Cumbre mundial para detener la degradación de la naturaleza

Comenzó en Montreal, Canadá; asisten representantes de más de 190 países; debe elaborar el programa maestro para los próximos 10 años

08 de diciembre, 2022 | 00.05

Hasta el 19 de este mes, Montreal, una de las ciudades más antiguas de Canadá y pujante centro industrial de América del Norte, es el escenario en el que representantes de más de 190 países intentarán acordar una hoja de ruta para preservar la multitud de organismos biológicos que constituyen el telar de la vida en este planeta, que hacen posible la nuestra y que están declinando en forma dramática. 

Allí se realiza la Cumbre Mundial de la Biodiversidad, también conocida como COP15 (por analogía con las reuniones globales sobre cambio climático). Participan más de 10.000 diplomáticos, científicos, integrantes de pueblos originarios y ONG, que intentarán preparar el documento que orientará la política intergubernamental en este tema. 

Nuestra salud, alimento y economías dependen de más de ocho millones de especies y ecosistemas diversos. Se estima que ya alteramos el 75% de las tierras del planeta y el 66% de sus océanos. La diversidad biológica del planeta declina a un ritmo catastrófico

“Estamos librando una guerra contra la naturaleza –dijo Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, en su discurso de apertura–. Las actividades humanas están devastando bosques, selvas, tierras de cultivo, océanos, ríos, mares y lagos que alguna vez fueron prósperos. Nuestra tierra, agua y aire están envenenados por químicos y pesticidas, y repletos de plásticos. La adicción a los combustibles fósiles provocó el caos climático. La producción insostenible y los monstruosos hábitos de consumo están degradando el mundo. La humanidad se convirtió en un arma de extinción masiva y hay un millón de especies en riesgo de desaparecer para siempre”.

Los ambientes naturales no solo ofrecen espacios de recreación, sino alimento, moléculas farmacológicas, nuevos materiales

Después de varios intentos frustrados (de las metas acordadas en la conferencia previa de Aichi, Japón, no se cumplió ninguna), corresponde elaborar un nuevo documento. “Cada diez años, cambia el ‘acuerdo maestro’ sobre el cual se basará toda la política intergubernamental de biodiversidad de los próximos diez años, el Global Biodiversity Framework –explica la bióloga cordobesa Sandra Díaz, investigadora del Conicet en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (Imbiv), que codirigió el último informe científico del Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos de las Naciones Unidas (Ipbes, según sus siglas en inglés de Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services)–. Esto tendría que haber ocurrido en 2020, pero por la pandemia recién se está haciendo ahora. Esperemos que salga bien”.

El borrador del acuerdo que comenzó a discutirse contempla 22 metas para 2030. Una de ellas, conocida como “30 x 30”, es proteger el 30% de los ecosistemas del planeta para fines de esta década. Otras, que se restaure entre el 20% y el 30% de las zonas degradadas, que se reduzca a la mitad la tasa de introducción de especies exóticas, que se limite a un tercio (de la cantidad actual) el uso de pesticidas y que se disminuya el desperdicio de alimentos. Como siempre, uno de los huesos más duros de roer será el financiamiento, ya que se calcula que el monto requerido para proteger los ecosistemas es de cientos de miles de millones de dólares.

El cambio climático impactan en la salud de los mares y de la superficie terrestre

“La propuesta de proteger el 30% de la superficie terrestre es interesante, pero tiene limitaciones –afirma Díaz, que es miembro de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos y de la Academia Francesa de Ciencias–. La evidencia muestra que más importante que la cantidad de tierra que uno protege y restaura es dónde lo hace y cómo está conectada con otros ecosistemas para favorecer el movimiento de especies. También es fundamental respetar la participación y el pleno derecho de los pueblos indígenas o pobladores locales, y asegurar una financiación que permita un monitoreo efectivo. Mi presunción personal es que a los países les gusta eso [delimitar una cierta cantidad de territorio], porque así es fácil mostrar que se está haciendo algo, pero no hay ninguna prueba de que ayude a la diversidad. De hecho, la única meta de Aichi que estuvo más o menos cerca de cumplirse fue la creación de aproximadamente un 17% de áreas protegidas. Pero la diversidad siguió bajando de forma espantosa”.

Para Díaz, con frecuencia lo que sucede es que se dictan leyes que no se cumplen o se declaran como áreas protegidas lugares remotos que de todas maneras "no le interesan a nadie". “Si no se protegen las áreas que están realmente en riesgo, y si además se lo hace sin consultar a los pobladores locales o no hay nafta para los vehículos que permitirán controlar que no ingresen cazadores furtivos o se inicie un incendio… no sirve –subraya–. Hay muchos problemas de implementación, de monitoreo y poder de policía. En general se regula siempre a favor de los intereses más poderosos. Eso ocurre en todas partes, no solo en la Argentina”.

