Cuando le pasan el teléfono, reconoce inmediatamente la voz de quien llama (aunque haya pasado largo tiempo sin tener contacto) y agradece con su habitual entusiasmo: “¡Qué alegría que me llames!”
Es Fortunato Benaím, el padre de la medicina del quemado en la Argentina. Y la escena no tendría nada fuera de lo común si no fuera porque esta semana el médico, considerado un prócer no solo aquí sino en todo el continente, cumplió nada menos que 103 años con su lucidez intacta y la única molestia de una hipoacusia que le impide algunas conversaciones a la distancia.
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A los 99, debió pasar varios meses en terapia intensiva por un absceso hepático, pero en cuanto se recuperó puso en marcha cuatro proyectos: desarrollar una red asistencial en todo el país para que en cualquier pueblo o ciudad el paciente pueda acceder a atención de excelencia; crear una maestría en quemaduras; fundar una beca latinoamericana para que jóvenes profesionales puedan entrenarse en centros de otros países y hacer un estudio epidemiológico de quemaduras en el país.
Hoy, sigue participando en congresos médicos por zoom. “El otro día, a las dos y diez de la madrugada, estaba sentado, de traje y corbata, frente a la computadora para intervenir en uno que se realizaba en Turquía –cuenta “Martita” [Fernández], su esposa–. Es un hombre muy perseverante, y cuando se propone algo, no para”.
Oriundo de Mercedes, provincia de Buenos Aires, donde nació el 18 de octubre de 1919, Benaím es hijo de un comerciante y de una ama de casa. Cursó el secundario en el Colegio Nacional de su ciudad y luego se anotó en la Facultad de Medicina de la UBA junto con su hermano, José, al que le llevaba 11 meses y que luego se dedicaría a la neurocirugía. Su otro hermano se graduó de ingeniero y se dedicó al mantenimiento hospitalario. Una familia signada por el cuidado de la salud. De sus diez tíos por parte de madre, dos eran médicos, uno, músico y los demás, comerciantes.
En Benaím confluyeron tanto la música como la medicina. Para solventar sus gastos mientras estudiaba, se incorporó a una orquesta típica como violinista (uno de los bandoneonistas, Osvaldo Ruggiero, después se incorporó a la orquesta de Osvaldo Pugliese y fue uno de los creadores del Sexteto Tango).
Sería imposible resumir en unas líneas los múltiples e invalorables aportes que realizó a lo largo de 80 años de trabajo como médico, director de hospital y, luego, desde la fundación que lleva su nombre. Sus comienzos, un tanto fortuitos, se contaron muchas veces. En 1948, cuando ya era cirujano del Hospital Argerich, una familia de La Boca sufrió un grave incendio. Llegaron a la guardia del hospital y no había quien los atendiera. Arnaldo Yodice, jefe del servicio, lo llamó y le dijo: “Doctor Benaím, ocúpese de los quemados”.
Aceptó el desafío que guiaría su vida y sigue apasionándolo. Fue director del Instituto del Quemado durante 28 años, el único por concurso (en el que fue seleccionado por unanimidad entre 25 colegas, algunos con varias décadas de antigüedad), hasta que se jubiló. También, introdujo las más modernas técnicas e implementó con celeridad los avances científicos de su especialidad, al tiempo que formó decenas de discípulos, en el país y en el extranjero.
Unos meses antes de verse obligado a jubilarse, a los 65, creó la Fundación del Quemado. Desde allí puso en marcha el primer banco de piel y el primer laboratorio para cultivo de piel para los quemados graves a partir de tejido del propio paciente, creó una revista científica que es la única en español, y numerosos programas y becas de estudio.
En 1997, por un convenio con el Hospital Alemán, creó en ese ámbito el Cepaq (Centro de excelencia para asistencia de quemaduras), dotándolo de un equipamiento especializado que él mismo diseñó: para facilitar el traslado de los pacientes, que deben ser curados con frecuencia, y alivianar el trabajo del personal de salud, ideó una cama especial, “que tiene una camilla superpuesta que se separa de la cama gracias a un sistema eléctrico que se activa apretando un botón, con lo cual se pueden sacar las sábanas y dar vuelta el colchón sin tocar al enfermo. Esa cama con la camilla se saca al pasillo, donde hay un riel con una grúa, toma la camilla con el paciente, lo desplaza para llevarlo al área quirúrgica y lo devuelve. El prototipo está a disposición de quienes quieran utilizarlo”, contó hace unos años .
Tiene dos hijos, cinco nietos y un bisnieto. Cuando se le pide la receta para tener larga vida y con plenitud, siempre recomienda: "Tener una mujer con la que uno se entienda. Es lo mejor que le puede ocurrir a uno de entrada, pero si no, hay que buscarla –afirma–. A mí me costó tres matrimonios. Y hace ya 40 años que estoy con ella. Y en segundo lugar, tener proyectos y realizarlos".