Se acercan las pascuas y en confitería Caren lo saben. Esta semana la vidriera está repleta de huevos y gallinas de chocolate envueltos en papel dorado y decorados con coloridos moños.
La confitería Caren, ubicada en Avenida Pueyrredón 1881, abrió sus puertas el 15 de septiembre de 1969 y, con el tiempo, fue adquiriendo un perfil propio. Se especializaron en la elaboración de pastelería de estilo europeo, que se convirtió en un sello del lugar: mazapán, marrón glacé, torta de sambayón, turrón blando de almendras con miel y la famosa torta Pischinger, de origen austríaco.
“Son productos de época, típicos, que se fueron perdiendo con el tiempo. La gente viene acá justamente por eso. Hay seis o siete cosas que las vas a encontrar únicamente acá o en Europa, porque es una repostería muy europea”, afirma Augusto, hijo de los fundadores y actual dueño del local.
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Un clásico porteño
Caren también se convirtió en una referencia indiscutida de un gran clásico de esta ciudad: los 'sanguchitos' de miga. “Hace 3 o 4 años que se pusieron en valor como producto icónico porteño. Es una comida rápida, ligera que está asociada a momentos gratos, a brindis, cumpleaños y festejos. Fijate que se le dice en diminutivo, como algo afectivo. Los comprás con una sonrisa”, explica Augusto. Este producto emblemático los llevó a ganar el premio Cucinare 2022 en la categoría 'mejor sándwich de miga'.
Hoy en día tienen más de 25 variedades de 'sanguchitos', algo que tampoco se encuentra en cualquier lado. “A diferencia de otras confiterías, nosotros utilizamos un pan de molde de 10 kilos que se pela y se corta en el momento con una maquina especial, entonces siempre vas a encontrar una miga esponjosa. Además, los sándwiches también se hacen en el momento, a medida que se van acabando. No es que se hace una producción a la mañana y va quedando. Entonces están siempre frescos”, asegura en diálogo con El Destape.
Entre los más pedidos se encuentran el clásico de jamón y queso; el de peceto, tomate y huevo; el de pastrón y pepino; el de leberwurst y pepino; y el de cantimpalo y queso. Hace poco lanzaron sabores nuevos como el de zanahoria, queso blanco y nuez; y el de remolacha, queso y huevo duro. “Ahora se venden mucho los sándwiches vegetarianos y más adelante sacaremos una línea vegana porque mucha gente lo pide”.
El valor de lo artesanal
El secreto de Caren es que toda la mercadería es artesanal, sin aditivos ni premezclas. “Todo está hecho a mano y con productos de muy buena calidad. Es como si cocinaras en tu casa, con una muy buena receta, con mucha experiencia y a gran escala. Usamos crema de leche, manteca pura, dulce de leche de primera, no hay nada congelado. Todo lo que ves está hecho acá”, explica.
El local ofrece bombones, sándwiches, facturas y masas. Dentro de las especialidades se encuentra el turrón de elaboración propia que se vende todo el año. Está hecho con almendras tostadas, miel y clara de huevo. “Tomarle el punto a la miel, mezclarlo con la clara batida a nieve, que eso no se te desarme, lograr esa textura especial y agregarle las almendras en la batidora es un trabajo muy artesanal. Tenés que hacerlo muchas veces para que te salga bien”, describe Augusto.
Otro de los productos legendarios es el marrón glacé, que se elabora con una castaña grande, entera, hervida y pelada “que da mucho trabajo para que no se rompa”. Después se seca y se glasea. Augusto dice que no le consta que haya otro local en Buenos Aires que realice esta delicia. Para el día de la madre, asegura, se venden grandes cantidades, al igual que las barritas de mazapán y la típica torta de sambayón con castañas en almíbar.
La confitería Caren es una especie de túnel en el tiempo no solo porque tiene muchos productos de época, sino también porque mantiene la estética y los muebles de fórmica italiana desde hace más de 50 años. “Muchas veces me dicen que lo cambie, pero no lo hago porque la gente valora esto. Acá vienen el abuelo, el hijo y el nieto y te agradecen que estés, que mantengas la calidad y el espacio, que es el que ellos vieron siempre. Si yo cambio el lugar de algo, el público lo nota enseguida. La clientela aprecia esa rutina, esa seguridad de saber dónde está cada una de las cosas”.
La historia
El negocio abrió sus puertas de la mano de Carlos Vázquez, su esposa Aurora y Enrique, un socio de Carlos. El nombre 'Caren', lo eligieron por la conjunción de 'Carlos' y 'Enrique'. El lema que utilizaban en esa época era “para exigentes”.
Carlos era ingeniero agrónomo, venía de una familia gallega que tenían una panadería y algo de ese mundo le llamó la atención. “Mi viejo era muy emprendedor y se quiso meter en este rubro”, describe Augusto. Originalmente el que iba a trabajar en el local era Enrique, porque “sabía del tema” e iban a revender productos de la panadería familiar. Pero cuando Carlos dijo que quería dedicarse a la elaboración propia, Enrique “se abrió”. En ese momento se sumó un primo de Carlos, que tampoco venía “del palo”, pero al año falleció. “De golpe mi viejo se encontró con todo esto y encima estaba endeudado”, rememora Augusto. Así que Carlos, con ayuda de su mujer Aurora y la esposa de su primo, se puso al hombro el local ubicado en el coqueto barrio de Recoleta.
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El local se armó con varios empleados de la reconocida confitería Simo, ubicada en Maipú y Corrientes, que era una de las mejores de aquella época. “Se pusieron en la puerta, esperaron que saliera el pastelero y le contaron del negocio. Lo tentaron con un buen sueldo y así se armó, de una manera muy emprendedora”, detalla Augusto.
Carlos falleció en 1990 y Augusto, que es profesor de educación física, se puso al frente del negocio. Durante unos años mantuvo las dos actividades, pero luego se dedicó al local exclusivamente. “Me crie acá adentro, venía a jugar cuando tenía 10 años. Esto es mi cotidiano, conozco todo”.
En el local trabajan ocho personas más entre las que se encuentran sandwicheros, pasteleros, vendedoras y personas encargadas de la limpieza. Hasta la pandemia, Aurora, que hoy tiene 88 años, se dedicaba a la atención al público. “Ella siempre pregunta y está al tanto de todo. Si viene, se para en la puerta y empieza a saludar a mucha gente por su nombre. Este es un negocio muy familiar con una clientela de años”, explica Augusto, que continúa el legado. “Yo también soy de saludar a la gente por su nombre y no es por marketing, es la cordialidad que surge de este trato”.