Sandra Díaz

Por otro lado, no importa cuánto las cuidemos, las áreas protegidas siempre serán una pequeña fracción del total.  “Son necesarias, pero hay que prestarle mucha atención al otro 70% del planeta, que son los paisajes donde vive la gente –destaca Díaz–. Las tierras agrícolas, de pastoreo, las ciudades. Es ahí donde hay que incorporar la protección a la naturaleza, de la misma manera en que uno lo hace con consideraciones de salud o de género en la industria, la agricultura, la educación. Eso es lo realmente transformador y lo que enfatizamos. Hay que regular la cantidad de pesticidas, la contaminación, hay que controlar el cambio climático, pero además, y muy fundamentalmente, hay que empezar a ocuparse de lo que nosotros llamamos ‘las causas de raíz’ de la pérdida de diversidad, que son las dietas, la agricultura industrial, los subsidios astronómicos que se dan a la industria de los combustibles fósiles, a las grandes pesqueras, a la minería, que por eso son increíblemente lucrativas, pero a la larga muy dañinas. Lo que hagamos con las reservas será un parche, una gota en el océano. Eso es lo que desde Ipbes estamos tratando de defender”.

Para Luis Cappozzo, biólogo marino del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, se impone realizar un ordenamiento territorial para identificar dónde se encuentran los ecosistemas ricos en biodiversidad y que tienen que mantenerse lo más prístinos posible. Y si hay zonas separadas, generar la posibilidad de que existan corredores biológicos para que no se pierda la riqueza genética de las poblaciones que los habitan.

Luis Cappozzo

“Si uno tiene un ambiente complejo como el de la selva paranaense de Misiones y en Paraguay hubiera una islita similar, habría que establecer un cordón, un corredor biológico por el que pudieran moverse las especies, porque si no, quedan aisladas y están condenadas a la extinción –ilustra Cappozzo–. También hay algunas denominadas endémicas, que sólo habitan determinadas regiones y que son vitales para otras cosas. Por ejemplo, el delfín franciscana, el ‘caballito de batalla’ del laboratorio que dirijo, es una especie que funciona como ‘centinela’ del estado de salud del mar. Si hay una alteración, como puede ser la acidificación del océano, se modifican las redes tróficas [cadenas alimenticias] del océano, y entonces tienen que ir a buscar alimento a otro lado”.

Entre las iniciativas positivas, Cappozzo menciona el programa Pampa Azul, que delimitó cinco regiones protegidas, que se están estudiando para que puedan explotarse de forma sostenible. “La explotación sustentable no solo es posible, es imperiosa, tanto para proteger la biodiversidad, como también para mejorar la calidad de vida de las personas y para asegurar la supervivencia de las empresas –destaca–. El ordenamiento territorial debe resolverse ahora. Es una decisión política que tiene que ser acompañada por las empresas”.

Según la visión de los investigadores, más allá de algunas iniciativas, en la Argentina la naturaleza sigue declinando. Reclaman actuar con decisión para preservar algo del patrimonio natural. Y no solamente por su belleza, sino por los múltiples beneficios que nos ofrece.

“Estamos entretejidos y formamos parte del telar de la vida –explica Díaz–. Compartimos muchos genes con otros organismos y estamos constantemente interactuando. Y no hablo sólo del valor de la naturaleza salvaje que está en Borneo o en el corazón del Amazonas. Sino de todo el mundo vivo que nos rodea y nos da el alimento, regula plagas, purifica el agua, poliniza los frutales…  Por otro lado, hay mucha evidencia de los beneficios físicos y psicológicos que brinda caminar en un entorno verde todos los días, aunque no sea en un ambiente súper prístino, lleno de especies únicas. La naturaleza nos da beneficios de recreación, de sentido, de identidad e inspiración. Todas las ideas para nuevos materiales surgen de la naturaleza, nos da moléculas para producir fármacos. La vida humana sin otros organismos sería imposible”.

En la COP15 participan más de 10.000 personas

Y agrega Cappozzo: “Por ejemplo, la polimerasa que se hizo ampliamente conocida durante la pandemia por los tests para detectar individuos infectados o identificar nuevas variantes (PCR, reacción en cadena de la polimerasa), la obtuvieron de una bacteria que vivía en geisers y en fumarolas de azufre a miles de metros de profundidad. Con suerte, conocemos un 20% de la biodiversidad del planeta, de modo que con su degradación podemos perder especies esenciales no solo para la salud y bienestar de nuestra especie, sino para la remediación de ambientes”.

Ambos consideran que el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad están íntimamente conectados, y que el Ipbes y el IPCC deberían trabajar juntos. “Los efectos del cambio climático, como la acidificación de los océanos, la desertificación, la pérdida de nutrientes de la tierra fértil... eso es lo que daña la biodiversidad”, afirma Cappozzo.

“Entiendo que la conducción actual de Ipbes promueve esa idea, porque la raíz de los dos problemas es la misma –coincide Díaz–: un modelo de dominación de la naturaleza y de la gente que subyace a ambos fenómenos. Cambio climático y declinación de la diversidad son dos síntomas del mismo problema. Ojalá vayamos en esa dirección”, concluye Díaz.