¿Falla Tinder para que sembremos soja?

Que la distancia de la persona respecto a su comunidad se traslade a sus vínculos personales, pareciera sintonizar con la lógica imperante del “soltar”, del evitar sentir mucho para huir de la posibilidad de ser un “intensx”. 

08 de mayo, 2024 | 16.46

La pregunta no es capciosa, hay un recorrido que es posible trazar entre el modelo productivo y la compleja realidad vincular que atraviesa la sociedad. El ser humano se encuentra cada vez más escindido: se puede observar su separación respecto del planeta Tierra, de su comunidad, en muchos casos de los lazos particulares y en última instancia del propio cuerpo. El pasado sábado la Secretaría de Cultura de Vicente López organizó en la Quinta Trabucco, junto a Soledad Barruti y la bailarina Leticia Mazur, un encuentro vivencial titulado “La vida despierta” en el que una serie de cuestiones fundamentales se pusieron sobre la mesa, o más bien sobre la tierra, porque mesas no había.

En los últimos años, el miedo a los mosquitos, el pánico a salir de casa y contraer un virus, o la imposibilidad de andar por la calle si hay una ola de calor, se han establecido como elementos importantes en la agenda pública.. Uno de los primeros ejes que formó parte del encuentro fue que de un tiempo a esta parte, en buena medida, la relación de la sociedad con el mundo ha pasado a estar mediada por el terror. Consultada al respecto, Sole Barruti respondió:

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―La separación entre la humanidad y la Tierra se construyó a través de una serie de procesos históricos que se precipitaron entre el siglo XV y el siglo XVII, cuando la imagen de la misma dejó de ser la de una madre nutricia y benévola, una tierra respetada como organismo vivo del que todos dependían. Esa imagen se reemplazó por la de algo endemoniado, muy en vínculo con lo que ocurrió con las mujeres: se sojuzga el cuerpo de las mujeres y se sojuzga el cuerpo de la Tierra del mismo modo en la construcción del sistema económico que hoy nos rige. Esto es algo que trabajan muy bien tanto Silvia Federici como Carolyn Merchant en “Calibán y la bruja” y en “La muerte de la naturaleza”, dos libros paradigmáticos para entender este movimiento brutal que fue necesario para la consolidación del sistema vigente porque si las personas tenían un vínculo emocional con la Tierra de ninguna manera se iba a poder sostener su explotación. Se dispuso así una forma de representación de la Tierra como un organismo caótico y descontrolado al que había que llamar al orden y dominar.

Es evidente que para dejar de proteger algo primero es necesario desconectarse de la cosa, lo que tal vez no resulta tan claro es cómo el paradigma de la separación respecto a algo tan vital como el hábitat, puede comenzar a teñir los demás planos. Circulan masivamente en la actualidad discursos en donde la llave del éxito es netamente individual, como si bastara una gran determinación personal para lograr cualquier cosa en la vida. Este alejamiento de las personas, exacerbadas como individuos, del tejido social al que pertenecen es cobijado sin dudas por el mismo modelo que escinde a los pueblos de los territorios que habitan. Que la distancia de la persona respecto a su comunidad se traslade a sus vínculos personales, pareciera sintonizar con la lógica imperante del “soltar”, del evitar sentir mucho para huir de la posibilidad de ser un “intensx”. ¿Hay un link acá?

―Estamos viviendo en materia vincular una sobrevaloración del desapego, ¿qué pensás al respecto?

―El desapego es parte irrenunciable para que este sistema se sostenga. Si vivís con apego y afectación vivís atravesado por mucho dolor. Entonces todo el tiempo se trabaja el desapego y el desinterés. Si todo estuviese señalizado de alguna sustancia, de alguna materia, sería de eso, de desinterés, y esto es una condena brutal, porque mientras creemos que nada nos está afectando, todo nos está afectando. Vivimos en una civilización cada vez más dañada emocional, física y espiritualmente. Somos una sociedad muy cruel por esa indiferencia que te dice todo el tiempo que nada te va a pasar porque entre cuatro paredes estás a salvo. Es terrible, pero es un gran valor para esta civilización ser desapegado, no afectarse, no sentir, no tener emociones. Si hay determinada sensibilidad te dicen “sos demasiadx intensx”, “es un montón”, “no hace falta tanto”, y eso es tremendo porque sí hace falta más, y hace falta que todos nos involucremos, y hace falta que podamos sentir lo que es. En la indiferencia y el desapego lo que se forja también es esta pararealidad completamente sin sentido, esta anti-verdad que estamos viviendo, que es permeable a cualquier cosa. Cualquiera dice lo que sea, y no importa cuánto ese discurso tenga que ver con la realidad del mundo, lo que importa es quién convence mejor, y eso es por falta de tierra básicamente. Si no sabés dónde están tus raíces, dónde estás parado, cualquiera te convence de cualquier cosa.

La vida no es útil

Esto por supuesto no equivale a decir “la vida es inútil”. Son cosas diferentes. Decir que la vida no es útil es plantear que en lo concerniente a la vida, la “utilidad” es una categoría insuficiente, de otro orden. Podría decirse que “no es por ahí”. ¿Pero dónde tiene lugar para desarrollarse esa no-utilidad? En gran medida aquello que carece de una finalidad productiva está ligado al ocio, y en las ciudades de occidente, los lugares para el disfrute están mayoritariamente limitados al consumo. Quitando parques y plazas, la sociedad ha atravesado la supresión de los lugares comunes, y para estar con otrxs fuera de casa hace falta pagar, comprar una entrada, una bebida, comida, algo que habilite nuestra presencia en ese espacio. En este sentido Soledad afirmaba:

―Los espacios comunes son lugares muy revolucionarios. Imposibilitar el acceso a ellos y a la naturaleza genera obviamente una alienación cada vez más profunda. Los espacios comunes se han convertido netamente en lugares de paseo, donde se puede mirar pero no así vivir. Vos no podés plantar tomates en un parque y eso hace que de repente las personas no tengamos acceso a la tierra, no podamos tocar tierra, porque todo está prohibido y a lo máximo que podés aspirar es a hamacar a tu hijo en una plaza sobre un piso de goma eva.

―Hablabas durante el Encuentro de “evocar la tierra que está bajo el asfalto”, ¿qué significa?

―Es reconectar. Pareciera que estamos condenados a este presente y no, está ahí nomás la Tierra. Vos pasás por una obra en construcción y la ves, pasás por una bocacalle y ves al arroyo. La Tierra se enfurece en cualquier lado y descarga ríos como acaba de pasar en Porto Alegre, y eso te muestra que es un segundo lo que falta para llegar a ella. Ojalá nuestra revinculación pueda hacerse de una forma pacífica y con un acuerdo colectivo nuevo y no como termina haciéndose de una manera tan violenta y enfurecida cuando la Tierra es la que se saca de encima tantos años de opresión. La historia común que nos trajo hasta acá está aplastada por todas estas capas de cemento, de separación, por eso para mi evocar la tierra es una apuesta a la reconexión posible.

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