "Fui a la Oficina de Violencia Doméstica, hice todo lo que corresponde, sin embargo el Estado me negó la protección y hubo un intento de femicidio. Solo después de que mi vida corrió peligro y que ahora tengo secuelas, el Estado lo reconoció. Eso es lo que se trata de cambiar, que haya empatía y seguimiento", pide.
Tras su recuperación, junto a la Comisión sobre Temáticas de Género del Ministerio Público de la Defensa (MPD), decidió denunciar al Estado argentino ante el Comité para la Eliminación de la Discriminación Contra la Mujer de Naciones Unidas por no haber respondido a todas las denuncias que ella hizo.
En 2019 se firmó un Acuerdo de Solución Amistosa entre el Estado nacional y la Defensoría General de la Nación que incluyó el reconocimiento estatal de que el tratamiento judicial no tuvo en cuenta los tratados internacionales de Derechos Humanos y, en especial, la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Contra la Mujer.
-La primera denuncia la realizó en 2002, ¿qué cambios nota desde ese año a la actualidad?
-Para empezar, ser escuchada. En el 2002 sufrí una agresión muy fuerte, intervino la Justicia y todo lo demás, pero quedó todo en la nada. No hubo un seguimiento, la Justicia no estaba preparada para atender a las víctimas. Era tratado como un caso doméstico. Me citaron a declarar, mi ex me había quemado el auto y ropa, me dijeron que me iban a volver a llamar y no mucho más.
-¿Cómo hizo para seguir si nadie la escuchaba?
-A eso hay que sumar que él me pedía que sacara la denuncia, porque sino me iba a matar. Yo sabía que lo que decía era real. En ese momento mi hija menor tenía 5 años. Él mismo decía ´vos vas a ir bajo tierra, la nena a un orfanato y yo voy a ir preso, techo y comida voy a tener´. Yo sabía que lo iba a cumplir, porque una se da cuenta cuando una persona lo enfrenta después de tanto años. En ese momento pedí ayuda psicológica, fui a un centro comunitario y la propia psicóloga me dijo que la asustaba mucho mi situación. Yo decía ´en vez de estar yo asustada, se asustaba ella con mi historia´. Yo soy creyente, me agarré a la fe para criar a mi hija y salir adelante.
-¿Qué ocurría con su entorno?
-Hablaba con los amigos, con los familiares, pero habitualmente me decían ´los hombres son así´, ´son arrebatos´, ´ya va a cambiar´. Con el correr del tiempo, veo que a muchas mujeres que me han contado sus historias les ha pasado lo mismo. En la familia y en las amistades no encontraban apoyo. Una se tiene que ir armando de coraje y ver cómo sobrellevar la situación. Ir masticando broncas para salir adelante: yo pensaba en mi hija.
En todos los casos es porque no tenemos el apoyo y no nos escuchan. Hoy creo que empezamos a construir un acompañamiento muy distinto a las mujeres. Ahora nos estamos apoyando, todo gracias al Ni Una Menos. El movimiento me dio valor, me dio apoyo. Siento que hay otros que me escuchan, que tiene empatía y que me quieren acompañar. Me parece perfecto que hagamos algo, algo hay que hacer, algo hay que cambiar. No podemos ser tan vulnerables.
-¿Desde el Estado cambió algo?
-La única satisfacción es que están tomando medidas para que no vuelva a suceder. Pasaron 20 años y ahora se están poniendo en práctica algunas gestiones para que la víctima no quede sola, para que haya acompañamiento. De todos modos todavía falta mucho.
-¿En qué puede mejorar el Estado?
-Debe mejorar no solo en el acompañamiento, sino también hacer una causa con la persona violenta. Esto no se soluciona con un botón antipánico o una tobillera que los hombres se terminan sacando. Hay que empezar un seguimiento al hombre con testeos, con terapias y si es necesario que esté preso, que esté preso. La mujer con el hombre suelto es vulnerable.
Yo fui al Estado, fui a la Oficina de Violencia de Doméstica, hice todo lo que corresponde, sin embargo el Estado me negó la protección y hubo un intento de femicidio. Sólo después de que mi vida corrió peligro y que ahora tengo secuelas, el Estado lo reconoció. Eso es lo que se trata de cambiar, que haya empatía y seguimiento.
-¿Qué secuelas le quedaron?
-Al principio tenía miedo de salir a la calle incluso cuando esta persona estaba presa. Era un temor que me perseguía. Lo bueno de todo esto es la libertad de salir a pesar del miedo y de poder volver a empezar a vivir. Queda miedo, porque fueron muchos años, pero también respiro y pienso ahora sí soy libre. Lo que me quedaron fueron secuelas físicas, pero gracias a Dios sigo adelante.
-¿Participa de las marchas del Niunamenos?
-Las admiro, pero por una cuestión de salud no puedo salir mucho. Camino algunas cuadras y me agito, las secuelas que me dejó lo que padecí afectaron la parte cardíaca de mi cuerpo. Tuve una trombosis y me hacen doler las piernas. Tengo además un bypass hecho con una vena de la pierna en el cuello. Me encantaría poder ir, pero las sigo y las apoyo. Todo lo que hago es para que las mujeres se animen, es la puerta que les abrí para que sigan luchando por lo que corresponde.