Un filósofo árabe medieval, Al-Kindi, del siglo IX a.C., consideraba que el poder de las palabras es tal que “puede cambiar los estados de ánimo de los seres vivos, alterar las condiciones propias de las fuerzas naturales, provocando por ejemplo fenómenos contrarios a la ley de gravedad, y crear formas nuevas a partir de los elementos de la materia".
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Lo cuenta Rodolfo Gil en un antiguo breviario de Salvat (Los cuentos de hadas: historia mágica del hombre). Y aunque la afirmación es un tanto desmedida, a lo largo de los siglos las narraciones orales y los relatos maravillosos nos transportaban más allá de la rutina de todos los días, a un mundo de emociones y personajes que fusionaban la fantasía con la realidad. Hoy, las fiestas (aunque opacadas por las restricciones que impone la pandemia) son una oportunidad para revivir historias fantásticas que embrujan a los más chicos y reviven en los adultos ilusiones que nos retrotraen a la niñez.
Una de ellas es la de los Reyes Magos, esos personajes misteriosos surgidos de la tradición religiosa, pero cuyas huellas inspiraron numerosos estudios históricos.
“La fábula más bella del mundo y de todos los tiempos la contó hacia el 70 d.C., un autor que escribía en arameo, más o menos en la época en que los ejércitos romanos de Tito destruían Jerusalén –escribió hace años Massimo Oldoni, profesor de literatura latina de la Universidad de Salerno–. El texto original no se conserva, pero enseguida fue traducido al griego, que entonces era el idioma con mayor difusión en la cuenca mediterránea. Se trata del relato que conocemos como Evangelio de San Mateo. Aunque hubo otras tres versiones de la historia cristiana, solo Mateo narra cómo, luego del nacimiento de Jesús en Belén de Judea, en tiempos de Herodes III el Grande, llegaron allí algunos magusàoi [magos, sabios] venidos de Oriente en busca del Rey de los judíos, del que habían visto ‘la estrella’”.
En los evangelios canónicos no se mencionan sus nombres, ni que fuesen reyes, ni que fueran tres, todas precisiones que aparecieron recién en el siglo III d.C. De hecho, la Iglesia Ortodoxa Siria y la Iglesia Apostólica Armenia aseguraban que eran doce, como los apóstoles y las tribus de Israel. Los nombres actuales (Melchor, Gaspar y Baltasar) habrían aparecido por primera vez en el siglo VI d. C., en un mosaico en el que se distingue a los tres magos ataviados al modo persa con sus nombres escritos encima.
Centenares de frescos, esculturas y hasta regalos de bazar representan esta historia de diversas formas, aunque muchas de ellas no coinciden. Según otro texto de Franco Cardini, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Florencia, una vasta bibliografía (entre la cual se cuentan los evangelios apócrifos) les sigue el rastro y trata de dilucidar de dónde venían, cuánto tiempo duró su viaje, qué medios de transporte utilizaron, qué itinerario siguieron a la ida y a la vuelta, cuántos eran y cómo se llamaban. La versión prevaleciente afirma que se trataba de reyes y magos, que al menos uno era negro y que seguían una estrella (para algunos, un cometa) que les indicaba el camino.
La leyenda dice que venían de países lejanos, siguieron caminos diferentes, hablaban distintos idiomas, pero apenas se encontraron, se entendieron. Llegaron a Belén sin necesidad de alimentos o bebidas, y sin dar forraje a los animales. Después de un viaje de 13 días, Melchor ofreció oro, Baltasar, incienso, y Gaspar, mirra.
Luego, para no volver a encontrarse con el cruel Herodes (al que habían visto al llegar), volvieron a sus tierras. Pero sin la estrella para guiarlos, todo se complicó: necesitaron guías e intérpretes, y les llevó dos años hacer el camino de regreso. Melchor murió a los 116 años, Baltasar a los 112 y Gaspar a los 109.
En tiempos de Jesús, los magusàoi, escribe Cardini, eran adivinos y astrólogos, generalmente de origen caldeo, pero el término también se usaba para designar a los charlatanes y adivinos del mundo persa. Hoy se tiende a pensar que pertenecían a algo así como una casta de sacerdotes y sabios que guardaban los secretos del rito y de la observación de los astros.
A miles de años de distancia, hoy son muchos los que descreen de este relato. Pero más allá de su veracidad, historias como éstas expresan nuestro asombro frente a los múltiples misterios del mundo que no logramos explicar. Y a pesar de nuestras lógicas diferencias de convicciones, en fechas como ésta es casi imposible no estar de acuerdo con los deseos de paz y amor para todos los seres humanos que habitan este maravilloso planeta. Apenas un punto azul pálido, como decía Carl Sagan, flotando en el océano cósmico.